—Adiós, que la pasen bien, gracias por traernos a esta... ¡¿Qué es esto?! —preguntó Amelia agarrando a su marido del cuello de la camisa mientras el helicóptero que los trajo se aleja de la isla.
—Una isla —respondió Heriberto con naturalidad alzándose de hombros.
Y al decirlo, un trueno se escuchó ruidosamente en el cielo nublado de una isla que más parece el hogar de un conde vampiro que un paraíso terrenal. ¿En dónde están las palmeras? ¿La playa de arena blanca? ¿El sol anaranjado? ¿El calor? ¿Los cocos? ¿El melón con vino? ¿Los hombres en tanga?
Y antes de decir algo más, otro relámpago iluminó el cielo cubierto de nubes negras para que luego comenzara a caerles en la cabeza una fuerte lluvia. Ninguno se movió de su lugar.
—¿Sabes? —masculló Amelia con expresión molesta, con todo el cabello mojado, cubriéndole los ojos—. Te odio.
Heriberto, incrédulo, no ha hablado, no esperaba que fueran recibidos por este clima, se supone que en este tiempo no debería llover de esta forma. Pero contrario a su actitud habitual, se echó a reír, es como si todos los elementos se hubieran movido para que las cosas resultaran contraria a lo planeado. Amelia maldijo con los dientes apretados usando todos los insultos que en su vida había escuchado, incluso hasta inventarse algunos.
—Ven, vamos adentro, hay calefacción y comida, te va a gustar este lugar —dijo con una sonrisa caminando con las manos en los bolsillos y con paso alegre pese a estar empapado por la lluvia.
—¿Por qué estás tan feliz? —murmuró la mujer con expresión agria, caminando detrás a paso lento hasta que otro relámpago la hizo alcanzar a Heriberto y caminar a su lado.
—Ya mañana verás que el paisaje de este lugar es hermoso —dijo mientras se acercaban a la puerta de la enorme casa y entraban a su interior.
Es difícil para Amelia creer que una isla que parece el escenario perfecto para una película de terror pudiera lucir "hermoso" como dice Heriberto. No puede creer que las únicas vacaciones que se ha podido tomar hayan terminado de esta forma.
La luz se encendió dentro de la casa y ante lo que vio todo su mal humor se esfumó enseguida. Tal vez afuera todo parezca tenebroso, pero dentro de la casa todo es luminoso y espacioso. Los muebles lucen limpios y relucientes, deslumbrando con la elegancia y el buen gusto, de paredes claras y grandes ventanales, al fondo hay una escalera que lleva a un piso superior abierto, en donde solo están las habitaciones y el baño.
—También tenemos un sauna, una piscina temperada, un bar, y una sala para ver películas —exclamó Heriberto al ver como los ojos de Amelia se iluminaban con todo lo que hay dentro de la casa, luego agregó con una ligera sonrisa—. Ve a darte un baño y cámbiate con ropa seca, yo iré después y prepararemos la cena.
Es extraño, piensa Amelia mientras cruza los brazos. No recuerda haberlo visto tan relajado y feliz, ¿será que este lugar le gusta tanto? ¿Una isla tan tenebrosa, cómo está? El escenario ideal para una película de monstruos. O para... ¡Eso!
Ahora que lo recuerda no debió subir a ese avión, él ya la había amenazado que se pondrían a la tarea de "hacer bebés".
—¡¿Tú...?!
Heriberto pestañeó sin entender lo que le pasa.
—Estás feliz porque esta noche quieres hacer... eso —dijo lo último con un tono de voz más bajó.
El hombre alzó ambas cejas sin entenderla, ¿a qué se refiere con "eso"? Y antes de que pudiera decir algo, su teléfono comenzó a avisar una notificación. Es Alan quien le ha enviado un video con la leyenda: "¡Vamos que se puede!".
Sin pensarlo reprodujo el video y los sonidos sugerentes de su teléfono y lo que ve lo hicieron sonrojarse enseguida. ¡Qué clase de videos le ha mandado este tonto! Y antes de que pudiera explicarse, vio como la mujer subió corriendo las escaleras y se encerró en una habitación.
—¡Sabía que eras un sucio perverso! —exclamó desde el cuarto cerrado.
Heriberto se llevó la mano en la frente, Alan más que ayudarlo a estar con Amelia, solo lo está ayudando a seguir siendo puro y casto. Maldijo apretando los dientes. Se dio un baño, se secó el cabello y vistió ropa seca, preparó una cena simple y sacó la botella de vino que su abuelo le dijo que llevara.
Acababa de destaparla cuando vio a la mujer parada en frente suyo, con expresión avergonzada, se ha colocado un sencillo vestido blanco.
—¿Tienes hambre? —le preguntó Heriberto alzando las cejas con expresión irónica.
—No quiero aún ser mamá —le dijo sin mirarlo y eso hizo que su burlesca sonrisa se borrara en el acto—. Quiero aún estudiar, tener un trabajo fijo y una buena economía.
—No necesitas trabajar, yo puedo mantenerte...
—¿Y eso hasta cuando? —lo interrumpió tomando asiento a su lado mientras se soba el hombro—. Tú sabes que este no es un matrimonio real, y que nuestros planes no es quedarnos juntos para siempre. Yo tengo que lograr mi independencia antes de eso.
—Te dije antes que te daré una pensión luego de... divorciarnos —sirvió una copa de vino a ambos antes de tomar un poco de la suya—. No deberías vivir tan obsesionada por el dinero.
Amelia se rio con suavidad.
—No es la obsesión al dinero, es el miedo de pasar hambre y no tener donde dormir —y aunque dijo eso sonriendo, Heriberto no pudo evitar arrepentirse de sus palabras.
—Está bien, entiendo, hablaré con el abuelo, pero evita decirle algo más —dijo luego de soltar un suspiro—. Comamos y vayamos a descansar, ya es muy tarde, y...
Escucharon un fuerte "Clic" y toda la luz de la casa se fue de golpe, quedaron completamente a oscuras.
—¿Qué pasó? —preguntó Amelia tanteando el sillón hasta estar cerca de Heriberto, fingió sonreír, aunque esta situación la pone algo ansiosa.
—Debió haber sido por la tormenta eléctrica, debió haber dañado el generador —señaló encendiendo la linterna de su teléfono—. No te preocupes, hay velas en la cocina, ya vuelvo.