—Ahora que hemos vuelto a casa, empieza a comportarte bien —indicó Heriberto acariciando la mejilla de Amelia sin dejar de sonreírle en forma seductora.
—¿Comportarme bien? —preguntó sonrojándose y apartando su mano—. ¿Cree que soy su mascota o algo así para decirme eso?
—Si fuera así serías la mascota más difícil que he tenido a cargo —respondió sonriendo y caminando hacia el interior de la casa.
Amelia pestañeó confundida.
—¡¿Qué acaba de decir?! —preguntó molesta, siguiéndolo hasta la casa—. Si fuera una mascota, sería la criatura más dócil y cariñosa del mundo.
—La distorsión de tu realidad es peligrosa —dijo en tono divertido metiendo sus manos en los bolsillos.
Se quedó estupefacta con lo que acababa de decirle antes de volver a caminar intentando alcanzarlo, para reclamar por sus palabras.
Pero apenas entró, notó la seria y fría mirada de Heriberto, dirigido a quienes los esperaban sentados en el interior de la casa.
—Lo siento, señor, entraron a la fuerza, y como son sus suegros, no quise sacarlos... —habló preocupada el ama de llaves.
—No se preocupe, yo me encargo —respondió Heriberto sin quitarle la mirada al matrimonio Díaz.
Estos son los padres desnaturalizados de Amelia, esos que nunca se preocuparon de ella ni siendo niña ni menos adulta, y que andaban diciendo a todo el mundo que era la oveja negra de la familia. Arrugó el ceño, sabe las razones por las cuales han venido, pero no esperaba verlos, apenas llegara de su luna de miel.
—Querido yerno —habló la mujer intentando sonar amigable—. Te hemos estado buscando, no sabemos que hizo esta mal hija para que nos trates así. Prometemos enderezar a esta mocosa si te ha causado problemas, en verdad sabíamos que esto pasaría y por eso intentamos evitar hasta el último que se casara con ella. Nuestra sobrina, Dánae, era mucho mejor opción, por eso le propusimos el cambio, pero usted no quiso, ¡no lo estoy culpando! La única culpable es esa tonta de siempre.
Amelia los miró confundida, luego detuvo su atención en la agria mirada de Heriberto, es tan extraño verlo otra vez con esa expresión, cuando desde que pasaron la noche juntos su semblante se veía como la de un hombre distinto, más atrevido y risueño.
—Pero aún podemos corregir esto, le traeremos a nuestra sobrina, divorciarse sin haber consumado el matrimonio es fácil. Dánae compensará todo lo mal que la tonta de Amelia le ha hecho pasar —habló la mujer mayor juntando ambas manos sonriendo condescendiente.
Heriberto miró de reojo a su esposa, aquella ni siquiera se inmutaba ante las palabras despectivas de su propia madre, parece tan acostumbrada a ser tratada así por su familia que lo toma como algo natural.
Amelia de repente se echó a reír, si supieran la verdad.
—Como que llegaron tarde —dijo colgándose del brazo de Heriberto—, nuestro matrimonio ya está consumado, bien consumado. Lo pasamos superbién en nuestra luna de miel...
Alzó las cejas con gesto malicioso. Heriberto la agarró de la cintura con fuerzas, mirándola de forma insinuante, palpando el lugar que minutos antes se quejaba de dolor, culpándolo por su poco cuidado. Notando la sonrisa juguetona que apareció en el rostro de su marido. No pudo evitar mirarlo cohibida.
—¡¿Entonces que fue lo que hiciste para molestar a mi yerno?! —exclamó su madre alzando la voz.
—¿De qué hablan? —preguntó la joven mujer sin entender nada—. ¿Qué fue lo que hice? ¿Qué lloviera? ¿Qué Danae se tropezará con una hormiga cabezona? ¿Qué la comida les salió amarga? ¿O qué un perro los mordió?
Al escuchar el tono despectivo con que su hija habla, la mujer molesta se acercó levantando su mano con claras intenciones de abofetearla. Amelia, sin amedrentarse, la miró desafiante, pero la mano que bajaba a golpearla fue detenida con brusquedad.
—No se atreva a tocar el rostro de mi esposa —exclamó Heriberto endureciendo su mirada.
Amelia, que esperaba el golpe, se quedó mirando a su marido sin creer lo que acaba de hacer. En toda su vida es la primera vez que alguien la defiende de sus padres, sin saber como actuar por lo inesperado de la situación, solo se quedó en silencio, con su atención fija en Heriberto.
—¿No está molesto con ella? —preguntó el padre de Amelia que hasta ahora había permanecido callado y sentado en el sofá sin interferir.
—Claro que no —respondió Heriberto con seriedad—, y no pienso cambiarla por una mujer sucia que mira al hombre de su prima como si fuese un delicioso filete. Me asquean las mujeres como la tal Dánae, ni muerto me casaría con alguien como ella.
El hombre mayor más confundido se acercó hacia Heriberto, que recién soltó la muñeca de su suegra, que se la masajeó con gesto de dolor.
—Entonces, ¿por qué congeló nuestro capital? Se supone que la alianza matrimonial era que si se casaba con nuestra hija ayudaría a evitar la quiebra de nuestra empresa —preguntó sin entenderlo, si Amelia le gusta y está bien con ella, ¿cuál fue la razón de parar la ayuda que les estaba dando? No lo entiende.
—Exacto, dije que "al casarme con su hija" y... —luego, recordando que Amelia está a su lado, guardó silencio—. No creo que sea necesario explayarme por ahora, si quieren seguir hablando, vayan a mi oficina, no perturben el descanso de mi amada esposa.
Dicho tomó a Amelia en sus brazos. Confundida, la mujer se afirmó de su cuello sin entender si solo está buscando molestar a sus suegros o en verdad la considera como su "amada esposa".
—Luces cansada, vamos a la cama —señaló ignorando la presencia del matrimonio Díaz.
Ambos le pidieron que se quedara, pero ignorándolos, subió las escaleras hasta llegar arriba.
—Les convido a salir de mi casa sin necesidad de usar la fuerza, si tienen algo de orgullo les recomiendo que se retiren —dijo Heriberto con un severo semblante. Y luego delante de ambos besó a Amelia, tanto ella como sus padres se quedaron paralizados, sorprendidos por su inesperada actitud—. Mi esposa y yo queremos estar solos, aún estamos disfrutando de nuestra luna de miel.