Mi Feliz matrimonio forzado

Capítulo 24

—¿Por qué siempre me dejas marcas en el cuello? —se quejó aplicando maquillaje—, puedes dejarlo en cualquier otra parte, pero lo deja en un lugar visible. Con el calor que hace no puedo ni siquiera cubrirlo con la ropa.

Amelia refunfuñó mirándose al espejo. Heriberto la contempló de reojo y sonrió en cuanto le dio la espalda. Luego se colocó de pie, apenas terminó de arreglar su corbata.

—¿No querías enroscarles en su cara a tu familia que eres feliz? —dijo colocando sus manos en los hombros de la mujer e inclinándose a su altura, mirando también su reflejo en el espejo—. Mostrándole esas marcas pueden darse cuenta cuanto te ama y desea tu esposo.

No pudo evitar abrir los ojos ante esas osadas palabras sin saber como reaccionar, y el hombre notando cada uno de sus gestos sonrió de forma seductora. Al verlo, Amelia se colocó de inmediato de pie, llevándose una mano al pecho. ¿Por qué su corazón comenzó a latir con tanta fuerza por el solo hecho de verlo sonreír así?

—Sí, sí, como digas... es una promesa... debes cumplirla, me acompañaras al cumpleaños, no lo olvides. Si faltas a la promesa se te caerán... ¡Los dientes!

Y sin decir más salió de la habitación apresurada. Heriberto se quedó pensando en sus dientes cuando en ese momento su teléfono comenzó a sonar. Al ver que era su asistente se colocó serio antes de contestar, ya sabe la razón por la cual lo está llamando.

—Señor Salazar, tenemos los resultados —exclamó la mujer del otro lado.

—Bien, envíame la copia por correo —le respondió tensando su rostro.

En cuanto recibió el correo y leyó los resultados, su mirada se oscureció en ese momento. Luego sonrió con ironía guardando el teléfono en su bolsillo. Miró al cielo buscando contenerse y al bajar su mirada su atención quedó detenida en la pulsera de Amelia que está encima de la cama. Es una simple baratija que con suerte le habrá costado un dólar, arrugó el ceño al recordar que la prima de su esposa vive usando joyas caras, dándose lujos, y viviendo una vida que al final no es suya.

Ya más calmado volvió a tomar su teléfono y llamó devuelta a su asistente.

—Karina, cierra todos los capitales de la familia Díaz, tanto interno como externos, da aviso a los socios que es una orden mía que desde hoy ninguna compañía bajo el amparo de los Salazar trabajará con los Díaz —habló seriamente.

—¿Señor, está seguro? Ellos son la familia de su esposa...

—Estoy más seguro que nunca —respondió entrecerrando los ojos.

—Sí, señor, se hará el bloqueo a la familia Díaz.

Apenas terminada la conversación, Heriberto cruzó los brazos.

'Es hora de que vean lo que significa meterse con la esposa del heredero principal de la familia Salazar, y que paguen todo el daño que le hicieron. No voy a permitir que nadie vuelva a ponerle un dedo encima' pensó tomando la pulsera entre sus manos, es hora de ir a comprar una nueva pulsera de regalo para Amelia. Incluso más que eso, necesita collares, pulseras y ropa nueva.

Amelia sonrió cuando el joven mesero le llevó la enorme hamburguesa con papas fritas que pidió en aquel local de comida rápida. Sus extrañas reacciones ante su actual coqueto esposo la han asustado tanto que escapó de casa un par de horas, claro, le avisó al ama de llaves que vendría al centro. En realidad no era un escape precisamente tal, solo salió para buscar la calma y entender las razones por las que su corazón se agita cada vez que está cerca de Heriberto Salazar. Suspiró bebiendo de la bombilla de su jugo de naranjas.

—En fin, no hay que despreciar la comida pensando en hombres —señaló mirando emocionada la enorme hamburguesa.

Pero fue acercarlo a su boca para sentir un revoltijo en las tripas ante el olor de la carne frita. Las náuseas brotaron sin control, y tuvo que alejar la hamburguesa de su lado para beber jugo, intentando calmar los espasmos de su estómago.

¿Comió algo que le cayó mal? Aunque al calmar las náuseas todo pareció volver a la normalidad. ¡Ah, no! ¿Será un castigo de los cielos por sus malas acciones en alguna de sus vidas pasadas? Cuando podía comer no tenía plata para comprar hamburguesas premium tamaño familiar, y ahora que tiene dinero no puede comer.

—¿Qué haces aquí? —la odiosa voz de quien acaba de hablar la hizo levantar su mirada con gesto de fastidio, deteniendo sus ojos en Dánae, que junto a sus amigas la miran de reojo.

—Esto no podía ponerse peor —masculló apretando los dientes—. ¡Ah, prima! Me gustaría decir que es un gusto verte, pero no es bueno mentir.

Dánae la miró como si no hubiera entendido lo que quiso decirle. Al final bufó cruzando los brazos.

—¡Tú, no te atrevas a venir al cumpleaños de mi abuelo, nos avergüenzas a todos con tu presencia! —dijo con gesto de asco mirándola de arriba a abajo.

Aunque ahora vista mejor, no parece la esposa del heredero principal de los Salazar. Bufó, si fuese ella vestiría con más elegancia, con joyas caras, y no andaría en locales como estos.

—Mesero —Amelia alzó la voz—, ¿me podría guardar la hamburguesa para llevarla a casa?

Ignorando la presencia de Dánae, que al ver a su prima fingiendo no verla, apretó los dientes, molesta, empuñando ambas manos.

—¡Tú...!

—Ya somos dos mujeres adultas como para estar peleando como si fuéramos unas niñas. Soy lo bastante madura como para no seguirte el juego... ¡¿Y ese vaso de diseño de osos?! —preguntó emocionada al ver a otro mesero que lleva aquel producto para servir a otra mesa.

—Es la promo de bear blue, una bebida especial para niños que se sirve en estos vasos de colección —señaló el hombre mostrándole el producto como si lo estuviera promocionando.

En ese momento llegó el mesero que la atendía con una caja para guardar la hamburguesa.

—¿Me agregas dos vasos de oso? —le preguntó a aquel.

—Claro, señorita, ¿para llevar también? —exclamó con amabilidad.

—Sí —respondió con una enorme sonrisa.




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