—¿Engordarme? —pensó Amelia apoyando su cabeza en el pecho de su esposo. Luego miró sus muñecas, en verdad que ahora ha comenzado a comer mejor, pero aún sigue baja en el peso que debería tener.
Bueno... si eso significa más comida, lo acepta con gusto.
La asistente de Heriberto tosió detrás para recordarle que ella está aun presente. Heriberto, recordando todas las joyas que compró para Amelia, escondió las bolsas que llevaba en sus manos atrás de su espalda, y se apartó unos pasos atrás.
—Es hora de ir a casa —indicó caminando sin detenerse.
—Sí —respondió Amelia siguiéndolo.
Mientras camina detrás de ese hombre, mirando su espalda, no puede evitar sonreír con suavidad. El dolor de esos recuerdos donde nadie en el mundo estaba de su lado se disipan cuando está al lado de Heriberto y eso la hace feliz, no entiende por qué, la verdad no quiere buscarle explicación, solo disfrutar, esta cálida y nueva sensación.
La asistente la miró de reojo y también sonrió.
Cuando volvieron a casa, y el ama de llaves los recibió, se sorprendió de ver a su jefe bebiendo una bebida de color azul en un vaso para niños, él nunca, ni siquiera de niño, bebía ese tipo de cosas. Heriberto, en tanto, se siente admirado del sabor de esa extraña bebida, nunca había tomado algo así de rico. Tóxico pero rico. No puede dejar de beberlo.
—Se llama Blue Bear, también esta Rose Bear que es de un tono rosa fulminante, y Green Bear, que es verde, son ricas, deberías probarlas todos aprovechando la promoción de vasos coleccionables —Amelia no deja de hablar, tener con quien compartir sus raros gustos la hace feliz—. Si quieres un día... puedo invitarte a ese lugar, también venden ricas hamburguesas.
Recordando que trae una casa, levantó la bolsa ante la expresión horrorizada del ama de llaves de imaginar que su jefe se comería algo como eso. Heriberto tomó la bolsa con curiosidad sin dejar la bebida.
—Nunca he ido a un restaurante de pobres —dijo levantando la bolsa y mirando la caja en su interior.
—¿Pobres? Es comida rápida, te falta mundo —respondió la mujer dándole un golpecito en el pecho—. Conozco los mejores lugares para comer rico y barato. Podríamos hacer un tour por la ciudad.
Heriberto sonrió para luego colocarle un dedo en la frente y empujarla con suavidad. La mujer lo miró sin entenderlo, y bufó molesta, ¿acaso no le gustó su idea?
—Entonces tú también tendrás que venir a un tour por los mejores restaurantes de lujo que más me gustan, hay uno en donde incluso la carne es de primer nivel, suave, dulce, casi se derrite en tu boca. También quiero que conozcas mi mundo —señaló desafiante.
Su asistente carraspeó en ese momento haciéndole recordar los regalos que ha comprado para la joven mujer. Se apresuró en tomar todas las bolsas, cohibido, es primera vez que compra regalos para alguien que no sea su abuelo.
—No te muevas... espérame aquí —le dijo antes de desaparecer por el pasillo.
La mujer lo vio desaparecer sin entender lo que planea hacer.
—¿Qué le pasa? —le preguntó Amelia, preocupada, a Karina, quien solo se alzó de hombros, fingiendo no saber nada.
Demoró más de lo que imaginaban. Amelia estaba sentada en el sofá cabeceando, estaba a punto de caerse de cabeza al piso cuando Heriberto volvió. De un salto se colocó de pie y se quedó mirándolo como si hubiera olvidado en donde estaba.
—Ven, sígueme —le dijo con un aire de misterio que hizo que la mujer sintiera que se le erizaba el espinazo como la espalda de un gato.
La asistente, a pesar de no ser invitada, fue detrás para vigilar que su jefe no fuera a embarrarla. Con su poca experiencia en relaciones amorosas no sabe si entendió todas las instrucciones que le dio antes.
Heriberto abrió la puerta de su despacho e hizo entrar a Amelia. Caminó titubeante entrando al interior del cuarto.
Se quedó mirando impresionada por la cantidad de joyas que aparecieron frente suyo, exhibidas dentro de sus estuches y colocadas cuidadosamente en orden sobre el escritorio. Hay collares, pulseras, relojes y muchos aros. Todos parecen ser joyas reales, y caras. Nunca ha tenido una joya que no cueste más de tres dólares, y se acostumbró a eso.
No puede evitar pensar que es un desperdicio de dinero. Estaba a punto de decirlo.
—El señor Salazar nunca había comprado regalos para nadie en persona —excepto para su abuelo, le susurró la asistente—, suele enviarme a mí a comprarlos y elegirlos a mi gusto, no presta demasiada atención a esos detalles. Sin embargo, esta vez todo lo eligió él mismo, se esmeró por buscar algo que le guste a usted, recorrió varias joyerías buscando incluso una pulsera que se pareciera a esta.
Le entregó la pulsera de fantasía que había perdido durante la mañana. Amelia se quedó en silencio, desde niña siempre deseó recibir un regalo que no fueran las cosas que Dánae devolvía. En toda su vida nunca alguien se preocupó de buscar algo para regalarle ni se esmeró de esta forma. Amelia ya había perdido las esperanzas de que algún día esto pasaría, y esa coraza de fortaleza que suele mostrar ante todo el mundo esta vez no pudo contenerla. Levantó su mirada hacia Heriberto, quien sonríe esperando ansioso su reacción, pero aquel al ver la expresión de la joven mujer la miró preocupado.
—¿Amelia? ¿Estás bien? ¿No son de tu gusto? Podemos cambiarlas, no te preocupes.
Amelía se echó a llorar, lloraba con tanta fuerza que Heriberto no sabe si acaso hizo algo malo. Se cubrió los ojos sin poder controlarse.
—¡Gracias, muchas gracias! Me gusta... todo... está lindo... es precioso, estoy... feliz —dijo sin parar de llorar.
Karina le pasó un pañuelo y Amelia se sonó ruidosamente, pero aun así no pudo parar de llorar.
—Tonta —dijo Heriberto abrazándola conmovido—, no deberías llorar, deberías estar feliz cuando alguien te da un regalo, no vez que así también haces a los demás llorar, yo no lloro porque soy un hombre fuerte...