Mi Feliz matrimonio forzado

Capítulo 26

Lo besó, antes de enredarse en sus brazos y perderse en una pasión digna de película, de romántica y de época. Ella era una doncella, pura e inocente, en manos del oscuro caballero de negra armadura pero de buen corazón. Una entrega mutua y satisfactoria, un amor nacido de las cenizas de un fuego ardiente. Dejándose perder por una increíble sensación de pertenencia.

Hasta que la luz del sol la dejó ciega, y abrió sus ojos solo para comprobar que nada de eso había sido real.

—¡¿Qué fue lo que acabo de soñar?! —exclamó Amelia apenas logró despertar y con el corazón aún agitado.

Avergonzada se llevó ambas manos a la cara, ¿acaba de soñar con Heriberto usando una armadura medieval y cabalgando sobre un negro corcel? ¡Corten, corten, ¿qué clase de sueño fue este?!

No está en edad para soñar con ese tipo de cosas. Tragó saliva intentando quitarse las sábanas que se han enredado en sus piernas.

¿Por qué tuvo esa clase de sueños con Heriberto Salazar? ¿Ha sido a causa de las últimas noches que han compartido juntos?

Aunque... no puede negar que se veía demasiado apuesto en su sueño, con esa sonrisa de príncipe maligno, y seductor. Su corazón se agitó con más fuerzas, el recuerdo aún es fresco y aunque nada fue real, su piel reaccionar ante el recuerdo del tacto cálido de las manos de su esposo.

—¡No pienses en eso! —se dijo así misma hundiendo la cabeza en su almohada. Hasta sentir el aroma al perfume que suele usar Heriberto.

¿Qué hace acostada en la cama de ese hombre? Se sentó en la cama con la almohada entre sus brazos mirando a su alrededor. Esta no es su habitación, es el cuarto de Heriberto. Con razón soñaba con estar en sus brazos.

Soltó un suspiro abrazando con fuerzas la almohada, y con un sentimiento de añoranza que comenzaba a invadirla, quisiera tanto que él estuviera aquí ahora...

¡No, qué clase de cosas está pensando! Además, lloró frente a él, de solo pensarlo, quiere ser tragada por la tierra y no volver a aparecer más. ¿Qué pensará de ella?... ¿La castigará... como en su sueño?...

Entrecerró los ojos con mirada ensoñadora hasta que reaccionó ante esos pensamientos que se escapan de su control.

—Necesito una ducha, una muy fría —dijo colocándose de pie y apresurando el paso hacia el baño, en donde apenas entró, dio un fuerte portazo.

Luego de esa necesaria ducha bajó las escaleras con cautela, cartera en mano, ropa lista para salir. No se siente capaz ahora de enfrentarse a Heriberto, no solo por haber llorado como una niña pequeña frente a él, sino además por ese sueño que aún la tiene intranquila.

Revisando que nadie estuviera cerca, dio unos pasos con rapidez hacia la puerta, huir esta vez podrá ser más fácil, aparentemente. Estaba sonriendo victoriosa cuando la voz de su esposo la detuvo.

—¿A dónde vas escabulléndote de esa forma? —le preguntó con curiosidad llevando una taza de café en la mano.

Amelia se giró de inmediato.
—¿Qué haces tú aquí? —respondió descolocada.

El hombre la miró extrañado antes de alzar una de sus cejas.
—Yo vivo aquí...

—Ah, es cierto, qué gracioso lo había olvidado —musitó intentando reírse, pero en el momento en que sus ojos se detuvieron en él no pudo evitar recordar ese sueño y se turbó atorándose.

Heriberto, preocupado, se acercó a darle de golpecitos en la espalda. Pero eso lo único que provocó es ponerla más nerviosa. Se enderezó de golpe para evitar el contacto, sin embargo, contrario a eso, lo único que provocó fue que la mirada de ambos quedaran detenidas solo a unos centímetros de distancia. Incluso puede sentir su tibia respiración y el aroma suave a café recién preparado.

La mujer notó que su cuerpo se paralizó en esa posición, y su marido solo la contempló sin entender nada. La verdad es que se siente tan nervioso como ella, pero es mejor actor para fingir calma.

Amelia hizo el ademán de retroceder, pero antes de hacerlo Heriberto la tomó de la nuca y la acercó a él besándola. Se quedó paralizada con ambos ojos abiertos de par en par, sintiendo que todo el calor de su cuerpo se subió a su cabeza y estalló en pedazos.

—Buenos días, mi querida esposa —musitó Heriberto sonriendo de forma seductora antes de beber su café—. Ve con cuidado, y visita a A.B. MonLove tienes una cita con ella. Nos vemos en un rato, hoy trabajaré en casa.

Dijo entregándole una tarjeta con el nombre y dirección de la diseñadora, ella es la misma mujer que le hizo su vestido de novias. Aquel valioso vestido de diamantes.

Amelia, aun sin salir de su sorpresa, tomó la tarjeta sin reaccionar, ni ante la sonrisa maliciosa de su esposo, al verla actuar así de atolondrada, despabiló. Al final llevó sus dedos hacia sus labios, recordando el beso de su marido, y avergonzada huyó de inmediato de ese lugar.

¿Cómo puede sentirse tan bien ser besada por él?

El chófer la llevó a la dirección indicada en la tarjeta, y aunque sus intenciones iniciales era ir al lugar en donde trabajaba para dar explicaciones de su ausencia a su empleador, solo fue para darse cuenta de que ya había sido despedida.

Cabizbaja se dejó conducir al lugar de trabajo de A.B. MonLove. El enorme jardín que la recibió, la confundió. Revisó la tarjeta varias veces corroborando la dirección, es el sitio indicado en la tarjeta. Se asomó con cautela llamando, sin recibir respuesta, hasta que se le acercó una mujer con un traje extravagante, con un delantal de trabajo, del cual cuelgan infinidad de botones e hilos sueltos de colores.

—¡Señorita Díaz! Tanto tiempo sin vernos —exclamó la joven diseñadora que se acercó a ella sonriendo.

—Hola, Señorita MonLove —saludó confundida sin saber por qué Heriberto la mandó acá.

—Solo llámame Andrea, el señor Salazar me dijo que la enviaría para que se probara los vestidos que le he preparado. Sígame por acá, se los mostraré.

—¿Vestidos? ¿Para mí?

—Sí, nunca había visto al señor Salazar tan preocupado por alguien que no sea él mismo —se rio con suavidad—. El amor le ha pegado duro.




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