Mi Feliz matrimonio forzado

Capítulo 27

—¿Por qué ella me está evitando? Parecía que hace unos días todo estaba bien, y ahora vez que me ve sale huyendo —se quejó Heriberto sentado en la silla médica mientras se lamenta ante Alan que bebe té sin dejar de comer galletas mirándolo desde la silla del paciente.

—Te huele la boca, los pies, o haces cosas raras.

—¿Qué cosas raras? —preguntó Heriberto arrugando el ceño y sentándose derecho, esperando que Alan diga algo que pueda ayudarlo a entender lo que pasa con Amelia.

—Sí, como comerse los mocos.

Heriberto lo miró con cara de asco.
—¿Y quién hace esa cochinada? —preguntó con desagrado.

—¿Acaso no es algo que hacen todos los hombres? —alzó las cejas, confundido.

—Pues, no —respondió con más seriedad—. Espera, no me sigas que tú...

En ese momento su teléfono comenzó a sonar. Sin dejar de mirar de reojo a Alan tomó el aparato y contestó. Su asistente, Karina, contestó del otro lado, su voz suena grave y preocupada.

—Señor Salazar, tenemos un problema acá, la familia Díaz está haciendo un escándalo en el frontis del edificio porque quieren verlo. Los guardias no los dejaron entrar de acuerdo a sus órdenes.

—Déjalos que hagan escándalo, no los recibiré, llama a la policía y diles que hay desorden afuera del edificio.

—Entendido, señor —respondió antes de colgar.

Era lo esperado, luego de cerrarles todas las puertas iban a aparecer a molestarlo. No solo los ha bloqueado a ellos, sino también a toda esa familia, pero ya verán en la fiesta de cumpleaños lo que les pasa por haberse metido con su esposa y hacerla llorar.

Suspiró, al pensar en Amelia otra vez. Extraña tanto sentirla cerca de él, poder abrazarla, pasar la noche juntos, sentir su respiración y verla dormir a su lado. Dejó caer su cabeza en el escritorio de Alan, con melancolía.

—¿Qué fue lo último que te dije? —preguntó sin mirarlo.

—Que te huelen los pies y por eso Amelia no te quiere.

Heriberto levantó la cabeza, no recuerda que hubiera dicho eso, además sus pies no huelen. Es tan pretencioso que si pudiera bañarse más de tres veces al día así lo haría.

—Bueno, en resumen, Amelia no te quiere —Alan se alzó de hombros.

Lo miró con amargura antes de dejar su cabeza caer otra vez encima del escritorio.

—¿Por qué ya no me quiere? —se lamentó.

—¿Qué fue lo que hiciste antes de que comenzará a alejarse de ti? —preguntó Alan acomodando las fotos de su perro.

Se enderezó intentando recordar todo lo que hizo.
—Le regalé joyas, muchas joyas, también dos vestidos nuevos de una importante diseñadora...

—¿Y zapatos? ¿No le diste zapatos? —exclamó Alan con expresión inteligente—. Le das todo menos zapatos, ¿quieres que ande descalza?

—¿Será por eso que está molesta? —le preguntó incrédulo.

—Pues, claro, yo me molestaría si mi marido me compra todo menos zapatos —agregó alzando los hombros—, es lo más lógico.

Heriberto sonrió colocándose de pie. Con la idea clara de los pasos a seguir.

—Bien, entonces voy a comprarle todos los zapatos de esta temporada.

Y con esa idea en mente salió de la clínica, feliz, mientras Alan piensa si se debería dedicar a dar consejos de amor y empezar a trabajar como un doctor corazón.

Amelia apenas entró a la habitación, se encontró con miles de cajas de zapatos que le tapan el camino. Se quedó quieta sin saber que significa esto, o si se equivocó de habitación, hasta que vio a Heriberto aparecer detrás de ella. Fue cosa de verlo cuando se colocó tan nerviosa que estuvo a punto de tropezarse al intentar huir.

—Te compré zapatos —dijo sonriendo.

—¿Zapatos? —preguntó mirando hacia las cajas apiladas—. ¿Todos estos?

Hay más zapatos que todos los que ha usado en su vida, y siente que tampoco va a poder ocuparlos todos antes de morir. ¿Por qué ha comprado tantos?

—Entonces con estos, ¿vas a dejar de evitarme? ¿Ya no estarás molesta?

Al escucharlo decir esto se giró de inmediato hacia él, ¿ella molesta? Pero la mirada triste del hombre chocó contra la de ella. Se sintió culpable al verlo así.

—¿Me estás dando todos estos zapatos por qué crees que estoy molesta contigo?

¿En serio le ha afectado sus intentos de evitarlo? Su familia ni siquiera notó el día que se fue de casa, y, en cambio, él se preocupa porque ella intenta ser invisible. Negó con la cabeza de inmediato.

—No, no es eso, tuve un sueño fuera de lugar contigo, y ahora no puedo dejar de pensar en eso, yo... —desvió la mirada, ¿debería decirle también del embarazo?—, además he estado un poco mal del estómago, y por eso te he evitado...

—¿Mal del estómago? —preguntó preocupado, mirándola con atención. Cómo no había podido verla bien, ahora se da cuenta de sus ojeras y su rostro cansado—. Deberías ir al médico, ahora, deja hacer una llamada y nos vamos.

La mujer se apresuró en detenerlo, si la lleva descubrirá su embarazo, aún no está preparada para contárselo, en cuanto tenga la ecografía para estar segura del diagnóstico tanteara lo que él piensa de tener un hijo. Colocó ambas manos en el pecho del hombre.

—No, no lo hagas, ya estoy mejor, solo aún delicada.

—Entonces pediré que te preparen almidón de papa caliente, eso te ayudará a sentirte mejor, mi madre solía preparármelo cuando me sentía mal del estómago —indicó caminando hacia el pasillo.

Pero se detuvo en la puerta antes de girar y mirarla, confundido.

—¿Un sueño fuera de lugar conmigo? —preguntó al recordarlo haciendo que el cuerpo de Amelia se erizara en el acto.

No esperaba que él pudiera recordarlo y menos preguntárselo. ¿Cómo podría decirle lo que pasó en ese sueño? ¿Y por qué se le ocurrió nombrarlo en primer lugar? Lo dijo sin pensarlo, y se sintió aliviada cuando creyó que Heriberto no le prestó demasiada atención a sus palabras.

—Nada, solo un sueño de esos...

—Ah, entiendo, un sueño de esos —y dicho esto salió de la habitación.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.