Heriberto apareció de buen humor ante la llamada de su abuelo. Se sentó muy cómodo sobre el sofá y se comió algunas cerezas que el anciano le ofreció. No entiende por qué su abuelo luce tan feliz como él, ni sus razones para llamarlo al mediodía cuando nunca le ha gustado recibir visitas a estas horas.
—Andas haciendo de las tuyas, ¿es así? —señaló el anciano sonriéndole con complicidad.
Se quedó mirándolo mientras mascaba unas cerezas sin entender lo que quiso decirle, luego concluyó que debe ser por el bloqueo que le ha hecho a toda la familia de Amelia. Entrecerró los ojos con indiferencia.
—Es merecido —masculló.
Al escucharlo su abuelo no ocultó su sorpresa y luego se echó a reír.
—Este muchacho es igual a mí cuando tenía su edad —habló dirigiéndose hacia su asistente y ambos se rieron sin que Heriberto pudiera entender que es lo que les parece tan gracioso.
Solo se alzó de hombros y siguió comiendo cerezas, pensando que apenas salga de la clínica saldrá a comprar algunas para llevarle a Amelia, de seguro a ella deben gustarle mucho. Sonrió con torpeza pensando en el rostro de la mujer al ver esas enormes y sabrosas cerezas.
—Estoy muy orgulloso de ti —dijo el anciano y Heriberto confundido se levantó del sofá sin entender por qué le extiende la mano.
Recibió un fuerte apretón de su abuelo como nunca antes, y los ojos rebosando de emoción del anciano se detuvieron en su rostro.
Pestañeó confundido.
¿Está feliz por qué bloqueó a la familia de Amelia? De seguro también descubrió como esa mala familia la maltrató, y debe estar felicitándolo porque muchas veces le dijo que un buen marido siempre protege a su esposa.
—No es nada, es mi deber como marido —señaló Heriberto.
—¡Así se habla! —el anciano más efusivo y feliz, extendió sus brazos para abrazarlo.
Heriberto se acercó recibiendo suaves golpes en su espalda.
—Y felicitaciones también a la futura madre, debes cuidar bien de ella —agregó su abuelo.
Heriberto dejó de comer y se quedó mirando al hombre mayor atónito. Se tragó de un golpe las cerezas que recién se había metido en su boca, casi atorándose. ¿Es que acaso lo acaba de escucharlo bien?
No conoce a nadie que esté esperando un hijo. Sus tías ya están viejas, sus primas podrían estarlo, pero sin un matrimonio, conociendo lo tradicional que es el anciano, no estaría nada feliz.
—¿De qué madre me hablas? —preguntó aun sin salir de su estupor.
El anciano, creyendo que su nieto solo le juega una broma, se echó a reír dándole de golpes más fuertes en la espalda.
—¿De quién más? De Amelia, me avisaron que tiene casi ocho semanas de embarazo —le dijo mirándolo con alegría.
Heriberto se enderezó aun sin creer lo que acaba de escuchar... ¿Amelia? ¡¿Embarazada?!
—¡Tú... ¡¿Cómo?! —exclamó aún impactado por la noticia, señalando hacia su abuelo.
—¿Cómo que 'tú'? Soy tu abuelo, muchacho grosero... ¡¿A dónde vas?!
—¡A casa!
Respondió corriendo hacia el estacionamiento, ¿embarazada? ¿Amelia? Pero... ¿Cómo? No es que no sepa como se hacen los bebés, sino que ¿Cómo fue que pasó? Se cuidó para que no pasara sabiendo el deseo de Amelia de estudiar el próximo semestre.
Sacó su teléfono llamando a su asistente.
—Compra cerezas, una cuna, no... no sé de qué color, ¿niño o niña? No lo sé, busca una de color neutro, ¿Qué si estoy borracho? ¡Soy tu jefe, ¿por qué me hablas así?!... ¿Aló? ¿Karina? Me cortó...
Bueno, ahora no tiene tiempo para hacer otra llamada, se subió a su auto y condujo para la casa, entró corriendo, encontrándose frente al ama de llaves que sorprendida de verlo a esas horas y en ese estado de exaltación no supo qué decir.
—¿En... dónde está... Amelia? —le dijo respirando cansado.
—En el jardín, creo que estaba quitando la maleza de las plantas...
—¿Haciendo qué? Pero si para eso tenemos jardinero... —exclamó y sin esperar respuesta de la mujer se alejó a paso apresurado hacia el jardín.
Ahí vio a Amelia inclinada en el piso, secándose el sudor con el antebrazo y con un montón de maleza a su lado. Lleva un par de pantalones cortos y una polera ligera.
—¿Qué estás haciendo? —la voz del hombre que se paró frente a ella la hizo levantar la cabeza confundida. Arrugó el ceño al no poder ver bien su rostro debido al sol que le daba de frente—. No sabes lo peligroso que es que estés al sol a estas horas.
Y sin esperar respuesta, la alzó en sus brazos. Amelia se asustó hasta que pudo darse cuenta de que es Heriberto, además evitó afirmarse en su cuello por las manos sucias que lleva producto de la tierra.
¿Qué hace él acá a estas horas? Usualmente, está en su trabajo. Además, ¿por qué parece tan inquieto? ¿Pasó algo?
Estaba a punto de preguntarle, pero él habló antes.
—Preparen un pote de fruta, y comida nutritiva, lo que sea bueno para el bebé —le dijo al ama de llaves.
—Bien, señor Salazar —respondió la mujer mayor, pero solo dio dos pasos cuando se detuvo de golpe y se giró hacia su jefe—. ¿Bebe?
Pero Heriberto ya había subido a su habitación. El rostro de Amelia tiene la misma expresión del ama de llaves porque también lo escuchó decir 'bebe'. No fue su imaginación... ¿Acaso él... lo sabe?
—Debes tener cuidado con jugar con tierra —dijo el hombre cuando la dejó en la cama y luego se acercó con una toalla húmeda y limpiarle las manos—, te puede entrar una infección, y puede invadir tu cuerpo, y después ambos estarán en peligro. Debes ser más cuidadosa, y comer mejor, compraré mucha fruta y lácteos, los huevos también soy bueno y... así nuestro bebé crecerá fuerte y sano, ¿has pensado en algún nombre? Podemos elegir una habitación para acondicionarla, una que esté cerca y...
—Heriberto —masculló Amelia confundida y asustada—. Tú, en verdad...
Tragó saliva nerviosa y se enderezó en la cama, pero su esposo volvió a acostarla acomodando varias almohadas en su espalda.