Alejandra Silva junto a su marido, Manuel Díaz, tensaron sus miradas sin decir nada. Aun cuando el resto de la familia los observa esperando una respuesta, el silencio y su expresión es suficiente para saber que el joven Salazar no miente.
—¿Cómo... que un pájaro cucú? —preguntó Claudio Sepúlveda dando dos pasos hacia adelante.
—Cariño, no... —su mujer intentó detenerlo, pero él se zafó de su agarre. Necesita saber su respuesta. ¿No es acaso el pájaro cucú, aquella ave que se mete a un nido y le quita el lugar al verdadero pichón?
Heriberto solo lo observó en silencio, sus ojos fueron hacia Dánae, que paralizada aún con la mano en su mejilla, en donde recibió el golpe, no reacciona; para al final detener su mirada en los Díaz.
—¿No piensan confesar? —los interrogó con expresión fría.
No hubo respuestas, pero ahora vio miedo en los ojos de ambos, asustados de que todos escuchen el crimen que cometieron.
—No creo que sea el lugar... para hablar de esto, somos tus suegros —dijo finalmente Manuel Díaz intentando sonreír.
—Sí, sí, podemos explicarlo todo en privado —agregó su esposa, nerviosa, afirmada del brazo de su marido.
—Si quiere podemos empezar a tener más paciencia con nuestra hija, a tratarla mejor... ¿Cierto, cariño? —agregó el hombre.
Heriberto arrugó el ceño sin decir palabra alguna, como un inquisidor, pensando en como castigar a los pecadores que tiene frente a sus ojos. La tensión en el ambiente no permite a nadie hacer siquiera un pequeño ruido.
—Qué irónico, a su hija verdadera siempre la han tratado bien —habló finalmente Heriberto, levantando su mirada hacia todos los presentes—, el detalle es que su hija nunca fue Amelia.
Al decir esto, los invitados levantaron la voz sin creerlo, ¿Amelia entonces no era hija de ellos? ¿La adoptaron? ¿Por eso nunca la quisieron como una hija verdadera? ¿Es qué acaso Alejandra perdió a su bebé?
—¿Es adoptada? —Dánae lo dijo en voz alta—. Con razón siempre se me hizo tan vulgar y...
La fría mirada que Heriberto le dirigió en ese momento la hizo callar de golpe.
—No es adoptada, más bien fue una bebé robada —al escuchar estas palabras Claudio comenzó a temblar—. Es triste incluso que ni siquiera sus verdaderos padres hicieron algo por ella.
La atención del joven Salazar se detuvo en el tío de su esposa, para luego volver hacia los falsos padres de Amelia. Mientras Claudio siente que apenas puedes respirar, y su esposa a su lado luce preocupada.
—¿Fue robada? ¿Se robaron un bebé de otra mujer? —preguntó una de las ancianas sin creer lo que aquel hombre acababa de decir.
—Fue intercambiada, Alejandra Silva le pagó a una enfermera para que hiciera el cambio. Cambiar a la hija que su propia hermana había dado a luz por la suya...
—¡Eso es mentira! —gritó Alejandra de inmediato, interrumpiendo sus palabras.
Su hermana, que ayudó a su marido Claudio a tomar asiento, se giró desconcertada con lo que acababa de escuchar, ¿acaso habla de ella? Es la única hermana de Alejandra, y es cierto que sus hijas nacieron el mismo día, eso... no puede ser. Miró a su marido notando la expresión dolida de su rostro, sin entender nada detuvo su atención en Heriberto.
Alejandra no sería capaz de eso... no lo sería... es su propia hermana, ¿cómo sería capaz de hacerle algo tan cruel? Su hija es Dánae, es la niña que crio toda su vida. No Amelia... ¿No es así?
—Tengo el testimonio grabado y firmado de la enfermera —respondió Heriberto con seriedad.
—Dánae... Dánae... es solo nuestra sobrina, ella es hija de Claudio y Francisca, de mi hermana, no es...
—¡Dánae, no es mi hija, tengo la prueba de ADN para comprobarlo! —dijo su cuñado apretando los dientes. No se había equivocado, ahora entiende por qué Amelia se parecía tanto a su fallecida hermana. Es que en realidad es ella su hija, es ella quien lleva su sangre. ¿Y qué hizo él? Tensó su mirada con rencor, porque nunca ayudó a su propia hija mientras sufría a manos de sus infames cuñados.
Su mujer lo tomó del cuello de la camisa, con las lágrimas brotando sin control.
—¡Di que es mentira! ¡Dime que eso no es así! Dánae es nuestra hija... —habló su esposa con desesperación—. No puede ser que no lo sea...
La dolida mirada de su marido bastó para confirmar lo que más temía. Se llevó las manos a la cabeza, entonces esa niña tan harapienta, que vivía señalada como un karma de su hermana, que era despreciada por sus supuestos padres, en realidad era su propia hija. La niña que dio a luz.
Se colocó de pie caminando hacia su hermana. Alejandra intentó hablar mientras la ve cada vez más cerca.
—No lo escuches, Dánae es tu hija, él miente y...
Francisca le dio una bofetada que la dejó callada en el acto. Luego la agarró de los hombros sacudiéndola con rabia.
—¡¿Qué fue lo que te hice para que hicieras esto?! —le reclamó apretando los dientes—. Si Amelia es mi hija, lo sabías, y la has estado tratando mal... ¡¿Por qué?!
—¡Porque era tu hija! —le respondió finalmente en el mismo tono—. ¿Por qué mi hija tenía que vivir con carencias cuando tu marido tiene una mejor situación económica? ¿Por qué mi hija tenía que ser menos que la tuya? Toda la vida me han hecho sentir menos que tú, decían que eras más inteligente, más bonita e incluso te casaste con alguien en mejor posición económica que yo. Yo quería que mi hija tuviera cosas mejores que la tuya, mejores escuelas, mejor ropa, mejor vida. Quería que ella fuera una princesa que pisoteara a tu miserable hija. Que mientras la mía comía cenas lujosas, la tuya no tuviera siquiera para un pan duro.
—Eres una maldita, ¡nunca te lo voy a perdonar! —gritó Francisca tirándosele encima. Tuvieron que apartarlas antes de que la situación empeorara.
Dánae manteniéndose a la distancia, aún no reaccionaba luego de escuchar todo, ¿en verdad los Sepúlveda no eran sus padres? Eso no podía ser, toda la vida a la que está acostumbrada se cae en pedazos frente a sus ojos. ¿Ella entonces es hija de ese matrimonio? ¿De sus miserables tíos? ¿De esos que vivían pidiendo ayuda a sus padres?