—No puedo creerlo —masculló Claudio conduciendo con el ceño arrugado—. Te dije que no era buena idea llevar a Dánae a ver a Amelia.
—Es cosa de tiempo, Amelia debe entender lo que está pasando con Dánae y...
Su marido frenó de golpe, deteniendo su incrédula mirada en su esposa.
—¿Y por qué es Amelia quien debe dar su brazo a torcer? ¿No viste como Dánae aprovechó cada ocasión para humillar a tu hija? ¡¿A tu hija?! —le reclamó perdiendo la paciencia.
—Pero... —la mujer se cubrió el rostro—, sé que Amelia es mi hija, pero Dánae fue criada por mí, no puedo no dejar de verla como mi hija.
El hombre la contempló en silencio, viendo sollozar a su esposa, soltó un suspiro, cansado.
—Sin embargo, dejaste ver tu favoritismo frente a tu propia hija —le habló con seriedad—. Amelia no es tan caprichosa como Dánae, por lo que todo lo esconde, puede que su rostro luciera tranquilo, pero en sus ojos pude ver la decepción que sentía. Hablas como si Dánae fuera la víctima, cuando fue Amelia quien no solo sufrió el desprecio y poco cuidado de quienes creía eran sus padres, nosotros hicimos lo mismo con ella. De pequeña pasó hambre, tuvo que aprender a valerse por sí misma. Dánae, en cambio, vivió con todas las comodidades, sin preocuparse de que iba a comer cada día, o donde dormir. Mientras Amelia tenía tres trabajos para pagar sus estudios y su salud se deterioró, Dánae solo se preocupaba de estudiar. Sin embargo, Dánae no solo le bastó tener todo, sino que vivió inventando mentiras alrededor de Amelia, haciendo su vida más difícil. ¿Aun así crees que quien más merece nuestra consideración es Dánae?
Francisca bajó la mirada.
—La mala crianza de Dánae también es mi responsabilidad, debo velar por ella. Amelia, en cambio, tiene a un buen marido a su lado, él parece quererla mucho...
El hombre la contempló sin entenderla.
—El tener un buen marido no significa que alguien no quisiera poder recibir el cariño de sus padres —señaló con severidad—. Dánae ya es una mujer adulta, es hora que aprenda a depender de sí misma. Quiero que en unos días se vaya de casa, también dejaré de darle pensión.
—¡¿Qué?! —dijo Francisca, aterrada, ¿acababa de escuchar bien lo que su marido dijo?—. Es aún una niña, no puedes decirle que se vaya de casa, así como así, tendría que buscarle un arriendo y...
—Si es lo suficientemente buena para falsificar resultados médicos, mentir, y herir a otros, puede perfectamente vivir sin nuestra ayuda. Eso le hará madurar de una vez por todas —exclamó endureciendo la mirada.
—No, puedes, no puedes hacer eso, si lo haces yo... ¡Me voy a divorciar de ti! Dánae es nuestra hija, nos necesita y...
—¿Y Amelia? —le preguntó su marido deteniendo su mirada dolida en su esposa.
La mujer titubeó.
—Amelia es una buena chica, ella entenderá que debo cuidar más a Dánae, que aún es una niña.
Claudio soltó un suspiro. Ambas tienen la misma edad, pero su esposa habla como si Dánae fuera aún una menor de edad. Si Amelia es fuerte no es porque ella lo haya elegido, fueron las circunstancias de su difícil vida que la obligaron a ser así.
—Bien, después de escucharte solo tengo una cosa que hacer. Yo elijo a Amelia, y viviré toda la vida rogando su perdón. Ya entendí que tú has elegido un camino distinto. Con Dánae fui su padre por años, pero eso no significa que voy a permitir que siga humillando a mi propia hija. Todo lo que me queda de vida quiero dedicarlo ahora solo a mi hija y a mi nieto. Por lo que acepto el divorcio.
***************************
Amelía recibió con agrado la enorme bolsa de cerezas, siempre le han gustado y parece que ahora por el embarazo se siente más atraídas a ellas. El dulce sabor de la fruta le ha quitado el recuerdo amargo de la visita de sus tíos y su prima en la mañana.
—Amelia, tienes planes esta noche —le preguntó Heriberto mirándola con atención mientras ella come cerezas sin parar.
Negó con la cabeza.
—Solo pensaba acostarme temprano y ver una película —respondió de inmediato—. ¿Por qué?
—Podríamos... salir, es un lugar que quiero que conozcas, y... quiero hoy hacer algo especial.
—¿Algo especial? —preguntó y un trozo de cereza se le escapó de la boca.
Heriberto lo recogió y se lo comió sin pensarlo, verlo hacer eso hizo que Amelia sintiera que el calor se subía a su cabeza, enrojeciendo sin poder controlarlo.
—Sí, vamos a cenar —le dijo su marido, colocándose de pie, nervioso—. Hoy, en la noche, tengo una reserva.
—Bien, no hay problema —exclamó desviando la mirada sin poder dejar de pensar en el trozo de cereza.
Lo vio alejarse sin decir más, ¿en verdad no se dio cuenta de lo que hizo? Tragó saliva volviendo a comer cerezas, parece que Heriberto tiene la cabeza en las nubes, ¿qué será lo que lo tiene tan inquieto?
Aquel en tanto fue a su despacho, sacando de una de las gavetas de su escritorio una pequeña caja roja con un anillo único que mandó a hacer. Suspiró, nunca en su vida se había sentido así de nervioso.
Detuvo su mirada en la foto ubicada a un costado del librero, en ella aparece junto a su madre, ambos aparecen sonriendo, eso fue antes de que ella cayera en la depresión. No pudo evitar recordar cuando su madre falleció y estuvo solo en su funeral mirando el ataúd, siendo aún un niño pequeño.
Fue en ese entonces cuando un anciano apoyado en un bastón entró a la iglesia y se quedó parado a su lado.
—Vendrás conmigo —dijo el hombre mayor con severidad, sin mirarlo, con sus ojos fijos en el ataúd en donde se velaba a la mujer que su hijo abandonó.
El niño pequeño se secó las lágrimas mirando al anciano, es primera vez que lo veía.
—No llores, soy tu abuelo, no estarás solo, desde hoy en adelante yo te cuidaré —le dijo colocando su mano sobre su cabeza—. Despídete de tu madre, es hora de irnos.
Titubeó antes de decidirse a seguirlo, de todas formas no había nadie más que lo hubiera reclamado, y su otro camino era ir a parar un orfanato.