—¿El señor Claudio Sepúlveda? —preguntó Amelia dejando la cuchara de té sobre la mesa.
Su sonrisa se esfumó en ese momento, ¿acaso la última vez las cosas entre sus padres biológicos no habían quedado claras? Ellos eligieron a Dánae, ¿para qué vuelven a buscarla?
—Si no quieres recibirlos estás en tu derecho —dijo Heriberto colocando su mano sobre la suya.
Amelia lo contempló con una suave sonrisa agradecida, acercó su silla, acurrucándose a su lado, como si fuese un gato. Esto hizo que su marido la rodeara con sus brazos.
—Tengo curiosidad... esta vez no voy a ilusionarme —musitó mirando hacia el cielo del comedor.
—Estoy contigo, no estás sola —le susurró Heriberto antes de darle un beso en la mejilla.
—Gracias —respondió luego mirando a la joven empleada señaló—. Hazlos pasar y que me esperen en la sala de estar, voy a recibirlos en ese lugar, pero diles que estoy ocupada para que no demoren mucho en decir lo que quieren.
—Sí, señor —dijo la mujer antes de retirarse.
—¿Piensas recibirlos? —Heriberto la miró sorprendido.
—Sí, es mejor terminar con este tema de una vez, no quiero que cuando nazca nuestro hijo este asunto siga pendiente —dijo cruzando los brazos—. Quiero vivir mi embarazo tranquila, viendo solo películas y comiendo, sin preocuparme de nada más. Ya que he tenido que congelar el semestre en la universidad y no tengo trabajo, voy a disfrutar del fruto del trabajo de mi amado marido.
Heriberto se echó a reír.
—¿Quieres que vaya contigo? —dispuesto a seguirla.
—Lo agradecería mucho.
Por lo que ante su ´tío´ ambos aparecieron de la mano. Al verlo, el hombre mayor se colocó de pie de inmediato. En verdad, el heredero de los Salazar atesora a su hija, porque incluso la ayudó a sentarse en el sofá frente suyo y no soltó su mano por ningún segundo. Pero la mirada adusta de su hija es como un puñal en su pecho, uno que sabe que merece.
—Te pareces tanto a mi hermana —dijo sin pensarlo.
Amelia al escucharlo alzó ambas cejas.
—Un día te mostraré una foto de ella... —agregó sonriendo nervioso.
La joven mujer cruzó los brazos, su tío esta vez ha venido solo, sin su esposa y la hija que criaron, por lo que si tiene algo que decirle debe ser un tema que no quiere que ellas escuchen.
—Vamos al grano, tío, ¿a qué has venido? Y solo, ¿no vino mi tía Francisca contigo?
—Nos vamos a divorciar, decidimos ir por caminos diferentes —respondió con seriedad—, pero no es asunto del cual he venido a hablar contigo.
El hecho de que se fueran a divorciar la sorprendió. Eran una pareja que parecían amarse tanto como para estar juntos toda la vida. Con razón el hombre luce tan cansado y desanimado, ¿el divorcio habrá sido por la causa de que descubrieron que Dánae no era su hija biológica?
—Está bien, lo escuchó y...
Al ver al anciano ponerse de rodillas, Amelia no pudo evitar colocarse de pie en el acto, sorprendida, miró a su marido sin entender las intenciones de a quien toda su vida vio como a su tío, Heriberto solo se alzó de hombros, también confundido de ver al hombre mayor inclinado.
¿Por qué hace esto? ¿Busca el perdón por las maldades de su prima? Amelia tensó su rostro al ver como es capaz de humillarse por una hija que ni siquiera es su hija real.
—Sé que no tengo derechos a ser tu padre, sé que nunca te di una mano cuando más necesitabas, y eso jamás me lo voy a perdonar, y que no hay forma de compensarte de todo lo que has tenido que vivir —dicho esto Claudio bajó la cabeza, dolido y triste—, por eso te suplicó que me permitas ser parte de tu vida, aunque sea solo mirarte desde la distancia. No espero que un día me llames padre porque sé que no lo merezco. Lo siento tanto por todo lo que has sufrido, por no estar ahí cuando más me necesitabas, y estoy dispuesto a recibir cualquier castigo. Ya cambié mi herencia, todo lo dejaré para ti, aunque no me aceptes en tu vida, todo será tuyo.
Amelia, sin saber qué decir, se quedó mirándolo en silencio, sin ocultar su sorpresa. No pensaba que su razón para arrodillarse frente a ella no fuera para pedir consideración por Dánae y quitar la denuncia de falsificación de exámenes médicos que Heriberto presentó contra ella, sino que para disculparse por haberle fallado como padre.
No se preparó para esto.
—Señor... Sepúlveda, póngase de pie —exclamó al final tragando saliva.
El hombre al escucharla levantó la cabeza, aunque lo ha llamado 'señor' por lo menos es mejor a que lo llame 'tío'. Siente un tono menos distante que antes.
—Yo no sé aún qué decirle —señaló la mujer con sinceridad, volviendo a tomar asiento—. La verdad es que no estoy preparada para algo así. Por primera vez mi vida parece al fin haber tomado un rumbo más tranquilo, y volver a empezar es un riesgo.
Claudio, desesperanzado, se colocó de pie. ¿Qué esperaba? ¿Qué lo aceptará después de todo? No la culpa y respetará la decisión de su hija de no quererlo en su vida, aun así le dejará la herencia, es lo menos que puede hacer por ella. Aunque cuente con el patrocinio de su marido y la familia Salazar, es bueno también tener que su hija tenga su propio patrimonio.
—Entiendo —musitó resignado, colocándose de pie.
—Aun así deme algo de tiempo —dijo Amelia en el momento que él estaba dispuesto a respetar la decisión de su hija y dejarla en paz—. Aún es difícil, por eso le pido que me dé tiempo para responderle.
—¿Amelia? —señaló Heriberto porque tampoco esperaba que ella le diera otra oportunidad, pero la mujer le tomó de la mano y le sonrió con suavidad. Aquel solo movió la cabeza de forma afirmativa. Y con seriedad miró a quién es su suegro, su mirada amenazante fue suficiente para advertirle que si hiere a Amelia lo pagará caro.
—Lo haré, muchas gracias —dijo conteniendo las lágrimas.
Con esta esperanza hará todo lo posible por compensar a su hija. Aunque nunca podrá borrar su pasado, y ese es una culpa que cargará toda la vida.