Mi Feliz matrimonio forzado

Capítulo 34

Con la mirada fija en la puerta, los ojos enrojecidos y las manos juntas, esperó con impaciencia. Las horas se le hicieron eternas; cada vez que un minuto avanzaba en el reloj colgado en la pared, sentía más dolor en su pecho.

Hubo momentos en que se colocaba de pie y caminaba de lado a lado, sin sentido alguno.

No quiere pensar en lo peor, se aferra a que todo saldrá bien, pero ¿y no? ¿Podría volver a casa sin ella? ¿Podría vivir sin escuchar su risa? ¿Sin ver el brillo de esos ojos que se detenían en los suyos? ¿Sin escucharla decir locuras? ¿Sin alterar su vida monótona y aburrida?

No quiere volver a hundirse en esa vida ni volver a ser quien era antes de que se conocieran y se casaran. Sin Amelia ya nada tendría sentido para él.

—¿Cómo está? —preguntó un hombre mayor llegando corriendo al lado de Heriberto—. ¿Qué pasó?

Al ver al hombre a su lado, no pudo evitar tomarlo del cuello de la camisa, apretando los dientes con rencor. No es su culpa del todo, pero aun así no puede evitar sentir este resentimiento. Claudio lo miró asustado y confundido; ¿acaso Amelia está peor de lo que le dijeron?

—Danae, tu hija, empujó a Amelia hacia la calle; por fortuna no fue atropellada, pero el golpe fue tan fuerte que su parto se adelantó —exclamó apretando los dientes.

Claudio lo miró descolocado, ¿Danae hirió a su hija Amelia? Retrocedió confundido, con la mirada perdida. Siempre le preocupó que Danae intentara hacerle algo a Amelia, y por eso la estuvo vigilando, pero después de meses se confió. Se llevó la mano a la cabeza y se apoyó en la pared. Es toda su culpa.

—Es mi sobrina, no mi hija. La única hija que tengo es Amelia... —habló levantando la mirada.

¿Por qué Amelia tiene que seguir sufriendo a manos de esa hija que crió y cuidó? ¿Por qué Danae no es capaz de reconocer que todo lo que recibió era de Amelia y ser más agradecida con él y su hija? La mandó a vivir la vida de adulto con esperanzas de que se arrepintiera de todo el daño que hizo y se diera cuenta de cómo tuvo que vivir su hija por años. Ponerse en los zapatos de Amelia se supone que debió haberla hecho recapacitar.

Si hubiera sabido que esto iba a pasar, la hubiera mandado fuera del país.

En eso su teléfono comenzó a sonar. Tensó la mirada al ver que es Danae quien lo llama. ¿Cómo se atreve a hacerlo? Contestó arrugando el ceño y con voz ronca.

—¡Papá, ayúdame! Necesito un abogado y...

—¿Un abogado? Danae, heriste de gravedad a Amelia, ¿en verdad no te arrepientes? —masculló con severidad.

—... Papá... yo... no fue mi intención, ¡la culpa es de esa mujer! —reclamó con rabia alzando la voz—. Todo es su culpa. Si hubiera muerto a días de nacer, todo sería mejor para mí, yo podría ser feliz... nunca me hubiera enterado de que no era su hija, ahora no tendría que vivir así y...

—La odias tanto cuando Amelia nunca te ha hecho nada... —la interrumpió el hombre endureciendo su voz, entrecerró los ojos—. Antes te dije que no volvieras a contactarme hasta que estuvieras dispuesta a disculparte con Amelia. Pero ahora veo que nunca lo harás. ¡No me pidas que te ayude cuando has herido a mi hija! ¡No vuelvas a llamarme jamás y no vuelvas a llamarme padre! No quiero saber más de ti, te atreviste a herir a Amelia, y aun así no te arrepientes. La culpas cuando fuiste tú la causante de su accidente. Olvídate de mí.

Y colgó sin esperar respuesta. Heriberto lo miró de reojo, sin decir nada; en cuanto se asegure de que Amelia está bien, hará todo lo que esté en sus manos para mandar a esa mujer a la cárcel. Le ordenará a sus abogados que están llevando la acusación contra ella por falsificar documentos de la clínica de su abuelo agregar esta causa de intenciones de herir con gravedad a su esposa.

—¿Señor Salazar? —En ese momento apareció el médico obstetra que llevaba el control de Amelia.

Heriberto, sin esperar, se acercó al médico. La tensión hace que los latidos de su corazón sean tan fuertes que puede oírlos en su cabeza.

—Su hija ha nacido, pero como nació prematura ha sido llevada a una incubadora; es una niña sana y fuerte, en unas semanas ya debería poder irse con sus padres a casa.

—Muchas gracias, doctor. ¿Y en cuanto a Amelia?

—Ahora está en recuperación, pronto será trasladada a una habitación y podrá verla.

El rostro de Heriberto se iluminó al escucharlo decir esto, y su corazón comenzó a calmarse. Quisiera ahora correr al lado de Amelia y abrazarla con fuerzas. Pero el médico dijo que deben esperar que salga de la sala de recuperación.

—¿Desean ver a la bebé? —le preguntó una enfermera apareciendo al lado del doctor.

Ambos siguieron a la mujer, tuvieron que ponerse bata, guantes y mascarilla antes de poder entrar y ver a la bebé. Heriberto se quedó en silencio mirando a la pequeña y frágil criatura que movía sus manos en esa enorme cuna. Quisiera tomarla, pero no puede aún hacerlo hasta que salga de la incubadora.

Ver a tan pequeño ser le hace sentirse extraño, pensar que esa semilla creció dentro de la panza de su mujer. Le costó retener las lágrimas, no puede creer que un día ser padre lo emocionaría de esa forma.

La enfermera le mostró la forma como podía tocar a la bebé, y le aconsejó que le hablara. La pequeña manito se aferró a su dedo y Heriberto sonrió.

—Hola, chiquita, soy tu padre, ¿ha sido difícil llegar al mundo? Tuviste que llegar antes, pero no te preocupes, saldremos de esto. Tienes una mamá muy valiente, tienes que aprender mucho de ella, es la mujer más hermosa que conocerás en tu vida. Debes atesorarla toda la vida, y nunca hacerla llorar. Papá se encargará de cuidarlas a las dos... lo prometo.

Heriberto lo contempla en silencio, también se siente conmovido de conocer a su nieta, pero no quiso interrumpir el encuentro entre padre e hija. Si Amelia pudiera verlos, de seguro se emocionaría.

—Papá te protegerá toda la vida —le susurró Heriberto con ternura.




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