Mi gato Sam

Hola

        Ana se encontraba recostada sobre su cama frente a su computadora, escuchando su música favorita y bebiendo ocasionalmente el vaso de refresco posado sobre su velador, junto a la lámpara que brindaba la principal fuente de luz de aquella fría noche de invierno.

       Las redes sociales eran una adicción para ella, y el tiempo que no dedicaba a los estudios y a sus amigas las gastaba frente a la computadora subiendo fotografías, historias y textos inspirados en sus experiencias a lo largo de su vida, aunque muchas veces ficticias.

        Si bien eran casi las 11 de la noche, su jornada de vicio y entretenimiento, al igual que todos los días de sus últimos 3 años, no terminaba hasta casi dentro de 2 horas. Siempre cerraba su laptop y apagaba su lámpara casi una hora después de la media noche.

       Vivía con sus padres y su gato Sam, el compañero eterno que era el encargado de brindarle la compañía que tanto anhelaba en su vida, y era más que suficiente, al menos en sus jóvenes 17 años.

        Esa noche, la más fría desde 1986 en su pueblo natal, el termómetro marcaba temperaturas bajo cero, y se encontraba bastante arropada sobre su cama comentando y leyendo noticias en sus redes cuando recibe un extraño mensaje que pudo visualizar inmediatamente en la pantalla: “Hola”. Extrañada, inmediatamente abrió la ventana emergente para darse cuenta deque el nombre del emisor era DCLXVI.

       Por supuesto, ignoró el mensaje para enforcarse en un video musical de su grupo favorito, sin embargo, a los pocos segundos nuevamente el mensaje en su pantalla: “Hola”. Comenzó a preocuparse, así que pasó por alto otra vez al usuario al otro lado de la pantalla, pensando que con ello sería suficiente para librarse de aquel molestoso.

        Se levantó al baño para orinar y lavarse las manos y dientes, se asomó a la pieza de sus padres, ambos estaban dormidos. Volvió a su habitación, y Sam se encontraba en el mismo lugar: acostado a los pies de su cama. Se metió entre las sábanas, sentada y apoyando su espalda sobre el respaldo, flectó las rodillas y puso su laptop sobre sus muslos para continuar indagando en las redes sociales.

       Casi al instante, recibe el tercer mensaje de la misma persona: “Que lindo gato que tienes”. Este mensaje la preocupó bastante, pero no lo suficiente, ya que no era la primera vez que le hacían la misma observación. En sus redes sociales abundaban las fotos y videos de Sam, su inseparable compañero y su más fiel amigo.

       “Gracias”, respondió Ana, creyendo que sería algún seguidor. Ingresó al usuario buscando algún tipo de información, pero nada. Una página en blanco. Posiblemente un error en la página, pensó.

       Ana no era de las personas que le daban mucha importancia a las cosas, no eran pocas las veces que le hablaban de algún número o cuenta desconocida, pues era una joven hermosa. Pero esta vez sentía algo diferente, sobretodo después del cuarto mensaje: “¿siempre se acuesta a los pies de tu cama?”.

       Se asustó tanto que arrojó la computadora a los pies de la cama, cosa que sobresaltó a Sam, y se paró inmediatamente. Su respiración se puso algo acelerada, y su mirada recorrió inútilmente la habitación.

       Caminó hacia la ventana, estaba oscuro, pues las luces de los faros no iluminaban lo suficiente. A pesar de que su dormitorio se encontraba en un segundo piso, abarcó todo el panorama con su mirada. De pronto, se percató que desde la ventana de la casa del frente, también en el segundo piso, había un hombre parado observándola. Estaba a contraluz, por lo que la tenue luz de la habitación era suficiente para mostrar a la figura mirándola inmóvil.

       Si bien no podía distinguir con claridad, podía ver los ojos en ella. Fueron casi 5 segundos, pero se sintió una eternidad, por lo que cerró rápidamente las cortinas, corrió hasta su cama y se trató de concentrar y distraer viendo videos y escuchando su pegajosa música.

       Después de algunos minutos, llega un nuevo mensaje del destinatario DCLXVI: “No te asustes, sólo quiero hablar contigo”. Ana, muy asustada, se iba levantando a avisarle a sus padres cuando lee en su pantalla: “Si le avisas a tus padres sería una lástima, no quiero hacerles daño a ellos también”. Su corazón se aceleró, miró en todas direcciones. Puso pestillo a la habitación, Miró a Sam, quien volvió a dormirse en el mismo lugar. Ana encendió la televisión, para crear ruido ambiental y sentirse más segura, subió un poco el volumen a su música y se volvió a arropar con las sábanas.

       Al cabo de unos minutos, en los cuales poco a poco fue calmándose, se levantó para fumar el tercer cigarrillo del día. Con cautela abrió la cortina y la ventana, divisó rápidamente a la casa de en frente, pero para su alivio no había nadie. Cuando comenzó a encender el cigarro miró hacia la calle para darse cuenta que en el medio de ésta, justo en el eje, se encontraba de pie innerte la misma figura.

       Ana cayó de espaldas con sus ojos abiertos completamente, su respiración se agitó de inmediato y su cuerpo se puso tenso. No podía creer lo que veía, tenía que ser una broma, y de muy mal gusto.

       Desde el suelo, miró a Sam quien había despertado con el golpe de su trasero sobre el piso. El gato seguía inmóvil en el mismo lugar, pero sus ojos estaban clavados en la ventana, mirando hacia el exterior.

       La joven se levantó para cerrarla, y en ese momento lanzó un grito ahogado cuando ve que frente a su ventana, a tan sólo unos centímetros se encontraba la misma persona, mirándola fijamente. La débil luz de su lámpara no fue suficiente para iluminar su rostro, pero si su sonrisa. Sus blancos y notorios dientes se observaban entre sus labios. Sonreía, ese maldito psicópata sonreía.



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En el texto hay: misterio, terror, terror suspenso

Editado: 13.07.2021

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