ALINA
Lea es una niña bastante inteligente y madura para su edad. Lee muy bien y, mientras esperábamos el coche, ya había leído un montón.
Cuando la secretaria nos avisó de que el chofer había llegado, bajamos. Al subir al coche, Lea le dice al conductor sin dudar:
— Vamos a una cafetería.
Él nos mira por el retrovisor y responde:
— Pero, según las instrucciones de Albina Viktorivna, debo llevarlas directamente a casa.
— Iremos a casa, Vladímir Fiódorovich, pero antes pasaremos por la cafetería a la que mi papá siempre me lleva.
— Señorita Lea Arsénievna, ¿no sería mejor avisarle a Albina Viktorivna? Se va a preocupar.
— Está bien, avísele —responde la niña a regañadientes.
El chofer llama de inmediato a la administradora y comienza a explicarle la situación. Yo, mientras tanto, me siento fuera de lugar. No me resulta cómodo, pero tampoco creo que una niña deba vivir con tantas restricciones. Aunque hay algo que no puedo dejar de preguntarme: ¿dónde está la madre de esta niña? ¿Por qué está siempre al cuidado de niñeras? ¿En qué está tan ocupada como para no pasar tiempo con su hija?
Por supuesto, no puedo preguntarle eso a la niña. Y quizá no sea asunto mío. Pero aun así…
— ¡Nos vamos!
Parpadeo al oír al chofer.
— Pero Albina Viktorivna dijo que no debíamos tardar —advierte él.
— No nos vamos a tardar —le prometo.
Media hora después, ya estábamos sentadas en la cafetería. Lea comió rápidamente lo que pidió y enseguida se fue a jugar con otros niños. Yo la seguí. Me quedé parada observándola, sin poder quitarle los ojos de encima; me preocupa, es tan inquieta, tan vivaz…
Cuarenta minutos más tarde, tal como habíamos acordado, volvemos al coche. Lea está feliz, literalmente saltando de alegría. La ayudo a subir al coche y ella ya me está mostrando en su cuaderno las tareas que tenemos que hacer. Luego, quiere que la acompañe a dar un paseo hasta el lago que está cerca del barrio.
Me sorprende lo rápido que se encariñó conmigo. Supongo que es porque no le prohíbo nada. Pero, ¿y yo qué? ¿Quién soy para prohibirle algo a una niña? Lo importante es que me obedece y, además, no puedo negar que me resulta muy agradable estar con ella.
Llegamos a casa, donde ya nos espera Albina Viktorivna con cara de pocos amigos. Apenas bajamos del coche, empieza con el interrogatorio:
— ¿Por qué fueron a la cafetería? ¿Quién autorizó eso? ¡Es una grave violación del horario de la niña! ¿Arsén Maksímovich lo sabe?
La miro y, antes que nada, la saludo:
— Buenas tardes, Albina Viktorivna. Mi nombre es Alina Vladímirovna. Hoy estoy a cargo de Lea y asumo toda la responsabilidad por haber roto ese horario tan rígido —le digo con firmeza—. Una niña no es un robot. No está en un campamento, y tiene derecho a descansar. Y, además, no… Arsén Maksímovich no está al tanto…