Mi Luna es Mayor & Difícil

6. Un Calor Distinto

68747470733a2f2f73332e616d617a6f6e6177732e636f6d2f776174747061642d6d656469612d736572766963652f53746f7279496d6167652f413168784f5676526b51597269773d3d2d313534353833393335322e313834343136353134323165613166623336303933333432383636302e706e67

Al otro día, Catherine finalmente llegó a Texas.

Y decidió pararse allí.

Aunque su destino final era Arizona.

Un lugar que había escogido al azar, recordando aquel billete de lotería que le ayudó a limpiar la caca de paloma que le había caído en la muñeca.

Sabía que también tenía que dejar descansar su carrito.

Llevaban más de dos mil kilómetros corriendo sin parar, todavía le faltaban otros dos mil para llegar a Arizona, y al pobre ya se le escuchaban los quejidos del motor como si suplicara por una eutanasia.

Por eso decidió quedarse al menos un día.

También tenía que buscar un lugar donde quedarse, porque llevaba más de veinticuatro horas sin bañarse y ya se estaba asqueando de sí misma.

Texas no le pareció un mal lugar.

Estaba en Dallas.

Aunque la ciudad tenía edificios, le agradaba ver la cantidad de espacios verdes que había.

En Nueva York no había muchos lugares así.

Por eso, al ver lo limpia y verde que era Dallas, se sorprendió.

Aunque, si somos sinceros… yo creo que más verde que Nueva York, cualquier ciudad lo sería.

Aquel día pasó rápido, pero, de todo, lo que más disfrutó Catherine fue algo que nunca creyó que disfrutaría:

El rodeo.

Aunque no era un rodeo tradicional.

En vez de tener a un toro amarrado por las patas traseras y un jinete intentando quedarse encima el mayor tiempo posible…

En ese, había mucha gente dentro de la jaula.

Y el toro era soltado.

Entonces todos intentaban correr. Huir lo más lejos posible de él.

Fue bastante gracioso.

Eso… hasta que un hombre recibió un cuernazo en la retaguardia que le sacó un chillido como si fuera una mujer en celo.

El tipo salió volando con tanta gracia que Catherine dudó si estaba viendo un rodeo o una coreografía moderna de ballet interpretada por gente sin seguro médico.

—¡Dios santo! Apiádate del pobre —murmuró Catherine, con los ojos bien abiertos.

Sintió una punzada de pena ajena.

Hasta sintió dolor en su propia retaguardia, como si hubiera sido ella la que recibió el golpe.

—Eso fue una cosa seria —dijo el chico a su lado.

Ella lo miró.
Él la miró a los ojos.
Y después, ambos estallaron en carcajadas.

Una risa contagiosa se esparció entre las bancas, y pronto todos estaban riendo.

La risa fue tanta que solo aumentaba.

Las personas ahora se reían simplemente de las risas graciosas que hacían entre sí.

Catherine y el chico, junto a un grupo de desconocidos, salieron del lugar.

—Ohhh… no puedo más —dijo el chico, agarrándose la barriga.

—Tú lo empezaste —dijo Catherine, casi sin aire.

—¡Claro! —respondió él, incrédulo, mientras rodaba los ojos.

—¿Quieres unirte a nuestro grupo? —preguntó una de las chicas.

Catherine la miró.
Las dudas la embargaron.
Nunca había sido tan espontánea como para aceptar salir con extraños…

Pero recordó aquella canción que tanto le gustaba:
Bonita la gente que vibra distinto, que siente sin miedo, que vive sin filtros.

Ya era momento de experimentar.
De vivir su vida sin barreras.

Y aunque estuviera en sus treinta… no le importaba.
Porque, al final del día…
Nunca es muy tarde para comenzar.

—Me encantaría —dijo, con una sonrisa.

Entonces todos se fueron.

Ella, junto con la muchacha que se llamaba Cynthia, se fue en su auto.

Los otros subieron a una colorida furgoneta Volkswagen y partieron rumbo a las afueras de la ciudad.

—Ya verás, te encantará. Pasamos toda la noche cantando, contando historias… y fumando —dijo Cynthia entre pláticas.

Catherine no sabía si se estaba uniendo a un grupo de amigos o a una secta bien maquillada, pero ya estaba dentro.

Había algo en la furgoneta Volkswagen con calcomanías de "Ama y deja amar" y "No pises mis chacras" que le inspiraba confianza. O terror. O ambas.

Luego de recorrer bastante bosque, por fin llegaron.
Allí, varios autos estaban ya estacionados.
El grupo se reunió alrededor de una gran fogata.

Catherine sintió una oleada de emoción al instante.

Siempre había soñado con presenciar algo así.
Solo lo había visto en películas.
Y le encantaba lo cálido que siempre esas escenas parecían.

—¡Llegaron! —saludó una de las chicas con alegría, abrazando a todos, incluida a Catherine.

No había muchas personas.

Solo las suficientes como para que Catherine no se sintiera abrumada.

Y mentalmente… agradeció aquello.

—¿Quién quiere que le lea las cartas? —gritó uno de los chicos presentes con entusiasmo.

—¡Paloma! —gritó Cynthia, señalando a Catherine con una sonrisa traviesa—. ¡Ella es nueva! Léeselas a ella.

Catherine se sobresaltó.

Escuchar que se llamaba Paloma, igual que la paloma gorda que la había estado persiguiendo… no era algo que esperara.

—De acuerdo —dijo felizmente la tal Paloma, sentándose frente a Catherine con un brillo casi místico en los ojos.

Paloma revolvió las cartas como si estuviera lanzando una maldición gitana.

Catherine casi retrocedió cuando la vio cerrar los ojos y susurrar en un idioma que probablemente era solo español mal pronunciado con acento dramático.

Hizo un movimiento extraño con las cartas, uno que confundió todavía más a Catherine, y luego las esparció frente a ella.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.