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Alejandro bajó del auto y le abrió la portezuela del copiloto a su madre. Habían pasado ya tres días desde el funeral y Adela decidió regresar al trabajo; aunque su hijo le había insistido en que descansara unos días más, ella no se dejó convencer, simplemente le dijo que necesitaba distraerse y no pensaba quedarse encerrada, llorando a su marido muerto y regodeándose en su tristeza. Así que Alejandro decidió aplazar un par de días más su propio trabajo para acompañar a su madre hasta comprobar que ella estaba bien y así él poder regresar a su casa y retomar su vida y sus actividades cotidianas.
Entraron a la casa de modas de su madre y varias empleadas la saludaron, algunas desde lejos, ocupadas en lo que sea que estuvieran haciendo. Alejandro apenas sí miró a su alrededor, tomó a su madre del brazo y la llevó a su privado.
— ¡Lucy! Si estás desocupada, me gustaría ver los bordados que estás haciendo, por favor. — Exclamó su mamá antes de entrar.
Una vez dentro del privado, Adela se sentó ante su escritorio y se puso a revisar todos los documentos que había sobre él, cuidadosamente ordenados. Alejandro se dirigió hacia la ventana y se recargó en el marco, mirando distraídamente hacia afuera.
— Sabía que, si me demoraba unos días más en casa, se me iba a acumular el trabajo. — Dijo la mujer con un suspiro.
— Pero tienes gente bien capacitada para llevar todo esto. — Respondió Alejandro, girándose hacia ella. — ¿Qué pasa si te enfermas? ¿Se hundiría todo esto sin ti?
— Sé que tengo gente muy leal y muy trabajadora. — Asintió la mujer con una tenue sonrisa. — Y no, la verdad es que dudo mucho que se hunda, pero me gusta estar pendiente de todo y ver que las cosas se hagan bien y a tiempo. Si hemos tenido éxito, es porque los clientes reciben atención personalizada de mi parte. Aunque yo misma hace mucho que no me pongo ante una máquina de coser, créeme que a muchas mujeres les gusta presumir que llevan un vestido con nuestro nombre.
Alejandro sonrió sutilmente.
— Lo que has hecho con esto es impresionante, debo admitirlo. — Asintió con orgullo. — De coser vestidos en tu casa, con una vieja máquina, a tener una casa de modas tan prestigiosa con tantas empleadas, has avanzado muchísimo.
— Gracias al apoyo de tu papá. — Dijo la mujer con un suspiro de tristeza. — Él hasta me ayudaba cosiendo botones cuando regresaba de trabajar, aunque no lo creas.
— Lo sé. A mí también me tocó coser botones. — Dijo Alejandro, con una tenue sonrisa.
Una tímida llamada a la puerta se escuchó, y un instante después, entró una mujer, mostrando una expresión de desconcierto y preocupación. En sus brazos llevaba varias piezas de tela.
— ¿Pasa algo, Celia? — Preguntó Adela con curiosidad. — ¿Dónde está Lucy? ¿Esos son sus bordados?
La mujer miró a Alejandro con angustia y luego se dirigió hacia el escritorio.
— ¡Ay, señora Adela! — Exclamó consternada, colocando las muestras sobre la superficie. — Honestamente, no tengo la menor idea de qué pasó. Pero Lucy acaba de renunciar hace un momento y salió corriendo como alma que lleva el diablo.
— ¿Qué dices? — Exclamó la mujer poniéndose de pie. — ¿Cómo que renunció? ¿Por qué? ¿Le pasó algo?
Alejandro miró todo con curiosidad, sin decir una sola palabra. La empleada se sonrojó visiblemente.
— En serio no lo sé. — Negó enfáticamente. — Estaba conmigo, mostrándome los bordados, cuando ustedes dos llegaron. Los vio, se puso pálida, me preguntó quién era él, le dije que su hijo, agarró sus cosas y dijo que ya no podía seguir trabajando aquí. Que le agradeciera a usted por todo y que la disculpara. Le juro que no me dio tiempo de nada.
Adela, sorprendida, se giró hacia su hijo.
— ¿Le hiciste algo a Lucy? — Preguntó algo molesta. — ¿Qué tienes que ver con ella y por qué se fue en cuanto te vio?
— Madre, no tengo la menor idea de quién carajos están hablando. — Dijo este frunciendo el ceño. — Sabes que nunca vengo a tu tienda y mucho menos conozco ni tengo trato con tus empleados. ¿Quién es esa Lucy de la que hablan?
— Lucía es una de mis más leales trabajadoras y, por mucho, la mejor de mis bordadoras. — Dijo la mujer mirándolo con el ceño fruncido. — Los bordados que hace son verdaderas obras de arte. Pero independientemente de eso. ¡No puede quedarse sin trabajo! La pobre está llena de deudas y está saliendo de una situación muy difícil. ¿De qué te conoce?
— En serio, no sé de quién me están hablando. — Negó él, algo intrigado.
— Lucy estuvo en la funeraria el día del velorio de don Alex. — Intervino Celia con algo de timidez. — Honestamente, no pensábamos que fuera a ir dado todo lo que acaba de pasar la pobrecita, sin embargo, no sé de dónde sacó valor y fuerzas para presentarse a pesar de lo doloroso que, supongo, era para ella estar ahí.
Alejandro frunció el ceño recordando a la joven llorosa con la que había hablado y de quien ya se había olvidado totalmente.
— ¿Joven, llenita, vestida de negro, llorando como si ella misma fuera la viuda? — Preguntó con algo de desprecio.