Mi Más Grande Error

Capítulo 4

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Lucía se esmeraba en atender las mesas de la fonda, que ese día estaba inusualmente concurrida porque mucha gente del pueblo había acudido, algunos a consumir algo, otros sólo a conversar. Ella no prestaba atención a los chismes, simplemente les tomaba su orden a los comensales y corría a la cocina a pasar la comanda para luego regresar a servir los alimentos. 

— Lo que sí es que esa camioneta que trae no es barata... — Dijo una mujer sentada ante la mesa que la joven atendía, dirigiéndose a alguien en una mesa cercana, luego se giró hacia la joven.  — ¿Tú lo has visto, Lucy? ¿Es tan guapo como dicen? 

Ella la miró sorprendida. 

— Disculpe vecina, no sé de lo que me está hablando. — Negó con el ceño fruncido. 

La mujer soltó una pequeña risa. 

— ¡Pues serás la única que no está enterada! — Exclamó mientras señalaba a su alrededor. — Todo mundo está hablando de un hombre que acaba de llegar al pueblo y que rentó una casa. De hecho, la rentó junto a la tuya, por cierto. ¿No lo has visto? 

— La verdad es que no, ni siquiera estaba enterada. — Respondió Lucy con el ceño fruncido. — Honestamente, yo salgo de aquí taaaan cansada que, luego de cenar con mi suegra, me voy a encerrar a mi casa con mi hija y no le pongo atención a nada. 

— Dicen que lo primero que hizo, fue contratar internet. — Dijo alguien más. — Que ya se lo instalaron, pero que el muchacho que se lo puso, por más que quiso sacarle plática, no consiguió nada, que el hombre ese es muy callado y no soltó prenda. 

— ¿Y por qué tanta curiosidad con ese hombre? — Preguntó Lucía, mientras caminaba a recoger los platos sucios de otra mesa. 

— ¿Cómo que por qué? — Intervino otra de las meseras. — ¡Este pueblo es tan aburrido que cualquier cosa que pase por supuesto que nos va a interesar a todos! 

Varios comensales, y las meseras, soltaron carcajadas ante eso. Incluso Lucy sonrió brevemente, aunque luego de encogerse de hombros, regresó a la cocina dejando a los demás seguir comentando. 

Regresó con un plato en las manos y se acercó a la mesa donde estaba un hombre solo que le hacía sentir algo incómoda. 

— Aquí tiene, que lo disfrute. — Dijo con seriedad, dándose la vuelta. 

— Lo disfrutaría más si te sentaras a comer conmigo. — Respondió él, lo bastante fuerte como para que los demás lo escucharan, quedándose todos en silencio. 

— No como con los clientes. — Respondió Lucía con seriedad, y se dirigió a otra mesa a recoger platos sucios. 

— Pues si quisieras, yo no sería un cliente y tú podrías sentarte aquí a que otras te atendieran a ti. — Insistió el hombre. — ¿Para qué trabajas tanto? Yo bien podría mantenerte a ti y a tu chamaca. 

Lucía, algo molesta, pero tratando de mantener la calma, dejó los platos de nuevo sobre la mesa y se giró a él, mientras todos miraban atentos. 

— ¿Alguna vez le he coqueteado a usted o me ha visto coquetearle a alguien más? — Le dijo con firmeza. 

— Pues no... — Negó el hombre. — Pero ni falta hace. Estás bien chula, y estás sola, yo puedo cuidar de ti y de tu chamaca y ver que nada les falte. 

— ¿A cambio de qué? — Preguntó ella evidentemente enojada. — ¿De calentarle la cama?  

El hombre soltó una franca risa mientras los demás miraban sin perder detalle, algunos sonrieron, otros levantaron las cejas, algo escandalizados. 

— ¿Acaso tengo la palabra “piruja” escrita en la frente? — Continuó Lucía. — ¿Qué he hecho para que me falte al respeto de esa manera? 

— ¡Yo no te estoy faltando al respeto! — Dijo el hombre empezando a molestarse él también.  

— ¡Lo está haciendo al insinuar que yo soy capaz de acostarme con cualquier pendejo que me lo proponga con tal de sacar dinero para mi hija! 

— ¡Se calla la boca, se traga su comida y se me larga inmediatamente! — Intervino Jacinta, la dueña del local. — ¡Ni a Lucía, ni a ninguna otra de las muchachas me le va a estar faltando al respeto! ¿Qué fregados se cree? ¡Esto no es un prostíbulo! 

— Buenos días...  

La voz de otro hombre interrumpió la discusión, todos se giraron a mirar y soltaron exclamaciones de sorpresa ante el hombre alto, de lentes y mirada seria, que entraba con decisión al local y se sentaba ante una mesa vacía. 

Lucy lo miró sorprendida y se acercó a él hecha una furia. 

— ¿Qué haces aquí? — Preguntó con brusquedad. 

El hombre sonrió y se encogió de hombros. 

— Vine a comer, tengo hambre... — Luego la miró, volviendo a ponerse serio. — Hola, Lucía. ¿Cómo has estado? 

Todos se asombraron al ver que el extraño sabía el nombre de la joven. 

— Me refiero que a qué carambas haces aquí en este pueblo. — Respondió, ella señalándolo con el dedo. 

— Seguirte, por supuesto. — Dijo él tomando el menú que estaba en la mesa y hojeándolo. — Todos nos quedamos muy preocupados por ti y por tu niña y queremos asegurarnos de que están bien y que no les falta nada. Y como no respondes el teléfono... 




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