001
Una hermosa mujer, de un cabello largo, de color casi transparente, que hacía juego con su vestido blanco, y sus ojos de cristal. Una impoluta figura, en el medio de un paisaje vacío.
Frente a ella, un muchacho. Estaba en el suelo, como si hubiera caído en este lugar. Mirar aquella figura ciertamente le aterró.
"Hijo.” Dijo la dama de blanco. “Mi hijo.”
“¡¿Quién eres? ¿Por qué estoy aquí?!” Exclamó el muchacho, en lleno terror. “¡¿Qué es esto?!”
“Verás en algún punto, hijo. Tengo una misión para ti. Has de completar lo que yo algún día comencé.” Dijo, mientras se acercaba a él. “La hora de los dioses llega a su fin, y tú deberás de traer el ocaso al mundo que ya no cree.”
“¡Pero Yo—“
Antes de que pudiera decir algo, ella se arrodilló frente a él, y extendió su mano.
“Recuerda, hijo: Acudiré siempre a tu llamado, solamente tienes que nombrarme en tu corazón.”
“Madre...”
Ella extendió su dedo en dirección a la frente de él, y lo apoyó suavemente.
“¡Ah!”
Un grito sordo, en medio de una habitación oscura, bañada solo en la luz del plenilunio. El muchacho se tocaba, como cerciorándose de que cada parte de él vienese consigo al ‘mundo real’.
“¿Fue todo un sueño?”
Miró a su alrededor. La habitación parecía estar llena de otras camas.
“No recuerdo haberme dormido aquí...”
Confusión. La confusión le llenaba la mente. Desde aquel sueño, hasta ahora estar en un lugar desconocido.
“¿Qué se supone que es esto?” Dijo, mientras se quitaba las mantas de la cama de encima.
Miró sus manos. Temblaban. Tocó su pecho, y se sentía aún agitado. Sudaba.
‘¿Seguirá siendo un sueño?’ Pensó. ‘Hay solamente una forma de averiguarlo.’
“¡MALDITA SEA!”
Su grito se esparció por toda la sala. Confundidas, una a una, figuras oscurecidas por la penumbra se elevaban de sus camas. Miraban a todos lados en terror.
Una sombra más entró corriendo, abriendo de par en par las puertas que separaban aquella habitación de lo que sea que haya afuera. Más claramente, era una mujer. Vestía un atuendo de enfermera o algo por el estilo, un vestido hasta las rodillas con un delantal.
“¡¿Quién fue?!” Exclamó ella. “¡¿Quién gritó de aquella forma?!”
“¡Yo!” Dijo el muchacho. “¡NO SÉ NI DÓNDE ESTOY!"
"¡Pues deja de gritar, maldita sea! ¡Asustas a todos!”
“¡ENTONCES DÍGAME DONDE SE SUPONE QUE—“
Antes que él pudiese terminar su frase, la mujer lo abofeteó.
“Vendrás conmigo.”
Lo tomó de la mano, y lo sacó apresuradamente de la sala.
“¡Sigan durmiendo!”
Las figuras volvieron a sus camas. No podrían dormir el resto de la noche.
“¡¿A dónde me lleva?!”
“¿Puedes dejar de gritar?”
“¡Tengo miedo!”
“¡Pues relájate entonces!”
El muchacho respiraba agitadamente. Y ella lo estaba arrastrando por los oscuros pasillos de la institución. Finalmente, abrió una puerta.
“Siéntate y cállate.”
Él obedeció. Se sentó en una silla que se hallaba frente a un escritorio. La mujer se sentó en frente.
“¿Y bien?” Dijo él. “¿Qué fue todo ese alboroto?”
“Tú deberías dar las explicaciones.”
“Primero tuve un sueño muy, muy extraño. Después, ahora, aparezco en una habitación desconocida, en un lugar desconocido. ¿Y no esperas que grite?”
La mujer lo miró en descreimiento.
“A decir verdad... Yo tampoco te recuerdo.” Dijo ella. “No recuerdo tu rostro, de entre todos los niños de aquí. Debes ser nuevo.”
“¿Dónde estoy?”
“Este es el orfanato del monasterio de Lidda.”
“¡¿Orfanato?!”
“Sí. Orfanato. ¿Me puedes decir tu nombre?”
“¿Takeshi?”
“Exótico. No eres de por aquí.” Dijo, llevándose la mano al mentón. “¿Eres de los niños desplazados del sur?”
Él la miró confundido.
“¿Niños desplazados?”
“Sí. Hay problemas en las provincias del sur. Y, debido a nuestra privilegiada ubicación, recibimos un gran número de niños de allá.”
"Pues... Me temo que no soy de ellos.”
“Hmm. Ya veo. Pero, entonces, ¿de dónde?”
‘¿Provincias del sur? ¿Problemas? Esto no parece mi país.’ Pensó él.