003 Una inquisitiva entrevista

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La hermana condujo a Takeshi por los pasillos de la institución, subieron hasta el segundo piso y llegaron al estudio del abad. Este era una sala enorme, con estanterías llenas de libros. Delante de la ventana, se ubicaba el gran escritorio del abad, con un trono de madera brillante y terciopelo. Esculturas adornaban los rincones. El abad estaba de espalda, mirando por la ventana.

“Excelencia, aquí he venido con Takeshi.” Dijo la hermana.

Un gruñido pudo oírse de parte del abad.

“Ah, sí, sí... ¡Takeshi, joven! Toma asiento, por favor.”

Takeshi asintió, y tomó asiento en la silla frente al escritorio. El abad se sentó en el trono, y la hermana se paró firme a su lado.

“Bien, bien... Takeshi. He de admitir que tienes un nombre algo... exótico.” El hombre se tomaba la barba. “Soy el abad Constante, me presento. Como podrás inferir, soy quien está a cargo del monasterio de Lidda.”

“Eso asumí.” Respondió Takeshi.

“¡Tienes actitud! Me gusta...” Dijo el abad, en un tono inquisitivo. “Me han contado un poco de ti. ¿Algo más para saber, que no hayas dicho?”

“No creo, en realidad.”

El abad asintió.

“Bien, bien. Veamos. Mencionaste a la hermana Komotine, algo sobre un sueño... ¿podrías... expandir?”

“Pues eh...”

‘No des muchos detalles.’ Otra vez Smyrna, en su cabeza. ‘No seas exacto, tampoco. No seas concreto. No digas nada...’

‘Extraño...’ pensó Takeshi.

‘Confía en mí.’

Y suspiró.

“Ah... no puedo recordar con exactitud. Tengo nomás una vaga, vaga idea de aquel sueño... Pero no puedo explicar.”

El abad se acomodó en su asiento, descansando sobre el apoyabrazos.

“Ah... Extraño. ¿Puedes explicar... aquella marca?  Esa, en tu frente...”

“N-no, para ser exactos... no. Es más, no siento tener nada sobre mi frente.”

Otra vez, el abad adoptó una postura mucho más inquisitiva.

“Ya veo... Bueno, como sea. Solamente queda advertirte. Ten cuidado. Porque, tras las bambalinas del mundo, fuerzas oscuras conspiran. Y llegará el momento, querido Takeshi... En que tendrás que elegir de qué lado estás. Si del lado de la luz, o el del ocaso.

Takeshi se veía cada vez más nervioso.

“Bien, creo que aquí hemos terminado, Takeshi. Ya te escoltarán a la salida, y un carro te llevará a la ciudad.”

“Entiendo.”

Takeshi salió del estudio del abad.

“No me gusta nada, Thessalia. Me da muy mala espina.”

“¿Qué hago, abad?”

“Mátalo. Espera a que llegue a la ciudad. Al anochecer, lo matas. O bien, mandas a alguien.”

“Entiendo, su excelencia.”

Al salir, Takeshi se encontró con Smyrna. Ella estaba bastante nerviosa.

“Eh, Smyrna. ¿Estás bien?”

Ella no dijo nada. Solamente tomó su mano.

“Corres peligro.”

De uno de los bolsillos de su hábito sacó un anillo, y lo colocó en el anular de él.

“Yo te protegeré.”

“Oye, ¿por qué haces esto?”

Ella no respondió.

La puerta se abrió, y Smyrna se acomodó rápidamente sobre la pared.

“Vaya, ¡hermana Smyrna! ¿Nos estaba esperando?” Preguntó el abad.

“Hermana, ¿estás bien?” Preguntó la hermana que acompañaba al abad.

“¡S-sí! So-solamente esperaba a Takeshi...”

“No le tome cariño tan rápido, hermana.” Dijo el abad, riendo. “Quizá no lo vuelva a ver.”

“Confío en que sí...” Respondió Smyrna, en un tono mucho más serio que de costumbre. Esto tomó por sorpresa al abad y a la hermana.

“¡Bajemos!” Interrumpió la hermana, para cortar el incómodo momento que se estaba armando.

El abad asintió, y se dirigieron abajo. Todo el camino, Smyrna tomó de la mano a Takeshi, y procuró no separarse de él.

Ya en la puerta, los esperaba la hermana Komotine, sosteniendo la puerta de un carro.

“Bien, Takeshi; he aquí lo que te prometí. Ve con cuidado.” Dijo Komotine.

“Bien. Procuraré tener cuidado.”

“Ah, y, aquí tienes. Son unos 20 sólidus, te servirán para unos días.”

“Muchas gracias.” Dijo Takeshi, mientras subía al carro.

“¡Takeshi!” Gritó Smyrna. “¡Adiós!”

“Oh, ¡Adiós, Smyrna!”

Sacó su mano por la ventana, y saludaba.

Y, luego de eso, emprendió el viaje a la capital.