017
“¿Dices que la Orden de la Luz llegó antes que ustedes?”
“Disculpe, patriarca. Pero así fue. No nos esperábamos eso.” Dijo Alyssa.
Erasmus golpeó la mesa, provocando que una u otra copa perdiesen el equilibrio.
“¡La incompetencia es superlativa! ¡Debiste haber planeado!”
Alyssa bajó su cabeza, sin decir nada.
“¡Siempre lo mismo, siempre lo mismo! ¡¿Sabes hace cuánto que nuestro culto no es un peligro?! ¡¿Cuánto más pasará, hasta que cumplamos la profecía?!”
“………”
“Podrás ser muy buena asesina, Alyssa. Brutal. Rápida. Certera. ¡Una gran luchadora! Pero, lo que te sobra de escote, te falta de estrategia e inteligencia. ¡Haz algo, arregla todo ese desorden!”
“Sí, mi amo.”
Erasmus se acercó a ella, y la tomó por el cuello.
“Y no te olvides para que te traje de vuelta. Si te mando a comandar a los hombres, ¡lo harás en mi nombre! ¡No eres comandante, eres solamente una mensajera!”
Y la soltó.
Alyssa se arrodilló ante él.
“Sí... amo.”
‘Si no fuera por ese maldito contrato... ya te habría cortado la garganta, maldito.’ Pensó Alyssa. Esto hizo que apretara sus dientes.
Erasmus volvió a su trono.
“¡Vete de aquí! ¡Tienes asuntos que solucionar!”
Alyssa se puso de pie, y se retiró, Al salir, descargó su ira ahorcando a alguno de sus subordinados.
Mientras tanto, en la mansión, la mala noche y el poco descanso pasaron factura. Todos menos Innokentios (quién logró conciliar el sueño), Palmyra y Syria, estaban durmiéndose en el desayuno.
“¡Takeshi! ¡Ya es la tercera vez que hundes tu cara en la manteca!” Exclamó Innokentios. “¡Levántate de una vez!”
Takeshi se limpió el rostro con una servilleta, e intentó comer algo.
“¡Irene, te he dicho que no se bosteza en la mesa!”
“Perdón... Tío...” Dijo Irene, en un tono somnoliento.
“Ah, sí, sí. Hoy teníamos un montón de cosas que hacer, ¡y su pereza lo arruina todo!”
De todos ellos, Smyrna era la única que no demostraba estar extremadamente agotada. Al menos comía.
La puerta del comedor se abrió, y entró Geraalt junto a Palmyra. Irene y Takeshi parecieron perder el insomnio, para mirarlo con desdén, y mostrar su hostilidad hacia él.
Geraalt le dedicó una radiante sonrisa a Irene, y se sentó en la punta opuesta a Innokentios.
“Buen día, familia.” Dijo Geraalt, en un tono cándido. “¿Por qué las caras largas? ¡Las mañanas han de ser empezadas con energía!” Dijo, y se puso de pie a realizar estiramientos.
Nadie respondió, nadie le prestó atención. Y, viendo esto, volvió a sentarse.
“Quería disculparme. Personalmente, y en nombre de la Orden, por el malentendido de anoche. Hermana Smyrna, su crimen ha sido absuelto. Takeshi... necesito que me acompañes.”
Takeshi no respondió. Innokentios, siguiendo la tradición de noblesse obligue, decidió responder por su invitado.
“¿A dónde llevarás a Takeshi, Geraalt? Él es un huésped de la casa Kirilyan, y, como tal, no puedo entregártelo así por así.”
“No es para hacerle nada malo, señor Kirilyan. Creemos que Takeshi puede ser muy importante para lo que está pasando en las provincias del sur.”
“Disculpa, Geraalt.” Interrumpió Irene. “Disculpa, pero hoy iremos con Takeshi a la ciudad, a investigar sobre Erasmus.”
Geraalt arqueó una ceja. Su buena predisposición parecía haberse esfumado.
“Mi señora, disculpe, pero no puedo dejar que vaya sola, menos con—
“¿Y qué? Tu traición de anoche me ha demostrado, que no eres de confiar. Además, ¿Qué parte de ‘con él’ no entiendes? Pareciera que todo tu pobre intelecto quedó en el voluptuoso cuerpo de la asesina.”
Innokentios dejó salir una maquiavélica sonrisa.
Geraalt miró a Irene con cierta hostilidad.
“¿Qué cosas dices, Irene?”
“¡Los oímos! Querían llevarse a Takeshi, con el pretexto de que era un adorador, ¡e incriminar a la casa Kirilyan de conspiración!”
“¡¿Qué dices?!”
“¡Lo dijeron!” Exclamó Takeshi. “¡Lo dijeron anoche!”
“¡Tú no te metas, maldito!”
Takeshi se puso de pie, y lo mismo hizo Geraalt. Ambos estaban al borde de la confrontación.
“¿Qué quieres, escoria?” Preguntó Geraalt, acercándose a Takeshi.
“Voy a partirte esa nariz de principito que llevas.” Respondió Takeshi, entre dientes.
“¡Ni siquiera puedes blandir una espada!”
“¡Me sobran con mis puños!”
“¡Basta!” Exclamó Innokentios. “Tomen asiento, caballeros, no dejen que los controlen sus impulsos.”