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Finalmente, eran las doce y algo cuando llegaron al lugar. Quedaba algo lejos de la ciudad.
Luego de que aparcara el cochero en los establos, bajaron, y entraron al edificio. Este era algo vacío de decoraciones, con sus paredes de ladrillo de piedra, su piso de madera vieja, y ese olor a moho o humedad. Sin embargo, brillantes estatuas adornaban el amplio vestíbulo, y varios escudos de armas empotrados en las paredes daban un cierto aire heróico. Ellos siguieron por un pasillo hacia la izquierda, hasta llegar a un salón. Allí, se dirigieron hacia una puerta al fondo del mismo. Tras esa puerta, se encontraba un estudio de alguna clase. Tenía una mesa grande, con cinco sillas alrededor. También había una estantería empolvada, y una ventana dejaba entrar un poco de luz natural.
“Siéntense.” Indicó Geraalt. Irene y Takeshi tomaron asiento, uno al lado del otro. Kheronessos se sentó en una de las puntas, y Geraalt se sentó enfrente de Takeshi e Irene.
Geraalt sacó de su bolsillo un libro, y lo colocó frente a Takeshi.
“Pon tu mano sobre él.”
Takeshi obedeció.
“¿Juras por las escrituras decir la verdad, y nada más que la verdad?”
“Lo juro.”
Takeshi estaba nervioso, pues esto lo había tomado por sorpresa.
“¿Juras que no adoras a la diosa Ai Talino, a la bestia, o eres parte de algún culto contrario a la Luz?”
“Lo juro.”
“¿Juras que no conoces acerca de los oscuros ritos de aquellos, reconociendo que no son sino blasfemias y parodias de los sagrados ritos de la luz?”
“Lo juro.”
“¿Juras que tienes sólo buenas intenciones para con Smyrna, Irene, Innokentios, y cuantos otros haya?”
“Lo juro.”
“Finalmente, ¿conoces el verdadero nombre de Ai Talino?”
“No—
Luego de decir eso, un dolor estridente recorrió todo el cuerpo de Takeshi. Esto lo hizo caer al suelo, y retorcerse en agonía.
“¡Takeshi!”
Una hoja salió del libro. Kheronessos la tomó.
“El libro dice que mientes. Conoces su nombre.”
“¡No!”
Otra descarga de dolor recorrió el cuerpo de Takeshi, esparciéndose a través de su espina. Kheronessos colocó su pie sobre el costado de la cabeza de Takeshi.
“¡Déjalo!” Gritó Irene, y se levantó para detener a Kheronessos. Geraalt se apresuró, y la tomó.
“¡Deja de mentir! ¡¿Cómo conoces el nombre de Ai Talino?!”
“¡Si tan solo lo supiera!”
“¡Haz que pare!” Gritó Irene, tratándose de quitar a Geraalt de encima. “¡Haz que pare, por favor!”
“¡Piedad!” Gritó Takeshi. “¡Me está matando!”
“¡Entonces, dinos! ¡¿Cómo conoces el nombre de Ai Talino?!”
“¡No lo sé!”
El dolor volvió a hacerse presente, provocando que Takeshi diera otro alarido.
“No lo sé ¡No lo sé! ¡No lo sé!”
“¡Hauptmann! ¡¿No estará el libro equivocado?!” Preguntó Geraalt, sorprendido.
“¡Patrañas! ¡Las escrituras son infalibles!”
Takeshi seguía repitiendo ‘no lo sé’, mientras Irene suplicaba por él.
“¡Libéralo del juramento!” Dijo Geraalt.
“¡¿Está seguro, señor?!”
“¡Solamente hazlo!”
Kheronessos quitó su pie de la cabeza de Takeshi. Se arrodilló, y colocó su mano en su pecho.
“En el nombre de la Luz, te libero de tu juramento, y constato que dices lo que sabes.”
Inmediatamente, la agonía insufrible llegó a su fin, tan repentinamente como llegó.
Takeshi se componía. Geraalt soltó a Irene, quien fue a socorrer a Takeshi.
“¡Son unos animales!” Gritó ella, llena de rabia. “¡Takeshi, contéstame!”
Takeshi no respondía. Solamente se dobló sobre sí, mientras lagrimeaba sin control.
“No puede pasar por eso y seguir mintiendo.” Dijo Geraalt. “Debe haber una zona gris que el libro no contempla.”
“Eso es imposible.” Dijo Kheronessos. “Las escrituras son infalibles, ¡el libro es perfecto!”
“Pero mira.”
Kheronessos se acercó a Takeshi. Irene lo miraba fijamente, y cubrió con su propio cuerpo a Takeshi.
“¡No lo toques, animal!”
“Es para ayudarlo.” Dijo él. “Lo llevaremos a que se recupere.”
“Acaba de experimentar la agonía de la traición.” Dijo Geraalt. “Es provocado cuando uno jura por el libro y miente. Es un dolor como si estuviera por quebrarte en dos, realmente terrible. Es como experimentar un dolor fatal, pero sin el riesgo de morir, a menos que mientras en cinco ocasiones más. Está en un shock.”
“Señora, deje que me lo lleve.” Dijo Kheronessos.