026
“¡Erasmus es un criminal! ¡El mató al viejo Aram!”
“¡Irene Kirilyan!” Exclamó Carolus. “¡La calumnia no es tolerada en el consejo!”
“¡No es calumnia!” Exclamó Takeshi, rompiendo su silencio sepulcral y su sorpresa. “¡Yo puedo confirmarlo!”
“¡Usted viene en el mismo barco que ella!”
“¡No! Además, ¡¿cómo diablos pudieron votar una ley así los llamados ‘aliados’?! ¡Vergüenza!” Exclamó Takeshi, señalando a Simeón y quienes eran considerados ‘aliados’ de la casa Kirilyan. “¡Deseo que la tacha de infamia pese sobre todos ustedes!”
“Takeshi...” susurró Irene, en un tono severo. “Es suficiente.”
“¡Irene, están cometiendo una injusticia contra nosotros!”
“No. No contra ti, Takeshi.” Respondió Irene, enfuriada. “Tú podrías irte y sería lo mismo. Estarías bien.”
Takeshi se sintió profundamente herido por las palabras de Irene.
“Irene...” Dijo Takeshi con un deje de abandono.
Dos guardias entraron a la sala,
“Escóltenlos hasta la salida.” Sentenció Carolus. Y vigílenlos. Que no salgan de la ciudad.”
Los guardias asintieron, y se colocaron uno a cada lado de ellos.
“Andando.”
“No me toques.” Le dijo Irene al guardia, que la empujaba suavemente de su hombro.
El guardia quedó tocado por la hostilidad de ella, pero se mantuvo firme, y los sacó de la sala. Recorrieron los pasillos, la gran escalera en espiral, el pasillo de salida. Todo aquello parecía ahora más efímero, más rápido. Estaban aturdidos luego de aquella reunión, y ni siquiera podían venir con un plan. Estaban despavoridos, caminando por mera inercia.
Y así llegaron al arco blanco, y fuera del recinto imperial.
“Bien.” Comenzó uno de los guardias. “Tenemos un piso franco por aquí, para mantenerlos. Es aquella casa.” Dijo, señalando una vivienda de dos plantas. “Síganme.”
El guardia giró en dirección a la casa, y Takeshi e Irene se pusieron detrás de él, seguidos por el otro guardia.
Caminaron hasta la casa, y el guardia les abrió la puerta.
“Estaremos vigilando las salidas. Digo, para que no intenten nada raro.” Advirtió el guardia. “Hay provisiones. Si precisan, un cocinero del cuartel vendrá a hacerles la comida, a su pedido. Cualquier otra cosa, avisad. Salidas programadas son: a la mañana, de siete a doce. Por la tarde, de 4 a nueve. Ese es su horario de salida. Antes y después de eso, deben de permanecer en la casa. ¿Está claro?”
Irene rebufó y entró.
“Está bien.” Dijo Takeshi.
“Señora Irene.” Dijo el guardia, captando la atención de ella. “Que sepa, que no es nada personal contra usted o su familia. Solamente hacemos nuestro trabajo. Y somos de Goria. Hemos pedido personalmente ser su escolta. Entienda que, si fuera por nosotros, haríamos todo en nuestro poder para ayudarla. Pero le debemos nuestra lealtad a los imperiales, sin importar la clase de... personas que sean.”
Irene se serenó un poco.
“Gracias, guardia. Sé que no es su asunto. Después de todo, quienes tendrían que haber evitado todo esto, ¡SON LAS BASURAS QUE LLEVAMOS AL CONSEJO!” Luego de gritar eso a todo pulmón, tomó de la mesa un jarro de flores y lo estampó contra la ventana, rompiendo ambas cosas por el precio de una sola acción.
“Los dejaremos.” Dijo el guardia, sorprendido.
Cerró la puerta, y ahora estaban solos Takeshi e Irene.
Irene tomó asiento en la mesa, y se llevó su mano a las sienes, descansando su cabeza.
“Esto no puede estar pasando. Esto no puede estar pasando. ¡Esto no PUEDE estar pasando!”
“Irene, trata de calmarte.” Dijo Takeshi, en un tono de preocupación. “De seguro hay una forma de resolverlo...”
“¡¿Y tú que sabes de como la estoy pasando?! ¡Esto no está pasando!”
“Irene, ya, comprendo tu dolor, pero esto no te está ayudando.”
“¡¿Qué sabes tú de ayudar?! No has servido de ayuda. Ni ahora, ni tampoco puedo evocar en mi memoria cuando has sido de ayuda alguna. ¡Has comido y vivido de la hospitalidad de mi casa!”
Takeshi se halló profundamente ofendido por las palabras de Irene. Podía sentir como varias puñaladas en el pecho y en la espalda.
“Conque eso...”
“¡No has hecho nada desde que has llegado! ¡¿Palabras bonitas?! ¡Basura! Solamente te la has pasado coqueteando y disfrutando de la compañía de Smyrna, Syria, yo. ¡Y tienes esa horrible, horrible marca!”
“¡¿Oye qué te pasa?!” Exclamó Takeshi, enojado al fin.
“¡No sirves, Takeshi! ¡No sirves!”
Él arqueó una ceja.
“Maldita sea, ¡¿Hay algo que sepas hacer bien?! ¡¿Hay algún contenido dentro de tu vacío cráneo?!”
Memorias venían a la mente de Takeshi. Memorias que él creía que jamás volvería a tener, pero esto resultó ser disparador. La cantidad de veces que le habrán dicho inútil. En la escuela, en su casa, él simplemente era. Él era inútil. Una realidad de la que jamás podría escapar.