027.2
Pero, ahora, estaba en una escena que le resultaba familiar. Un cielo anaranjado y una plaza empedrada. Miró sobre su hombro, divisando un gran edificio urbano a varios, varios metros de él. Una sensación de confort que no sentía hacía ya un rato lo recorrió. Un paisaje tan familiar, tan cercano a él, después de todo lo que estaba ocurriendo. El viento movía la copa de los árboles, arremolinando las pocas hojas que caían.
Volteó al frente, y vio a una chica, vestida en uniforme escolar, de cabello negro.
“Andando.” Dijo. “¿Por qué te frenas?”
Takeshi estaba confundido
“¿Eh? ¿A dónde?”
La chica revoleó sus ojos.
“¿Cómo que ‘a dónde’? A casa. La escuela terminó, por hoy.”
“¿Y tú eres...?”
“¿Cómo que quién soy? ¡Maeda! Huh, pensé que éramos cercanos. Aunque, después de lo de hoy... no estoy muy segura.”
El oír su nombre despertó algo en él. Los recuerdos del ‘sueño’ que tuvo por la mañana lo volvían a atormentar.
Se ruborizó, y agachó su cabeza en señal de vergüenza.
“Eh... sí, sobre eso... lo siento. Es que ya no sé nada...”
Ella puso una expresión de preocupación.
“¿Cómo así?”
“Maeda, no me creerías si te lo dijera.”
“¿Cómo no? Me has dicho tantas cosas, y yo aún creo en ti.” Dejó escapar una pequeña risa. “Anda, dime.”
“Maeda, estoy viviendo entre dos realidades, si tiene sentido. Esta, y otra un poco más incomprensible.” Dijo eso, aunque él ya no entendía qué era lo real y qué no. “Aunque, a mi parecer, vivo más en aquella realidad que en esta.”
La expresión de Maeda era ahora una de confusión.
“Esto... no estaría entendiendo.”
“Gah... olvídalo.”
Maeda hizo un ademán con la mano.
“Como sea. Ven. Debemos volver a casa.”
Ella comenzó a caminar, y él corrió a su lado.
Ambos caminaron hacia la calle, donde la siguieron por la vereda izquierda. No había muchos coches, por no decir que no pasaba ninguno.
Maeda iba admirando el paisaje. Takeshi la miraba por lo bajo, procurando disimular cuando ella volteaba a verlo.
“Te noto incómodo. ¿Pasa algo?”
“Eh, no, no. Estoy pensando.”
“¿En qué?” Preguntó ella. “¿En qué piensa esa, tu cabeza, la llena de ideas?”
Acercó su rostro a él.
“¿En qué piensas, siempre con esa, tu caja de misterios?”
Ambos se detuvieron. Ella tomó el rostro de Takeshi con sus ambas manos.
“¿Qué preguntas tienes? ¿Qué inquietudes? ¿Alguna pena? ¿O un dolor quizá? ¿Quién es quien vive gratis en tu mente? ¿Quién inunda aquellos claustros?”
Takeshi comenzaba a sentirse incómodo, sino con un poco de miedo.
“Dime, Ishihara. Dime. ¿Qué necesitas? ¿Qué deseas?”
“Este, yo...”
Ella puso su pulgar izquierdo sobre la boca de él.
“¿Qué necesito... para que sepas la verdad?”
“Maeda...”
Ella volvió a poner su pulgar sobre sus labios. Luego que lo retiró, cerró sus ojos, acercando su rostro al de él, lentamente. Takeshi estaba rígido como una tabla. No podía escapar del agarre de ella. No sabía, tampoco, si quería.
Ella se puso ligeramente en puntas de pie, para alcanzar su rostro. También hacía tracción con sus manos, que aún lo agarraban, para llevarlo hacia ella.
Sus alientos ya se entrelazaban. Faltaba aún el tan esperado sello, que, como un pacto, concreten aquel momento, grabándolo en la memoria de ambos.
Takeshi, aunque todavía indeciso, se había preparado a recibir el golpe. Ella, por su parte, avanzaba con decisión.
Pero al momento de que ocurriera el evento, Takeshi se descubrió a sí mismo de vuelta en la cama de un orfanato. Su hombro era sostenido por una fuerte mano masculina, que resultó ser la de Hektor.
Estaba otra vez en la penumbra de aquella habitación. Durmió toda la tarde.
“Takeshi, despierta.”