30
Un día antes.
Luego de esperar por varias horas, Irene recibió de vuelta a Flint, quien volvía por la ventana. Impaciente, fue a su encuentro tan rápido como pudo, dejando su té sobre la mesa.
Flint se posó sobre la ventana.
“¡Flint!” Exclamó ella. “¿Qué noticias traes?”
“Mi señora... No sé si quiera oírlas.”
Irene se alarmó por ello.
“¡A qué te refieres?”
“Cuando llegué a Lidda, parecía haber cosas sucediendo. Y no muy buenas, de hecho.”
“¡¿Cómo dices?!”
“Cuando llegué, parecía que una batalla se estaba librando en el lugar. Una pila de muertos inundaba el patio.”
Irene se dejó caer en una silla.
“Había cuerpos pertenecientes a la guardia de caminos.”
Irene estaba devastada.
“¿Qué más sentiste?”
“Dentro de la casa había cuatro personas. Una de ellas era esa asesina que se enfrentó a usted.”
“Alyssa...”
“Así es. Estaba luchando contra alguien. Decidí ayudar, y resultó ser una hermana. Cuando me fui, todavía percibía dos personas dentro de la casa.”
“¿Algún rastro de Takeshi?”
“Sabía que para eso me enviaba... su instinto estaba en lo cierto. Pude sentir aquella, la suya peculiar presencia. No sé cómo estará, pero no lo sentía muy bien. Excepto la hermana, las otras dos personas parecían estar severamente heridas.”
“Cielo santo...”
Flint voló hacia ella, y se posó sobre su hombro.
“Flint, ¿crees que lo volveré a ver?” Preguntó Irene, desilusionada.
“Mi señora, no se altere. Estoy muy seguro de que se volverán a ver. Es mejor esperar que todo -esté bien.”
“¿Y qué si no, Flint? Se llevó a la tumba el recuerdo de yo siendo una completa desquiciada...”
“Señora, descuide. Si eso tan desgraciado ha ocurrido, yo le aseguro: la muerte limpia los corazones de las impurezas. No pueden cruzar el umbral con remordimientos típicos de la mortalidad.”
Lo que eran palabras para calmarla hicieron que Irene terminaron mermando su último semblante de esperanza.
“¡No quiero pensar en ello!” Exclamó, quebrando en lágrimas. “¡Quiero creer que está vivo!”
“Mi señora, ¿por qué no va a dormir?” Dijo Flint, pasando su cabeza por la mejilla de ella. “Es tarde... y necesita la mente fría. Prometo que encontraré a Takeshi, cueste lo que cueste.”
Irene subió sollozando por las escaleras, y se desparramó sobre la cama, cayendo dormida un rato más tarde.
Despertó pasado el mediodía del día siguiente, o, mejor dicho, más tarde aquel día. Se sorprendió por el efecto del sueño sobre la tristeza, como no solamente la aliviaba, sino que parecía casi curarla.
Se levantó de la cama y se dirigió abajo.
Allí, para su sorpresa, Simeón la esperaba, sentado. Bebía una taza de té, y tenía cinco soldados a su alrededor.
“¡Mi señora!” Exclamó. “Me alegro de verla despierta. Llevo aquí desde la mañana.”
Irene aún seguía dolida con él por la percibida traición contra la casa, y él lo notaba.
“¿Cómo se encuentra hoy?”
Irene tomó asiento en la otra silla, y no respondió.
“Entiendo.” Dijo Simeón, viendo que ella se negaba a responder. “Bueno, mi señora, le traigo noticias. Alístese, y venga conmigo. Acompáñeme.”
“¿Por qué debería?” Preguntó Irene, desconfiada.
“Porque tiempos retorcidos se avecinan, mi señora. Porque ya era palpable la inestabilidad, pero ahora tenemos ya un crisol de agentes ignífugos. Todo va a estallar pronto, señora.”
Irene arqueó una ceja.
“Mire, Simeón, no estoy de humor para sus cosas raras. Vaya al punto.”
“Mi señora, sé de los movimientos de su tío.”
Irene ahora puso completa atención en él.
“¿Mi tío?”
“Sí, mi señora. Sabemos que trajo a sus veteranos del sur, tropas de las provincias y tropas de Goria. Y sabemos que sus intenciones son posiblemente no muy legítimas. Sabemos que quiere hacerse con el gobierno, o al menos combatirle, frente a las medidas de control.”
Irene suspiró.
“Estoy completamente de acuerdo con mi tío, pero no me voy a entrometer.”
“Mi señora, no me entiende. Ayer hablé con Linnaeus...”
“¿Esa sucia rata?”
“Escúcheme, por favor.”
“No quiero oír nada que esté involucrado con esa sucia sanguijuela.”
“¡Señora Irene!” Exclamó Simeón. Ella le dio una bofetada.