Mi nueva historia de la vida en otro mundo (volumen 1)

032 La noche boca arriba

32

Luego de un día marchando, llegaron frente a una especie de fortificación. Era un recinto amurallado con una torre.

“Bien, soldados. Este es el polvorín de la capital. Prometí un ejército moderno, y mi experiencia con tropas de fuego en la guerra del sur resultó satisfactoria. Hoy nos haremos con el control de este lugar, y nos aprovisionaremos de armas modernas.”

Luego de esto, las tropas de Innokentios toparon el polvorín.

La guarnición no ofreció resistencia, el oficial a cargo de la plaza la rindió para evitar un baño de sangre.

Luego de aquello, los oficiales del cuerpo entregaron las armas a los soldados: un arma y cuatro cartuchos por soldado.

Finalmente, Innokentios ordenó un descanso. Señaló con su dedo al poniente, y delante de la corona del moribundo sol se hallaban las prístinas torres de la capital.

“Mis hombres, la suerte está echada. Mañana, con el sol de nuestro lado, avanzaremos sobre la ciudad del deseo del mundo. ¡No seremos más parias! ¡Seremos la cuna de un nuevo imperio!”

Sus hombres vitorearon al unísono, en una serie de fonaciones en trueno.

Al caer la noche, Innokentios estaba aún viendo la ciudad.

“Mi señor.” Dijo el intendente.

“Nuestra casa siempre estuvo destinada a gobernar este imperio. Nuestra nación, la misma que adoptó al gran senescal Kiril, siempre fue la más pura. Mientras los demás se mezclaban con los impíos y alababan sus máquinas, haciendo al hombre luchar contra el hombre, nosotros no permitimos nada de eso. Y Goria siempre fue amistosa con los nómades. No somos muy distintos a ellos. Y ellos son nuestros ancestros.”

El intendente se quedó contemplándole.

“Es la influencia de esta maldita región. El centro, la llanura, todo esto estaba ocupado por esos pigmeos. Su aire de burocracia y sus costumbres paganas, ah... todo aquello corrompió la esencia del hombre.”

Mientras más escuchaba, más le causaba cierta inquietud.

“Mi señor.” Repitió, esta vez captando la atención de Innokentios.

“Oh, claro, intendente. ¿Qué será?”

“Mi señor, era para saber cómo procederemos.”

“Al amanecer marchamos. Exigiremos la rendición de la capital, y sino la asediamos. Sea como sea, no iremos por la confrontación directa. Minimicemos riesgos y bajas. No es nuestra voluntad enemistarnos con el pueblo.”

“Vale, mi señor.”

Quedaron ambos contemplando el horizonte. El intendente se hallaba fascinado por la vista.

“Así que allí vamos...”

Innokentios asistió. Tenía la mirada fija en las torres.

“A la ciudad del deseo del mundo.” Respondió él, como alguien que habla viendo un espectáculo solemne. “¿Cómo están las cosas entre los hombres?”

“Están tranquilos, mi señor. Están mejor que antes, allá en la mansión.”

“Es claro, si ahora hay un propósito. Ya no somos víctimas. Ahora somos conquistadores.”

“¿Tiene usted tanta fe en las armas modernas?”

Innokentios sonrió.

“Aquellas armas cambiarán la forma de hacer la guerra. Mientras aquí dudan de si reglamentarlas o no, te prometo que otros países las usan, y seguro atacarán al imperio con ellas. Debemos ser rápidos.”

El intendente asintió con cierto grado de aprobación, pero tenía cierta reticencia por su próxima pregunta.

Tras unos largos minutos de silencio, se decidió por hacer sus últimas dos preguntas.

“Mi señor.” Dijo él.

“¿Mmm?” Innokentios le miró de reojo.

“Este... tengo una pregunta.”

“Pues adelante, ¿qué espera?”

“Es que... Ah, bien. ¿Qué pasó exactamente en el sur? ¿En la batalla de Cuestablanca? ¿Qué ocurrió en la caída de Karegoe?”

Innokentios suspiró.

“Lo de la campaña del sur era insalvable, intendente. Me llevaron a mí luego de dejar a cuatro ineptos generales: Marcius, experto en tácticas de terreno abierto, luchó en el norte, Sandro, un capitalino rico, hijo de una familia noble allegada a la casa imperial, Taekho, un extranjero distinguido, y Phoebus, un donnadie en ese entonces. Lo gracioso es que todos luego tuvieron algún tipo de ‘triunfo’, ¿sabes qué triunfos? Te los diré:

“Marcius luchó en el norte luego de que el general Anastasius había firmado una tregua con las tribus. Sí, los emboscó y quemó cinco aldeas. Se ganó su odio, y ahora amenazan como nunca antes.

“Sandro fue enviado con una fuerza de tareas a encargarse de unos ‘subversivos’ que no eran sino unos campesinos desahuciados por el fracaso de la ley de tierras del año veinte.

“Taekho era un gran general, después consiguió grandes victorias en su patria.

“Y Phoebus conquistó unas islas donde su reina no quería luchar para no sacrificar a su pueblo. Prácticamente no hubo muertos, pero él ahora es presidente de la capitanía.”




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