Mi nueva historia de la vida en otro mundo (volumen 1)

33.3 ¿El final? La ciudad del deseo del mundo

33.3

En la ciudad, el tono era completamente otro. La enorme basílica y los demás templos menores hacían sonar sus campanas, conglomerando a todos los fieles.

En la gran basílica imperial, una procesión de alrededor de tres mil personas llegaba desde todas partes de la ciudad, con un sacerdote a la cabeza. Irene, Simeón, Linnaeus y los generales estaban entre aquellas personas, siguiendo la procesión.

Los fieles dentro del templo comenzaron a cantar himnos solemnes, pidiendo por la absolución de los pecados de la ciudad, y la victoria en el campo de batalla.

La liturgia, lejos de celebrarse con la alegría con la que generalmente se celebraba, era ominosa. El sacerdote llegó al altar, y abrió el libro, dispuesto a leer.

“Hermanos míos en la Luz, hoy leeremos parte del Libro de la acción. Sé muy bien que no es muy leído, y que no todos vosotros estaréis al tanto, pero os hago una pequeña sinopsis: Este libro es de los más antiguos de nuestras escrituras. Narra de la historia de los seres de la luz, y sus sufrimientos, venturas y desventuras. En concreto, hoy leeremos acerca de nosotros, los hombres, y la batalla y caída de aquellos seres:

“Los seres de la Luz luchaban al servicio de la causa de su nación. Hombro a hombro, codo a codo, la antigua raza y los seres de la Luz combatían al hombre y a su horda, huestes temibles que amenazaban la integridad de aquel imperio de entonces.

“Pero los seres de la Luz no servían un propósito divino, más que el de obedecer y cumplir. El hombre, por el contrario, luchaba por todo lo que significaba su propia humanidad. Luchaba por un lugar para su gente, luchaba para frenar aquel reino de la sombra que, irónicamente, tenía a la Luz de esclava.

“Luego de treinta y tres años de lucha incesante, el imperio de las tinieblas ganó la guerra...”

Irene abrió sus ojos de par en par.

“Conozco esta historia.” Dijo ella.

“Esta historia es leída por los militares, mi señora. Es recordatorio de su sacrificio y deber.”

Irene, a sabiendas de lo que venía, se puso de pie instintivamente. Luego, todos los soldados también lo hicieron, ante la mirada confundida e ignorante del resto del pueblo.

Recitaron con el sacerdote.

“... Luego de la guerra, los seres de la Luz perdieron su propósito. El imperio tuvo miedo de las capacidades destructivas de su propia creación. Fue en un curioso giro de eventos la ciega obediencia de estos lo que los llevó a su propia extinción. Sepultados vivos en una fosa de lava gigante, condenados a la eternidad por el pecado de la obediencia. Este evento fue llamado la inmolación. Y ese es el precio de los serviles.”

El sacerdote se sorprendió ante el espectáculo.

“No seamos serviles, hermanos míos. No doblemos jamás el cuello ante el acero. No seamos como los sumisos seres de la Luz, sino como los hombres, nuestros ancestros. Perdieron aquella guerra, pero ellos desplazarían al imperio de las tinieblas y a su raza, fundando nuestra sagrada y noble comunión. Hoy somos todos, desde el vagabundo más pobre, al noble más rico, miembros de una misma comunidad, basada en los valores y las luchas y logros de nuestros ancestros. Honrémoslos mañana, con coraje en la batalla. Que así sea.”

“¡QUE ASÍ SEA!” Gritó toda la asamblea, en un trueno que quebró el silencio de la noche.

Luego de eso, las campanas de todos los templos de la ciudad volvieron a sonar.

 

Y fueron percibidos en el campamento de los sitiadores.

“Conque están festejando, ¿eh?” Dijo Astor.

“¿Quiere que hagamos algo?” Preguntó Geraalt.

“Pues yo creo que sí.”

Se llegaron hasta la batería, y alertaron a los oficiales de artillería.

“La guerra ya es evidente, y esta gente está demasiado. ¿Por qué no le aporta fuegos artificiales con los obuses?” Dijo Astor a la compañía.

Los oficiales obedecieron, y cargaron una de aquellos enormes proyectiles, que pesaban lo que un hombre y poco más. Lo cargaron por detrás, en la recámara del arma.

Luego de que se cargaron las cinco piezas, Astor ordenó disparar contra la torre más visible, el campanario de la basílica.

Geraalt le dedicó una mirada de desaprobación.

“Astor, ese es un templo de la Luz. Son nuestros hermanos en la fe.”

“Hoy por hoy, Geraalt, son nuestros enemigos. Además, nuestra fuerza es secular. ¿No eran ustedes los de la Orden que se negaban a aceptar la inclusión de armas de fuego en las tropas? ¡Fuego!”

“¡Condenarás nuestra causa!” Exclamó Geraalt.

De todas formas, las armas dispararon, y con fuego certero, puesto que le dieron de lleno al campanario.

Luego de eso, Astor ordenó iluminar el cielo de la ciudad con una lluvia de salvas.

 

La destrucción del campanario provocó gran conmoción entre el pueblo. Los escombros cayeron frente a la basílica, matando alrededor de treinta personas.




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