Mi otra yo

4-Confesiones

Cecilia

Coral y yo volvimos de la fiesta el domingo a las 5 am, con ella al volante. Llegamos a casa y nos acostamos a dormir. Ambas habíamos conseguido nuestros besos, ¡Victoria!

Nos levantamos a eso de las 2 de la tarde, cuando mi madre vino a avisar que el almuerzo estaba listo. Bajamos así tal cual estábamos y nos sentamos con el resto de la familia.

— ¿Cómo la pasaron ayer? —preguntó mi padre.

—Excelente— contestó Coral con una sonrisa de oreja a oreja.

—Muy bien—contesté yo tomando una empanada.

Mi mamá las había preparado, y como siempre, le habían salido exquisitas.

— ¿Tienen todo empacado? —preguntó mi madre.

—Casi. — respondimos con Coral al unisón.

Terminamos del almorzar y cada uno se encargó, como siempre, de algo. Luego subí junto con Coral para terminar de armar las valijas.

—No puedo creer que mañana nos vamos.

—Yo tampoco—contesté a Coral con cierta nostalgia.

—Por suerte estaremos juntas, podremos enfrentar cualquier cosa— dijo ella dedicándome una sonrisa.

—Tienes razón, y estoy agradecida de eso.

La abracé cortamente y me senté junto con ella en el piso para terminar de doblar la ropa. Estuvimos alrededor de unas dos horas, y eso de las 5, sonó el timbre. Coral bajó corriendo a abrir, tirando la revista que estaba leyendo. La tomé y la puse sobre su cama para luego bajar a ver quiénes eran las visitas. Apenas asomé pude ver al grupo de amigas de Coral, y también a Patrick, que en cuanto me vio me guiñó un ojo. Me sonrojé y subí a ponerme más presentable.

Debo aceptar que envidié que Coral tuviese amigos que se preocupasen por ella, “mis amigas” solo habían mandado un mensaje por Facebook, diciendo adiós y deseándome suerte. Esa era una de las cosas que odiaba de la popularidad, todos éramos amigos de todos, pero en cuanto necesitabas una mano de verdad, casi nunca estaban. Agradecía millares el tener a Coral a mi lado, siempre que me ocurría algo ella escuchaba paciente y trataba de aconsejarme. Yo trataba de hacer lo mismo por ella, pero normalmente pedía concejos a sus amigas del club de ciencias, y luego me preguntaba si lo que había hecho estaba correcto.

Me puse un jean y una remera blanca suelta, me peiné un poco y bajé. Estaban todos en la sala de estar, comiendo galletas y charlando alegremente. Me sentí una intrusa, así que decidí quedarme apartada. Fui a la cocina y tomé una taza para hacerme chocolatada. Una vez que la terminé y lavé la taza fui al living.

— ¿Quieren algo para tomar? —ofrecí. — ¿Mate, mate cocido, chocolatada, café, té?

—Un café para mí, por favor— pidió Laila.

—Que sean dos— dijo Estrella.

—Yo quiero chocolatada—dijo Coral.

— ¿Patrick?

—Te acompaño y ayudo. — dijo levantándose del sillón.

—De acuerdo—dije girándome.

Llegamos a la cocina y me pasó cuatro tazas de la encimera, dejándolas sobre la mesada.

—Gracias— dije poniendo agua para él café.

Busqué la leche y el nesquik y preparé la chocolatada de Coral.

— ¿Qué vas a tomar? — pregunté.

—Café— respondió Patrick sonriendo.

—Guarda la leche en la heladera, por favor— pedí guardando el chocolate.

Me volteé y Patrick me tomó por la cintura. Lo miré a los ojos y pude ver esa chispa suya que tanto me gustaba.

—Gracias por lo de ayer— susurró cerca de mis labios.

Me quedé muda, ¿Qué se suponía que respondiese? Sin previo aviso me tomó de una mejilla y me besó. Sin pensarlo dos veces cedí y dejé que lo hiciera, enredando mis manos en su nuca.

—Cecilia, sabes dónde… Lo siento— escuché a mi madre.

Me separé de Patrick y pude ver a mi madre roja como un tomate, yo me puse igual o peor.

—Yo, eh, disculpe señora— dijo Patrick pasándose una mano por la nuca.

Mi mamá se dio media vuelta y se fue.

—Perdón— dijo Patrick apenado y largando una pequeña carcajada.

—No hay problema, solo no se lo esperaba— contesté empezando a preparar los café mientras me bajaba el rubor.

Una vez que acabé llevé todo para la sala de estar y repartí a cada uno lo que correspondía, para luego subir a la habitación. El beso de Patrick me había dejado tonta y confusa. Pensé que sería lo de la fiesta y ya, pero no, el niño bonito viene el día que me voy y no lo veré más a besarme. Claro, para él no era nada, pero para mí sí, dios, amaba a ese chico.

Estuve terminando de guardar las cosas que me quedaban y decidí el atuendo para el día siguiente, algo cómodo pero lindo. Luego de unas tres horas los amigos de Coral se fueron, y ella subió al cuarto toda roja y con congoja. Corrí a su encuentro en cuanto la vi aparecer, para darle un abrazo reconfortador. Estuvo llorisqueando en mi hombro durante varios minutos, hasta que se tranquilizó un poco y por fin pudo hablar.

—Los extrañaré demasiado.

—Siempre quedaran en tu corazón, además, harás amigos nuevos.

—No será lo mismo.

—Quizá se encuentran en algún concurso internacional, o algo de esas cosas que haces, quien sabe— le saqué con el pulgar una lágrima de la mejilla. —Recuerdas, siempre juntas, a mí me tendrás toda tu vida.

—Gracias Ces, te adoro.

Le abracé nuevamente y ella se fue a duchar, dejando una gran cartulina rosa enrollada sobre su cama. Nunca fui de husmear sus cosas, pero debo aceptar que esa vez lo hice. Abrí la cartulina y había unas ocho fotos de ella y sus amigos, y estaba toda escrita con mensajes y frases muy lindas. En ese momento deseé tener los amigos que no había tenido hasta entonces, y odié a lo que era en la escuela por quitarme la posibilidad de eso. No se podía ser popular y tener amigos reales, era algo obvio y natural, pero no se sentía para nada bien.

Luego de Coral me duché yo. Sequé mi pelo y bajé a cenar con el resto de la familia. Comimos empanadas que habían sobrado y un poco de picada, queso, pan, jamón, salame, entre otras cosas.




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