Mi otra yo

6-Evitando ser yo

Cecilia

Nos levantamos temprano, nos dimos una ducha y nos encontramos en mi cuarto con la ropa que íbamos a llevar. Optamos por vestirnos parecidas y sin llamar la atención, dado que aún no teníamos el uniforme. Me puse un jean gris, al igual que ella, y una chomba negra. Tomé un sweater azul, mis vans, la mochila y bajé. Coral ya estaba sentada bebiendo una chocolatada. Iba con una chomba lisa como la mía, pero de color blanco.

—Gracias caracol— dije al ver que había preparado una chocolatada para mí.

—No hay de que— sonrió y se bajó del banquito.

Fue a la alacena, tomó un paquete de galletas y lo puso sobre la mesa. Desayunamos en silencio hasta que bajó mi padre y nos saludó. Se le había hecho tarde, ya eran las 7:30 y nosotras entrabamos 7:50, y ni siquiera estaba vestido.

— ¿Les molestaría ir en colectivo? Tengo que bañarme. — preguntó algo apenado.

—No, no hay problema— suspiró Coral de mala gana.

—Gracias, las amo.

Nos dio un beso en la mejilla a cada una y se despidió. Nos miramos y rodamos los ojos, nos levantamos y nos dirigimos a la entrada. Agarré el sweater para ponérmelo, pero Coral me detuvo.

—Recuerda que tú eres yo y yo soy tu, toma— me tendió su buzo con capucha.

Compartíamos la ropa, sí, pero no era mi estilo y mi sweater no era el de ella. De todos modos, lo agarré y me lo pasé por la cabeza. No voy a mentir, me sentía más ligera y cómoda.

—Dios, esto aprieta—se quejó mi hermana.

—Deja de chillar, te queda muy bien.

—Hum, todo sea por el cambio—suspiró—Vamos o llegaremos tarde.

Habíamos decidido cambiar de “Mochilas”. Ella me dio su mochila y yo le di mi bolso. Por instinto fui a tomarlo, pero Coral lo sacó antes de su lugar.

—Me olvido de estas cosas— me puse la mochila al hombro— Esto pesa mucho. —me quejé.

—El bolso es fantástico, no siento molestias— comentó ella alegre.

Salimos de la casa y comenzamos a caminar hacia la garita. Me detuve y traté de recordar hacia qué lado estaba la parada de colectivo. Mi mente se nublo.

—Coral, no recuerdo hacia donde quedaba la parada— le llamé.

Volteó en mi dirección y me miró preocupada. Frunció los labios y se acercó.

—Yo tampoco.

—Llamemos a papá.

—Buena idea.

Empecé a marcar su número cuando dos risas varoniles nos hicieron voltear. Provenían de la dirección contraria, eran los mellizos.

—Vayamos con ellos— dije a mi hermana guardando el teléfono.

— ¿Puedes llamar a papá? — preguntó impaciente.

Los mellizos no le caían del todo bien, y no entendía el por qué. Se habían mostrado súper amables y simpáticos. Vi que se alejaban y tomé a Coral por el brazo para que “trotara” conmigo. En un principio se resistió y luego cedió, yendo a mi ritmo.

— ¡Hey muchachos! – llamé.

Ambos voltearon la cabeza y nos dedicaron una hermosa sonrisa. Eran guapísimos, había que aceptarlo. Suponía que estarían en algo así como el rango de chicos más populares del colegio. Se frenaron y esperaron a que los alcanzáramos. Nos saludamos con un beso entre todos y seguimos andando.

— ¿Tienen demasiado sueño verdad? — preguntó Marcos mientras caminábamos.

—Yo sí, bastante. — contesté.

—Se nota. — dijo riendo.

Estuve recriminar porque me decía eso, pero mi hermana me tomó por el brazo y me llevó un poco hacia atrás.

—No le preguntes el porqué, insúltalo de manera inteligente— me susurró.

No se me ocurría nada, absolutamente nada. Me vino algo a la mente y supuse que Coral me regañaría.

—A ti se te nota la cara de mujeriego y nadie lo está alardeando.

Supe que había atinado cuando Manuel y Coral se rieron. Marcos solo apresuró el paso.

Luego de unos tres minutos llegamos. Pasó el colectivo y tardó 10 minutos en dejarnos frente al colegio. Era bastante más chico que el anterior al que habíamos asistido, pero no estaba mal. Por fuera estaba perfectamente pintado de blanco y bordo, tenía tres pisos, una cancha de cemento con aros de básquet y un patio bastante extenso con varios árboles repartidos. La puerta principal era metálica, de color blanco mate.

Entramos y los chicos nos acompañaron hasta la dirección para retirar nuestros horarios.

—Hola, buenos días— saludó Coral a la secretaria.

—Buen día señoritas, ustedes deben ser las gemelas Armstrong ¿Me equivoco?

—Mellizas— le corregí— Y si, somos nosotras ¿Nos daría nuestros horarios?

—Sí, tomen— nos tendió una pequeña hoja a cada una. — Su salón está en el segundo piso.

—Gracias— contestó Coral sonriendo.

—No hay de que querida. ¿Necesitan que las acompañen?

—Nosotras las ayudamos. — respondió Marcos.

—Gracias muchachos.

Dicho esto, salimos los cuatro en dirección al segundo piso.

— ¿Quién está en el A? — preguntó Manuel.

—Yo— respondió mi hermana leyendo su horario.

—Así que supongo que tú y yo estaremos juntos— dijo Marcos tomándome por la cintura.

Su rocé me provocó cosquillas en el estómago. Si me hubiese pasado algo similar antes, probablemente hubiese besado al chico en el cachete y le hubiese contestado con un sí súper entusiasmada. Pero había hecho un trato con Coral, y ella no dejaba que los hombres que no fuesen sus amigos la tocaran o abrazaran. Me separé y le sonreí.

—Parece que sí.

En el camino a los salones Marcos saludo a unas veinte o más chicas, poniéndome completamente celosa. Lo acababa de conocer apenas y ya me gustaba. Predecible teniendo en cuenta el circulo que me había rodeado toda mi vida.

Tocó la campana y cada uno fue para su salón, estaban a tres salones de distancia uno del otro. Antes de separarnos Coral me recordó. Presta atención, participa, no digas incoherencias y si tienes dudas mándame un whatsapp. Yo solamente le dije que se relajara, que si se distraía no le diera importancia. Eso hacía yo, jamás prestaba atención y me dedicaba a otras cosas, como por ejemplo dibujar, me gustaba bastante.




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