Donato
Estaciono mi deportivo de color azul en el estacionamiento designado que tengo en mi bufete, me bajo de este acomodando el portafolio de color negro en una de mis manos y con la otra tecleo un mensaje rápido a la rubia de ojos verdes que espera por mí esta noche, una más a la larga lista de damas que han pasado por mi vida.
Camino apresurado guardando el móvil en el bolsillo de mi pantalón, puesto que llego tarde a la reunión que tengo dentro de diez minutos. Entro en la caja metálica y espero impaciente a que los veinte pisos pasen, una vez que llego a mi oficina la última secretaria de esta semana ya se encuentra aquí con su rostro pálido, apoyada sobre el escritorio que usa cada día para trabajar, apenas doy un paso fuera del ascensor fija sus ojos en mí y en menos de dos pasos se planta delante de mí.
—Señor Greco, yo...
—¿Qué sucede Cinnia? —veo la puerta de mi oficina y enseguida me molesto al saber que alguien entro. —¿Has ingresado sin permiso? —le señalo con la cabeza el sitio.
—No, claro que no, señor. —niega frenéticamente. —Cuando llegue había una mujer delgada en su oficina con un niño y por más que le pedí explicaciones de que hace ahí, no quiso dármelas, dijo que solo hablaría con Greco hijo. —arrugo el ceño desconcertado.
—¿Quién es? —se encoge de hombros. —¿Qué hace aquí?, ¿Cómo entro?, por lo menos dime su nombre. —baja la cabeza y se mese sobre sus talones con nerviosismo.
—Lo siento, señor Greco. —murmura asustada. —Yo... Yo... No supe que... Hacer. —tartamudea nerviosa.
—Ve a recursos humanos y busca tu cheque. Estás despedida. —gruño enojado.
—Pero...
—Nada de peros. —la corto. —Ya no me eres útil, no doy segundas oportunidades, así que vete. —sus ojos se llenan de lágrimas. —Y por favor el drama llévatelo, no tengo tiempo para esto.
Camino en dirección contraria al ascensor escuchando el lloriqueo suave de mi ex secretaria. Las reglas son caras, si no obedeces mis reglas estás fuera y Cinnia no lo hizo. Dejo entrar a una desconocida a mi oficina y encima con un niño.
Al entrar me encuentro con una mujer de cabello negro de estatura alta y de espaldas a mí, sus curvas son considerables, es muy hermosa por lo que veo, aunque no pueda ver su rostro ya sé que es un plato fuerte. Ella se encuentra muy concentrada en su móvil que no nota mi presencia, el que si lo hace es el pequeño de unos cinco o seis años aproximadamente que al fijar sus ojos azules en mí debo retroceder por la impresión que me provoca ver un clon mío de cuando era niño.
—Mamá, el señor está aquí. —musita en tono bajo y asustadizo.
La mujer de cabellos negros se gira de golpe, primero viendo a su hijo con mala cara y después a mí. Me escanea de pies a cabeza y muerde su labio inferior con descaro. Me quedo petrificado al darme cuenta quien es la madre del pequeño. Una corriente eléctrica me recorre de pies a cabeza presintiendo que hay problemas.
—Hola, Donato. —suelta en un chillido agudo que retumba en mi cabeza.
No la recordaba tan escandalosa. La pregunta es ¿La recuerdas? Mi conciencia se interpone en mis pensamientos.
—Bianca, ¿Cómo has estado? —pregunto sin quitar mis ojos del niño que retuerce los dedos sobre sus piernas con nerviosismo. —¿Qué haces aquí?, han pasado ¿Qué? ¿Cinco años? —camino en dirección a mi silla rompiendo el contacto con el pequeño.
—Siete, la última vez que nos vimos fue antes de que partiera a Francia a seguir mi carrera de modelaje. —me explica orgullosa.
—No lo recordaba. —en parte es verdad, tengo pocos recuerdos de ella. —¿Qué te trae a mi bufete?, ¿Custodia, alimentos, dinero para tu hijo? —indago queriendo que suelte de una vez lo que desea para que se marche, puesto que ese niño me pone nervioso.
—Exacto, dinero es lo que deseo. —toma asiento como si la hubiese invitado a hacerlo. —Mi carrera se vio un tanto truncada cuando quede embarazada de Valentino. —señala con desprecio. —Y no obtuve los contratos que merecía, sin contar que...
—Bianca, dime de una vez que haces aquí. —la interrumpo timando asiento sobre mi silla. —El tiempo es dinero y no me gusta perder ni uno, ni otro. —dictamino severo y sin paciencia.
—Valentino es tu hijo. —suelta como si nada.
No sé por qué me sorprendo, puesto que tuve una leve sospecha al verlo, pero la impresión de la confirmación me deja helado sobre mi silla sin poder reaccionar, lo único que hago es observar al niño que no levanta la cabeza de sus manos y puedo ver lo nervioso que esta. Preguntar si es verdad que soy el padre sería muy tonto, ya que el parecido es abismal entre ambos, sin embargo no me quedaré con lo que dice esta mujer.
—¿Cómo sabes que soy el padre?, sin ofender, pero no creo haber sido el único en tu vida. —enrojece rápidamente por la rabia.
—Lo eres. —gruñe segura demasiado para mi gusto. —Hazle una prueba de ADN si gustas, pero yo ya no puedo tenerlo conmigo. —mis ojos se abren sorprendidos. —Me han ofrecido un trabajo muy importante y Dubai y como sabrás Valentino no puede venir, así que te harás cargo de él hasta mi regreso. —ordena como si fuera hacer lo que ella quiere.
—Estás loca. —dictamino. —Yo no me haré cargo de nada. —se pone de pie y se encoge de hombros.
—Lo harás, yo lo hice por seis años y jamás recurrí a ti hasta hoy que ya no puedo con él. —lo vuelve a señalar como si se tratase de un mueble. —Serán dos o tres meses, una vez que termine mi trabajo volveré por él.
—Bianca, es imposible. —me pongo de pie y camino en su dirección. —No puedes volver después de seis años, decirme que tenemos un hijo y dejarlo con alguien que casi ni conoces para que lo cuide. Es una locura.
—Locura es haberlo tenido. No estaba lista para ser madre, Donato.
—¿Y ahora pretendes deshacerte de él? —hace una mueca viendo al pequeño niño que no hace más que moverse incómodo sobre su lugar. —Bianca, entiende que...