Madrid.
Salgo de la oficina con la hoja en la mano, me siento con una mendiga que pide limosnas, pero es que no tengo opción, debo optar por la asistencia social mientras consigo trabajo, uno legal que me permita regularizar mi situación.
Me apresuro a llegar a mi piso pues Aitana se ha quedado sola con mi vecina y, aunque esas cosas no me guste hacerlas, no tengo opción. Tomo el metro y recito todas las oraciones que me sé con la esperanza de que Dios me escuche y ocurra un milagro en mi vida, uno que me permita darle a mi hija la vida que se merece.
Reviso el móvil mientras tanto y una noticia me remueve todo por dentro: Cósimo Giuliani ha muerto. Me quedo sin aliento, agradezco estar sentada, me recuesto de la ventana y aspiro aire repetidas veces, sin que pueda controlarlo algunas lágrimas salen imprudentes, me las retiro con disimulo y cierro los ojos tratando de recordar la última vez que lo vi.
Estabamos echados sobre el patio trasero de su mansión en Madrid, era de noche y había pasado todo el día con él, toda la semana.
—Presiento que no debí hacerte caso.
—Morías por hacerme caso.
—Eres presumido e insoportable.
—Eres hermosa.
—¿Nos veremos de nuevo?
—No lo sé, mi padre espera que lo ayude con algunos negocios en Rusia.
Chasqueé la lengua y negué con la cabeza.
—Lo sabía, solo querías acostarte conmigo.
Besó mi mejilla y me abrazó.
—Nos volveremos a ver, preciosa —dijo mostrandome la sonrisa más encantadora del mundo.
No lo ví más después de ese día, y vaya que intenté conseguirlo, pero era imposible, solo podia verlo si él quería ser visto, él iba a mi cuando quería, aunque claro desde esa vez que dormimos juntos, no me volvió a buscar nunca más.
Su familia siempre fue muy poderosa, se rumoraba que estaban conectados incluso con negocios turbios, lo que si era seguro era que tenian influencia en la politica y en los negocios, yo solo era la chica del bar donde a veces iba con sus amigos. Se encaprichó de mí y yo me dejé conquistar por sus ojos azules y su cabello negro.
Sacudo la cabeza y camino en dirección a casa ansiosa de ver a mi hija, cuando abro la puerta la consigo armando un rompecabezas en el suelo de la sala, mi vecina no la ayuda y sonrie orgullosa de como ella va completando todas las piezas.
No me acerco, rompo a llorar al verla con su pelo amarrado en dos colitas de caballo y sus ojos azules, su padre ha muerto, nunca lo conocerá. Me llevo una mano al pecho y paso hacia la cocina, bebo agua y trato de calmarme para que mi pequeña no me vea así.
Entra Amina.
—Amiga, ¿qué pasó? ¿No conseguiste el trabajo?
—No es eso. Se murió el papá de Aitana.
Se lleva las mano a la boca y abre mucho los ojos en señal de sorpresa. No lloro porque lo amara, apenas lo recordaba, pero era el padre de mi hija y yo esperaba que algún día lo conociera.
—¿Qué ha pasado?
—La prensa no dice mucho, es gente de mucho dinero, cualquier cosa lo ocultarán bien. Su familia no andaba en buenos pasos, bueno, tenia un hermano que era sacerdote, creo que es el único que era bueno.
—¿El padre de Aitana no era bueno?
Niego.
—Bueno, tampoco es que era un capo o un ganster, su padre hizo fortuna interviniendo en guerras y conflictos políticos por el mundo, fabrican armas y son gente de temer. Buenos no eran.
—¿Es decir que el padre de Aitanita tenia dinero?
Afirmo, siempre pensé en ello, sobre todo cuando pasabamos necesidades, pero era más fácil hablar con el presidente de Estados Unidos que con Cósimo Giuliani, vivia siempre escondido, viajando, y rodeado de seguridad.
Amina me abraza y recuesto la cabeza de su hombro, me dejo ir unos segundos y decido componerme.
—Mami, quedó bello, mamí, ven.
Me limpio la cara y salgo hacia la sala, el milagro que esperaba para que nuestras vidas se acamodara se ha esfumado, pienso que Dios me dio una respuesta demasiado rápida a mi plegaria: era yo con mi hija y nadie más.
Me siento junto a ella haciendo gestos de fascinación por la tarea que completó.
—¿Vedad que es bello?
Admiro el puente de San Francisco armado por mi pequeña de cinco años. La beso en los cabellos y la abrazo. Ella suelta una risita que me recuerda a la de su padre.
Afirmo y la abrazo, no puedo sacar de mi cabeza que mi hija es huerfana de padre, él nunca supo de ella, nunca se ocupó, pero porque no sabía que existía, quizás si hubiese sabido la rechazaba, o quizás no, pero ahora eso nunca podremos saberlo.
Mi hija es huerfána de padre. Besó sus cabellos y miro su rostro hermoso con algo parecido a la lástima, me regaño por ese sentimiento y le sonrío.
—¿Armamos otro?
—Me voy a casa, o ¿quieres que me quede un rato más?