Miro a los lados sentada en una banqueta dentro de la Iglesia, de momentos siento que quiero salir corriendo y no decir nada, ha pasado tanto tiempo, la vida mejorará. No tengo que hacer esto ahora, quizás Aitana deba tomar la decisión cuando sea mayor.
—Y con su espiditu, y con su espiditu, mami di.
Le sonrío nerviosa y le echo una mirada a Amina que me sonríe de vuelta.
—La voy a llevar afuera a comer helado, si te parece —dice murmurando cerca de mí para que la niña no escuche, le hago un gesto para dejarle saber que estoy de acuerdo.
—Muchas gracias, Aminata.
—¿Po qué le dices Aminata?, mamá.
—Así se llama.
—No, no, se llama Amina.
Amina se carcajea suavemente.
—Mi nombre es Aminata, pero tu mamá siempre me dice Amina de cariño.
La niña se le queda viendo con gesto de duda.
—Y con su espiditu.
Nos echamos a reir, desde que estuvo en la misa no deja de decir esa frase. Comienzo a ponerme más nerviosa y a ratos quiero llorar.
—Voy saliendo ¿Quieres helado, pequeña predicadora?
Mi hija jadea y abre la boca y los ojos que se le ven enormes, se me parte el corazón, no puedo ni comprarle helados, no los come mucho, así que se entusiasma, salta de la banqueta y toma a Amina de la mano, se enfila hacia la salida prometiéndome que me compraran uno.
—No se preocupen, no quiero.
—Sí, mami, lo compamos, lo compamos.
Tras unos minutos de esperar a solas allí y cuando pienso que el padre Sócrates ya no llegará veo que se acercan dos sacerdotes. Me tenso pues no pensaba hablar con los dos.
Es él, me sigue impactado el parecido con su hermano. El otro sacerdote de voz carrasposa y genio delicado se ve que es un hombre joven, pero camina encorbado y es mal encarado. Me levanto cuando estan más cerca.
—Hola, ¿te parece bien conversar aquí? —pregunta el padre Sócrates. Miro al otro sacerdote que sacude la cabeza con gesto retador como indicando que no se moverá.
El padre Sócrates lo mira y regresa la vista a mi.
—El padre Aureliano creció con mi hermano y conmigo, somos como hermanos de sangre, puedes contar con él también. Habla —dice.
—Sí, mija, habla que no podemos estar aquí tanto tiempo, el padre Sócrates debe salir de la ciudad, es muy urgente, y quizás con quien te entiendas ya luego sea conmigo.
Lo tomo que debe de ser algo bueno, si el hermano de Cósimo se pone intransigente y no quiere creer que Aitana sea hija de su hermano, podré hablar con el otro sacerdote, aunque parece menos accesible. Tomo aire y lo libero poco a poco.
—Verá, padre Sócrates, yo salí por un tiempo con su hermano Cósimo, no mucho, no por mucho tiempo, él no paraba mucho en la ciudad, el punto es que, bueno, yo, sé que puede ser díficil, pero siento que tengo que decir esto.
—¿Decir qué, mija? —pregunta el otro sacerdote que por fin se sienta con nosotros.
Examino sus rostros atentos a mis palabras y gestos.
—Tengo una hija, es de Cósimo.
Los dos se miran de inmediato, cierro los ojos y pido que me crean, al menos que me den oportunidad de hacerle a mi hija una prueba de ADN.
—Chica —dice el otro sacerdote, abro los ojos, suspira y me mira con gesto reflexivo.
—Digame, padre.
—¿Estarías dispuesta a hacerle una prueba de paternidad a la bebé?
—Sí, claro.
El padre Sócrates que se ha quedado con la mirada perdidad, se aclara la garganta.
—¿La trajiste? ¿La tienes contigo ahora?
—Está afuera con una amiga. Es ruidosita.
—Me gustaría verla.
El padre Aureliano le pone una mano en el pecho y niega con energía.
—No es buena idea. Lo primero que debemos tener en esta situación es prudencia. No sabemos por qué mataron a Cósimo, no sabemos quienes son, debemos ser cautelosos, por eso el padre Sócrates debe salir de la ciudad, por eso su familia saldrá de España ¿Entiendes que Cósimo murió asesinado?
—No sabía, es decir, hay rumores, en la prensa no se aclaró como murió.
—Lo mataron, es peligroso, mija ¿Cómo dijiste que te llamabas?
—Selva. Y mi hija se llama Aitana.
El padre Sócretes sonríe.
—Aitana es un nombre precioso.
Le sonrío, el padre Aureliano se aclara la garganta.
—Yo me ocuparé de esas cosas, de la prueba de ADN y de lo que quieres, porque supongo que querrás algo.
Alzo los hombros avergonzada.
—Que su familia sepa...
El sacerdote pestañea seguido.