El camino por fin termina después de tantas subidas estrechas por la montaña, ya a lo lejos veo la entrada de un pueblo, comienza a amanecer, está claro, aunque hay neblina y el cielo está algo nublado, me abrazo para dar calor a mi cuerpo, miro a Aureliano que duerme profundamente. Miro de nuevo por la ventana y debo admitir que la vista es sobrecogedara, hermosa, hay mucho color por las flores y los arboles, el sonido de las aves cantando que anuncian el amanecer me hacen cerrar los ojos y por un segundo siento que estoy en paz.
Se viene a mi mente un pensamiento: Roma puede esperar. Tengo ansias por ir a Italia, recuperar a mi gente, tener mis armas conmigo, pero Aitana cambia las cosas, las recibié en este pueblo para cuidarlas si Selva acepta, espero que lo haga porque sus vidas podrían correr peligro.
Aureliano bosteza y abre los ojos.
—¿Llegamos?
—Falta poco.
Cierra los ojos, se hace la señal de la cruz y pone en posición meditatiba. Quien conduce, alguien de la confianza de Aureliano, nos advierte que hemos pasado el trayecto más dificil del camino, y que ya estamos llegando.
—¿A cuántas horas de aquí está el hospital más cercano?
—Hay un puesto médico, pero hospital como tal: a dos horas.
Me quedo mirando el camino que se abre ante nosotros como una sabana. Tengo que asegurarme de que a Aitana y a Selva nos les falte nada. Me distraigo pensando que tengo que hacer que haya un helicóptero cerca para cualquier emergencia, y no me interesa que excusa nos inventaremos.
Aureliano revisa su teléfono abre los ojos y hace un gesto de desaprobación, me mira.
—Tus malandrines ya están en la ciudad cercana, han llegado primero que nosotros. Me pregunto cómo.
—Habría sido más cómodo que vinieran hasta aquí, pero no sé quien me traicionó, aunque estos son mis hombres de más alta confianza, debo tener cuidado igual.
—Te instalaré en la casa y te llevaré a la parroquia, podrás ir luego con tus maladrines, solo seis horas, no más. Deberás estar para la misa de la tarde.
—¿Algún modo de que me salte esas misas?
Me mira mal y sacude la cabeza.
—No, asistirás a todas, todos los días. Eres un sacerdote, necesito que te confieses, tienes que comulgar, la excusa del malestar en la misa de tu hermano no podrás usarla siempre.
—¿Quieres que cofiese?
—Qué confieses tus pecados, sí, a mi. Has tu exámen de conciencia y antes de que yo deje este pueblo, te confesaré.
Niego con vehemencia.
—¿Por qué tengo que andar contando mis pecados a cualquiera?
—No será a cualquiera, será a mi. Recuerda que finges ser un sacerdote. Será raro que un sacerdote que no ha sido excomulgado no participe de la santa eucaristía. Para comulgar debes confersarte, fácil. No creas que me emociona escuchar tus fechorías.
—No, no entiendo. Ni eso ni por que hay que comerse el pan ese.
—No tengo tiempo de catequizarte, ya pasaste por eso de jovencito, no tengo la culpa de que sufras de demencia. Estudia lo que te dije y, además, asistiendo a misa irás entendiendo todo. Son dogmas de fé, son misterios que aceptamos con fé y ya.
—Solo quiero dar intrucciones a mi gente para descubrir al traidor y traer a Aitana a este pueblo, contrataré los mejores profesores particulares, en este pueblo la educación no puede ser buena...
—Basta. Nada de eso, eso lo decidiré yo. No te vuelvas loco, recuerda que solo eres un sacerdote humilde que viene a investigar un caso.
—Eso no me gusta, Aureliano ¿Qué es eso de exorcismos y posesiones demonicas? No creo en nada de eso, no puedo creer que mi hermano estuviera interesado en esas cosas. Creí que ser cura era otra cosa, suena a brujería.
—¡Hereje! —grita, se hace la señal de la cruz y me muestra un crucifijo —. Tu hermano fue enviado a investigarlo porque era muy estudioso, muy disciplinado y confiable. Ahora lo investigarás tú. Te mandaré todo el material que necesitas, debes estudiar mucho antes de hacer las entrevistas.
Ruedo los ojos. No podré estar concentrado leyendo sobre esas cosas cuando sé que tengo una hija, cuando debo vengar la muerte de mi hermano y cuidarme a mi y a mi familia de los enemigos que nos rondan.
Llegamos por fin a la pequeña casa dónde viviré, es la casa parroquial, queda junto a la del sacerdote del pueblo, un ancino que nos recibe en ropa de campo y con un sombrero puesto. Mientras Aureliano le explica porque se adelantó mi visita, echo un ojo a la vivienda que es de piedra.
Yo, Cósimo Giuliani que gateaba en una mansión sobre pisos de mármol y dormía en cuna de oro tengo que dormir en una pequeña pieza con un humilde comedor, una cocina pequeña, un cuarto con una cama de piedra con un colchón y unos pocos muebles, nada de lujos, nada de comodidades.
Pienso que sí, Sócrates era una persona muy distinta a mi, por su memoria me trago mi orgullo, doy las gracias por estar vivo y agradezco también el techo que tendré sobre la cabeza. El pueblo es frio, la construcción está hecha para soportar los embates del clina. Debo asimilar rapidamente que esta será mi vida.