Mi pequeña heredera

Capítulo 10: Cosimo

Salgo de la ducha y me pongo el conjunto de ropa deportiva en color negro, me calzo zapatos deportivos, tomo una pequeña navaja y me subo la capucha, oscurece tarde en este pueblo por lo que me salgo por una ventana trasera de la casa para no ser visto al salir. Afortunadamente da a un callejón poco transitado, ya cubierto camino hacia la terminal de autobuses que queda a un par de cuadras. Espero allí, me pongo lentes oscuros y no descubro la capucha del suéter.

Pienso que al apenas haber llegado hoy me facilita que me reconozcan, sin embargo, recuerdo pronto que es un pueblo pequeño, en la estación todo hablan del nuevo sacerdote: pueblo chico, infierno grande.

—Es muy joven, se ve muy joven, estaba en la misa hoy —dice una señora.

—Y guapo —dice otra, se ríen.

—Pero sabes a lo que viene —replica la otra y se hace la señal de la cruz. Paso saliva y me ruedo unos puestos más para escuchar.

—No, no sé ¿Se irá el padre Guillermo? Ese viejito ya está cerca de visitar a San Pedro.

—No, este está por una misión del Vaticano. Van a investigar a tu sabes quién, no podemos nombrarla.

—Ah, sí. Yo la vi hoy en el puesto de flores de la mamá, parece que ya está bien, la bruja esa.

—No, eso es que sabe que llegó el cura y está fingiendo. Seguro quería saber cómo era el padre y eso.

—Pues se dio banquete viéndolo, es bello ese padre.

—Dios permita que ese cura esté bien preparado, porque te digo, es joven y no sé si inexperto, esa persona es muy mala, o está poseída por esa cosa mala. Dios lo ayude.

Me asusto, no voy a negarlo, una cosa es lidiar con líderes de la mafia, políticos poderosos e inescrupulosos, guerrilleros y pandilleros, y otra con cosas sobrenaturales.

Se sienta una pareja de ancianos junto a mí. Me ruedo un poco con disimulo.

—Dicen que el padre nuevo es muy humilde, no tiene ropas ni cobijas —dice la señora.

Sí, el tema de conversación en el pueblo es el padre nuevo, supongo que como es un pueblo en el que nunca pasa nada, es novedad un nuevo cura.

—Yo tengo ropa que no uso, la voy a sacar —dice el hombre.

—Y sábanas, cobijas. Yo se las llevo mañana.

Bien bueno, la gente haciendo caridad para mí, sacudo la cabeza, no necesito nada de eso, pienso, pero luego reacciono, claro que lo necesito, no tengo nada y no tengo cómo acceder a mis cosas.

Me aclaro la garganta.

—Buenas noches, disculpen que me meta. También oí que al padre nuevo le hace falta ayuda con la limpieza —digo haciendo una voz carrasposa parecida a la de Aureliano.

—Buenas noches, joven. Ah, qué bueno saberlo, mañana mismo le ofrecemos turnarnos para hacerle el aseo y cocinarle, ya lo hacemos para el padre Guillermo.

«Ah, con que esas tenemos, él sí que puede ser atendido como un rey. Aureliano me va a escuchar», pienso.

El autobús llega y corro a tomarlo, me siento en el último puesto y voy meditando sobre los pasos que debo seguir en adelante, corro un gran riesgo revelándome a mis hombres hoy, pero no tengo alternativa.

Durante todo el trayecto voy pensando, haciendo estrategias y por un par de minutos, me quedo dormido. Despierto por la conversación que se da cerca, me incorporo ligeramente, seguro hablaran del padre nuevo, es decir de mí.

 —Dicen que habla cosas raras, en un idioma que nadie entiende, el idioma del demonio —dice una chica.

La otra se hace la señal de la cruz.

—Creo que es una brujería que le echaron. Ella era normal.

—Tan bonita que es —replica la otra negando con la cabeza.

—Creo que es la suegra y la cuñada, o las que iban a ser, sabes que ellas no son de aquí.

—Siempre hay que tener cuidado cuando llegan nuevos habitantes.

Pienso en cuando lleguen Aitana y Selva.

—Para eso vino el cura nuevo.

—¿Ya lo viste? Yo no pude ir a verlo.

—No. Dicen que es muy atractivo y que tiene brazos fuertes y marcados y ojos azules, y un rostro como actor de novela.

—Ay, Dios, qué tentación, pobrecillo.

Las dos se carcajean.

Una de ellas tiene intención de seguir hablando de las posesiones demoniacas de la jovencita que se supone que es el caso que investigaré, la otra dice que le da miedo y cambian el tema. Todo el mundo sabe a lo que supuestamente vine.  Me da tanto temor la fulana posesión como la lengua de los habitantes del lugar.

Veo que ya estamos saliendo de Campo Verde.  Me bajo de autobús y camino en la dirección que me indicó Aureliano. Camino al menos media hora hasta que veo el auto oscuro que me espera. Avanzo y me abren la puerta, veo a Rodrigo, mi chófer, se baja enseguida.

—Padre Sócrates, la bendición —dice y baja la cabeza. Me da risa porque es un hombre grande y muy alto.

Ruedo los ojos. Me quito los lentes y la capucha.




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