Mi Pequeña: Mi Secreto

Prefacio

Elena

Recuerdo como si fuera ayer el primer día que conocí a Alejandro. Era una tarde soleada de otoño, y el parque estaba lleno de niños corriendo y jugando. Yo tenía siete años, y me sentía un poco perdida entre tanto bullicio. Había llegado a una nueva escuela y aún no tenía amigos.

Estaba sentada en un banco, observando cómo las hojas caían lentamente de los árboles, cuando de repente un balón de fútbol rodó hasta mis pies. Levanté la vista y allí estaba él, con una sonrisa traviesa y unos ojos llenos de curiosidad.

—¿Puedes pasarme el balón? —me preguntó con una voz suave, pero llena de confianza.

Sin decir una palabra, le devolví el balón con un torpe puntapié. En lugar de irse, se quedó allí, mirándome con esa misma sonrisa. Luego se presentó.

—Soy Alejandro. ¿Quieres jugar con nosotros?

Esa fue la primera de muchas veces que Alejandro me extendió la mano, ofreciéndome su amistad sin reservas. Desde ese día, nos volvimos inseparables. Compartimos secretos, risas, y sueños bajo la sombra de aquellos árboles que se convirtieron en nuestros testigos silenciosos.

Los años pasaron, y nuestra amistad solo se fortaleció. Alejandro era mi roca, mi confidente, el hermano que nunca tuve. Siempre estaba allí, con su presencia tranquilizadora y su apoyo incondicional. Había una promesa tácita entre nosotros, una que él verbalizó una noche estrellada mientras observábamos el cielo desde el tejado de su casa.

—Elena, te prometo que nunca te haré daño. —me dijo, sus ojos brillando con una sinceridad que me conmovió hasta el alma—. Siempre estaré aquí para ti, sin importar lo que pase.

Esa promesa se grabó en mi corazón, una certeza en la que siempre confié. Nos enfrentamos juntos a los altibajos de la vida, creyendo que nada ni nadie podría romper ese lazo inquebrantable. Pero a veces, la vida tiene una manera cruel de poner a prueba incluso las promesas más sagradas.

Ahora, mientras miro atrás a esos días de inocencia y pura amistad, no puedo evitar sentir una punzada de dolor. Lo que nunca imaginé es que aquella promesa, tan sinceramente hecha, sería puesta a prueba de la manera más dolorosa posible. Alejandro era mi mejor amigo, mi confidente, mi todo. Y también, el hombre que terminó rompiendo mi corazón en mil pedazos.

Pero hay algo que él no sabe, algo que podría cambiarlo todo. Y esa es la razón por la que esta historia merece ser contada. Porque a pesar del dolor, de la traición y de las lágrimas, aún queda una chispa de esperanza. Quizás, solo quizás, podamos encontrar el camino de vuelta el uno hacia el otro.

Tal vez no como pareja, puede que como amigos. Lo merecemos, en honor a lo que solía ser y ya no es.

Porque aquí una segunda oportunidad significa que tienes la oportunidad de resarcir un error, dejar el pasado atrás y comenzar de nuevo como siempre debió ser: con una bonita amistad.

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