Mi Pequeña: Mi Secreto

Capítulo 3: Boda de Conveniencia

Elena

Estoy en la tienda de vestidos de novia con Laura, mirando las filas interminables de prendas blancas. El ambiente está lleno de risas y emoción de otras novias, pero yo me siento fuera de lugar. La propuesta de Alejandro me ha llevado a este momento surrealista, y aún no puedo creer que esté eligiendo un vestido para una boda que, para él, es solo un arreglo temporal.

—¿Qué piensas de este? —pregunta Laura, sosteniendo un vestido sencillo pero elegante.

—Es bonito —respondo, intentando sonreír.

Laura me observa con preocupación.

—Elena, sé que esto no es lo que querías, pero sigue siendo tu boda. Mereces sentirte bien, aunque sea por conveniencia.

Sus palabras me reconfortan un poco, y decido probarme el vestido. Mientras me miro en el espejo del probador, me esfuerzo por imaginar cómo sería si esta boda fuera real para ambos, si Alejandro sintiera lo mismo por mí. Pero la realidad me golpea, recordándome que esto es solo una farsa para él.

Después de elegir el vestido, Laura y yo nos dirigimos a la floristería para escoger las flores para la pequeña recepción que tendremos en la casa de Alejandro. Intento concentrarme en los detalles, pero mis emociones están desbordadas.

—¿Qué tal estas rosas blancas? —sugiere Laura.

—Sí, son perfectas —digo, aunque en el fondo me siento abrumada por la tristeza y la incertidumbre.

Nos dirigimos a la pastelería para encargar un pequeño pastel. Mientras observamos las opciones, Laura intenta animarme.

—Elena, piensa en esto como una oportunidad para estar cerca de Alejandro. Quién sabe, tal vez este año cambie las cosas entre ustedes.

—Ojalá pudiera ser tan optimista como tú, Laura —suspiro—. Pero por ahora, solo quiero que esto termine sin que ambos salgamos heridos.

Logramos terminar con todos los pendientes, llevo a Laura a su casa y luego conduzco hasta la mía. Al caer la noche, me acerco a la cocina para preparar mi cena; sin embargo, tocan la puerta y cuando la abro, veo a Alejandro del otro lado. 

—Pensé que estarías cansada, traje la cena —Levanta la bolsa con los recipientes de comida—. Compré en ese restaurante chino que tanto te gusta. 

¿Cómo podría no amarlo cuando es así de detallista? 

—Muero de hambre. —Me hago a un lado para dejarlo pasar. 

Voy a la cocina por cucharas y sirvo jugo en vasos para los dos, regreso para verlo sacando los recipientes y ubicándolos en la mesa de la cena, frente al televisor. 

—Están presentando ese programa que tanto te gusta —dice—. Vamos, ya quiero ver cómo te enojas con los personajes —Palmea el asiento a su lado para que lo tome. 

Dejo los vasos en la mesa, le doy la cuchara y luego me acomodo a su lado mientras comemos y vemos televisión. Se ríe cuando me escucha refunfuñar y por este instante, es como si nada entre nosotros hubiera cambiado. 

—Es tarde —digo cuando el programa finaliza. 

—Lo es —responde, pero no hace ningún ademán por levantarse—. Nos casamos en dos días —Me recuerda. 

—Sí, lo sé. 

El silencio llena el espacio, de repente siento que él agarra mi mano y se la lleva a la boca para besarla. 

—He estado pensando en lo que me confesaste, Elena. Y quiero que sepas que mi mente está abierta, quiero amarte. 

—¿Qué? —jadeo por la sorpresa. 

—Sí, es lo mínimo que puedo hacer. —Afirma. 

—No, no tienes que hacerlo. La manera en la que lo dices suena casi a obligación. 

—Por supuesto que no, tú más que nadie sabes que no hago cosas que no quiero —Elevo mi ceja izquierda, una obligación es lo que nos llevó a esto—. Bueno, dejando esto de lado. Pero hablo en serio, quiero intentarlo. 

—¿Y si no funciona?, ¿si no logras amarme? —Dejo que mi temor salga. 

—Entonces te lo haré saber, te prometí honestidad. 

No tengo que pensarlo mucho, que acepte intentarlo es un paso crucial. 

—Está bien —acepto. 

—Esa es mi chica. —Celebra, haciendo un baile gracioso. 

Me rio de verdad porque así es él, puede ser serio para los negocios, pero conmigo siempre es extrovertido y se pone tonto. Supongo que es por eso que me sentía especial, incluso si él no sabía lo que me provocaba. 

Con un último beso en mi mano, se levanta, recoge sus cosas y camina hasta la puerta. Lo sigo y me acomodo en el marco para despedirlo. 

—Nos vemos pronto, descansa —digo. 

—Hasta el día de nuestra boda, Elena —Se inclina y deja un beso en mi mejilla—. Gracias por lo que estás haciendo por mí. 

—Haría cualquier cosa por ti —admito. 

—Lo sé, por eso eres mi mejor amiga —contesta, causando que mi corazón se agriete un poco. 

Alejandro se marcha y yo me apoyo en la puerta, dejándome caer hasta llegar la suelo. La primera lágrima se desliza por mi mejilla seguida de otras más, siento que esto puede terminar mal. Sin embargo, también creo que si me esfuerzo lo suficiente, lograré que me ame. 




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