Elena
Han pasado seis meses desde que Alejandro y yo nos casamos, y aunque el comienzo fue maravilloso, siento que nuestra relación se ha estancado. Alejandro pasa cada vez menos tiempo en casa. Se va temprano en la mañana y regresa tarde en la noche. Las pocas horas que tenemos juntos, apenas hablamos. Sé que está estresado por el trabajo y el desvío de fondos en la empresa, pero siento que hay algo más, algo que no me está diciendo.
A veces lo encuentro mirándome fijamente, y cuando le pregunto qué pasa, solo sacude la cabeza y dice que nada. Esta situación me tiene inquieta. Nuestro único momento de conexión real es cuando hacemos el amor, aunque incluso eso ya no se siente tan mágico como antes. Hay una distancia entre nosotros que no sé cómo atravesar.
Hoy, decido que necesito un respiro. Llamo a Laura y le pido que salgamos juntas. Necesito hablar con alguien, y ella siempre ha sido mi confidente.
—Claro, Elena. Vamos a nuestra cafetería favorita —me dice Laura al teléfono—. Nos vemos allí en una hora.
Me arreglo rápidamente y salgo de casa. El aire fresco me ayuda a despejar la mente un poco mientras camino hacia la cafetería. Cuando llego, Laura ya está esperando con dos tazas de café humeante.
—Hola, amiga —me saluda con una sonrisa—. ¿Qué pasa? Te ves preocupada.
—Hola, Laura —respondo, sentándome frente a ella—. Es Alejandro. Siento que nuestra relación se está estancando.
—¿Qué ha pasado? —pregunta, frunciendo el ceño.
Le cuento todo. Cómo Alejandro pasa cada vez menos tiempo en casa, cómo a veces me mira como si quisiera decirme algo, pero no lo hace, y cómo nuestra conexión ha disminuido.
—Entiendo que está estresado por el trabajo, especialmente con todo el problema del desvío de fondos, pero siento que hay algo más. Algo que no me está diciendo.
Laura asiente, escuchándome atentamente.
—Es normal que el trabajo afecte las relaciones, pero si sientes que hay algo más, es importante hablarlo con él. Alejandro siempre ha sido honesto contigo, ¿no?
—Sí, pero últimamente siento que me está ocultando algo. No sé qué hacer. Quiero apoyarlo, sin embargo, no sé cómo.
Laura toma un sorbo de su café y luego me mira con seriedad.
—Tal vez deberías planear una noche para ustedes dos. Algo especial. Un momento en el que puedan hablar abiertamente, sin distracciones.
—Es una buena idea —digo, sintiéndome un poco más esperanzada—. Pero tengo miedo de que no quiera hablar o que simplemente lo niegue como ha estado haciendo.
—Tienes que intentarlo, Elena. No puedes seguir viviendo con esa duda. Habla con él, dile cómo te sientes. Si hay algo que está ocultando, necesita sacarlo a la luz.
—Tienes razón, Laura. Gracias por escucharme. Siempre sabes qué decir.
—Para eso están las amigas. Y recuerda, tu relación es importante. No dejes que el miedo te impida luchar por ella.
Sonrío, sintiéndome un poco más fuerte gracias a sus palabras. Terminamos nuestro café y conversamos sobre otras cosas, tratando de mantener el ánimo ligero. Cuando finalmente me despido de Laura y regreso a casa, me siento más decidida. Esta noche, hablaré con Alejandro. Necesito saber qué está pasando realmente y cómo podemos arreglarlo.
Con el consejo de Laura aún fresco en mi mente, decido llamar a Alejandro para pedirle que llegue temprano a casa esta noche. Necesito hablar con él, necesitamos reconectar. Marco su número con manos temblorosas, esperando que conteste.
—Hola, Elena —dice, su voz suena cansada y distraída.
—Alejandro, ¿puedes llegar temprano a casa hoy? Hay algo importante que necesito decirte.
—Lo siento, Elena, pero hoy no puedo. Tengo mucho trabajo y una reunión trascendental.
—Por favor, Alejandro —ruego, sintiendo una punzada en mi corazón—. Es realmente importante. Necesitamos hablar.
Hay un silencio prolongado al otro lado de la línea antes de que él responda.
—Está bien, llegaré temprano. Pero no puedo prometer mucho tiempo.
—Gracias, Alejandro. Te veré esta noche.
Cuelgo el teléfono sintiendo una mezcla de alivio y nerviosismo. Me pongo a trabajar de inmediato, preparando su comida favorita: estofado de ternera con patatas. Quiero que todo sea perfecto. Me arreglo más de lo usual, eligiendo un vestido nuevo que compré y me maquillo con cuidado. Al mirarme en el espejo, noto que la tela me queda ajustada en el vientre y que, de hecho, mis caderas se han ensanchado. He subido de peso, lo que no me extraña teniendo en cuenta mi estado de ánimo.
Termino de alistarme y bajo hasta el primer piso. Pongo la mesa de manera romántica e íntima, con velas y flores frescas.
Cuando finalmente escucho la puerta abrirse, mi corazón late con fuerza. Alejandro entra y se dirige a la sala sin apenas mirarme. Su indiferencia pincha mi burbuja de felicidad.
—Alejandro, la cena está lista —digo con una sonrisa, tratando de mantener el ánimo.