Alejandro
Me siento traicionado. La sensación me pesa como una losa en mi corazón. Las pruebas son innegables, los informes del auditor no dejan lugar a dudas: todas las transacciones desviadas llevan la firma de Elena. Mi mente se tambalea ante la realidad que se despliega ante mí. Todo lo que creía saber sobre ella, todo lo que sentía, se está desmoronando en cuestión de minutos.
El vaso de whisky se siente frío en mi mano, pero no lo suficiente como para calmar el fuego que arde en mi pecho. Estoy sentado en el rincón de un bar, con Javier a mi lado, y todo lo que puedo pensar es en la traición que siento. Javier ha sido un apoyo constante en medio de este caos.
—No puedo creerlo, Javier —digo, mirando el líquido ámbar en mi vaso—. Nunca pensé que Elena pudiera hacer algo así. Me siento traicionado, como si todo lo que teníamos fuera una mentira.
Javier asiente, tomando un sorbo de su bebida.
—Es difícil de aceptar, Alejandro. Pero las pruebas son claras. Debes confrontarla, hablar con ella y escuchar lo que tiene que decir.
—¿Cómo puedo siquiera empezar esa conversación? —respondo, sintiendo la desesperación crecer en mi interior—. Cada vez que la miro, veo a la mujer que amo, no a alguien que me haya robado.
—Lo sé, amigo. Pero necesitas respuestas. No puedes vivir con esta duda. Habla con ella. Quizás haya una explicación que no estamos viendo.
Sus palabras tienen sentido, pero el dolor es profundo. ¿Cómo enfrentar a Elena, la mujer con la que compartí mis sueños y mis miedos, sabiendo que podría ser culpable de traición? Tomo un trago largo de whisky, sintiendo el calor descender por mi garganta, y aspiro profundamente.
—Tienes razón, Javier. No puedo seguir así. Necesito saber la verdad, por más dolorosa que sea.
—Exactamente. Y recuerda, Alejandro, sea cual sea la verdad, podrás manejarlo. Eres fuerte, y lo superarás.
Asiento, agradecido por su apoyo. Me termino el whisky y dejo el vaso en la barra con un golpe decidido. Es hora de enfrentar la realidad, por más dura que sea.
—Voy a casa. Necesito hablar con Elena.
Javier me da una palmada en el hombro y me ofrece una sonrisa comprensiva.
—Buena suerte, amigo. Y recuerda, pase lo que pase, estoy aquí para apoyarte.
Al llegar a casa, el silencio es abrumador. La casa está vacía, como si el aire mismo estuviera cargado de una tensión invisible. Subo las escaleras con pasos que me pesan como ladrillos. Cuando llego a la puerta del cuarto, la veo sentada en la cama, sosteniendo un retrato de nosotros. Sus hombros están caídos y cuando levanta la mirada, hay algo en sus ojos, una mezcla de confusión y miedo.
—Elena, necesitamos hablar —digo, intentando mantener la calma, aunque mi voz suena más áspera de lo que quisiera.
¿Por qué tuvo que hacerlo?, ¿por qué nos tuvo que arruinar de esta manera?
—¿Sobre qué, Alejandro? —pregunta, con un tono que mezcla curiosidad y preocupación.
Me siento en el borde de la cama, mirándola directamente a los ojos. No sé cómo empezar, no sé cómo enfrentar la verdad que parece imposible de aceptar.
—He visto los informes, Elena. Las pruebas son definitivas. Todas las transacciones desviadas tienen tu firma.
Sus ojos se abren de par en par, y veo una chispa de incredulidad en ellos. Supongo que no esperaba ser descubierta.
—¿Qué? ¿Qué estás diciendo, Alejandro? No entiendo de qué hablas. —pregunta.
Su desconcierto se escucha tan verdadero, tan real. Igual que cuando decía que me amaba.
—Las pruebas, Elena. Todo está registrado. Las transacciones, las firmas, las fechas. Todo apunta a ti. ¿Cómo pudiste hacer esto?
Ella se pone de pie rápidamente, con la voz temblando de indignación y miedo.
—¡No sé de qué estás hablando! ¡Es una locura! No tengo idea de lo que estás diciendo. No he tocado nada de eso. —exclama, claramente indignada por la acusación.
—No hay duda, Elena. Las pruebas son claras. Necesito que me digas la verdad. ¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste? Pude haberte dado el dinero, pude comprarte lo que quisieras, no tenías que hacer eso, traicionarme de esa manera.
Ella empieza a caminar por la habitación, visiblemente agitada. Se lleva las manos a la cabeza, como si intentara ordenar sus pensamientos.
—No sé qué pruebas has visto, pero te juro que no he hecho nada. ¡No tengo nada que ver con eso! ¿Cómo no puedes creerme? —Se desespera—. He sido tu mejor amiga por años, la mitad de ese tiempo te he amado, me casé contigo para ayudarte. ¿Acaso eso no tiene peso para ti?
Lágrimas gruesas comienzan a caer por sus mejillas, mi corazón da un vuelco al ver tanto dolor en su rostro. Sin embargo, me endurezco, no puedo dejar que me convenza con unas pocas palabras.
—Porque las pruebas están ahí, Elena. No hay lugar para la duda. ¿Cómo podemos estar aquí, en este punto, si no es verdad? Lo he comprobado, ¡dos veces! ¿Piensas que yo deseaba que esto pasara? ¿Consideras que quiero que la mujer que amo resulte siendo la que casi destruye mi legado?