Mi Pequeña: Mi Secreto

Capítulo 9: Corazón Roto

Elena 

El camino hacia la casa de Laura es un borrón. Las lágrimas nublan mi visión y el dolor en mi pecho es insoportable. ¿Cómo pudo pasar esto? ¿Cómo pudo Alejandro, el hombre que juró amarme y respetarme, tratarme de esta manera? Cada kilómetro que recorro me aleja más de la vida que pensé que estaba construyendo con él.

Él me empujó, me alejó como si yo fuera una extraña y no su esposa. ¿Cómo pudo llegar a ese punto?

Cuando llego a la casa de Laura, apenas puedo mantenerme en pie. Ella abre la puerta y, al verme, su rostro se llena de preocupación.

—Por todo lo santo, ¿qué ha pasado? —pregunta, su voz cargada de urgencia.

Me lanzo a sus brazos, sintiendo que las fuerzas me abandonan. Las lágrimas comienzan a fluir con más fuerza, y todo el dolor que he estado conteniendo se desborda.

—Alejandro… —logro decir entre sollozos—. Me echó de la casa. Me acusó de algo que no hice. ¡Laura, no sé qué hacer!

Ella me abraza con fuerza, sus manos acariciando mi espalda en un intento de consolarme.

—Tranquila, Elena. Estás a salvo ahora. Vamos adentro, cuéntame todo.

Entramos y nos dirigimos a la sala. Laura me guía hacia el sofá y se sienta a mi lado, sus ojos llenos de preocupación y tristeza.

—¿Qué fue lo que pasó? —averigua con voz suave, como si temiera que la sola pregunta pudiera romperme.

—Alejandro… encontró unas supuestas pruebas de que alguien está desviando fondos de su empresa. —Tomo un respiro, tratando de calmarme lo suficiente para hablar con claridad—. Todas las pruebas apuntan a mí. Dice que soy yo quien ha estado robando, Laura. Pero yo no hice nada. No tengo idea de cómo eso pudo pasar. Tienes que creerme, por favor. 

Laura frunce el ceño, claramente confundida.

—¿Pruebas? ¿Qué tipo de pruebas? Y no seas tonta, claro que te creo. Tú no eres capaz de eso. 

—Transacciones, firmas… todo tiene mi nombre. —Me cubro el rostro con las manos, sintiendo la desesperación volver—. Me echó de la casa sin siquiera darme la oportunidad de explicarme. Me trató como si fuera una extraña, como si todo lo que hemos compartido no significara nada. 

—Eso no tiene sentido, Elena. —sacude la cabeza—. Alejandro te conoce mejor que eso. Debe haber alguna explicación.

—No lo sé, Laura. —Levanto la cabeza, mirándola a través de las lágrimas—. Lo único que sé es que me siento perdida. Todo lo que tenía, todo lo que era importante para mí, se ha desmoronado.

Laura me toma de las manos, su expresión decidida.

—Vamos a resolver esto, Elena. No estás sola. Vamos a descubrir quién está detrás de todo esto y limpiar tu nombre.

—Gracias, Laura. —susurro, sintiendo un pequeño rayo de esperanza—. No sé qué haría sin ti.

Ella me ofrece una sonrisa reconfortante.

—Para eso están los amigos. Ahora, vamos a calmarnos un poco y a pensar en lo que podemos hacer. Pero primero, necesitas descansar. Has pasado por mucho hoy. Y cuando esto se aclare, tendré unas palabras con Alejandro. 

Asiento, sintiendo el cansancio invadir mi cuerpo. Laura me guía hasta una habitación de huéspedes y me acuesto, todavía temblando por la tormenta emocional que acabo de atravesar.

—Gracias por lo que estás haciendo. —susurro. 

—Estaré aquí cuando despiertes —dice Laura suavemente, y se queda a mi lado hasta que el agotamiento me lleva al sueño.

(***)

A la mañana siguiente, despierto con los ojos hinchados y el corazón pesado. Los eventos de la noche anterior se repiten en mi mente, un bucle interminable de dolor y traición. Me esfuerzo por levantarme, sabiendo que debo ser fuerte, aunque todo dentro de mí quiera rendirse.

Tan pronto como me pongo de pie, las náuseas me invades, por lo que corro hasta el baño y vomito los pocos alimentos que he consumido. Me miro en el espejo y mi aspecto es tan deplorable como imagine. Lavo mi rostro, me cepillo los dientes con un cepillo de repuesto y salgo de allí.

Laura me recibe en la cocina con una sonrisa cálida y un plato de desayuno. Se sienta frente a mí y me ofrece una taza de café. Tomo la taza, dejando de lado la comida, no creo que me baje. 

—¿Cómo te sientes hoy? —escudriña, su voz sigue siendo suave, me trata como a una pequeña lastimada.

Supongo que no está tan lejos de la verdad. Me han tratado de la peor manera. 

—Igual de mal, o peor. —respondo, tomando un sorbo de café—. No puedo dejar de pensar en lo que Alejandro me dijo y cómo me trató. No sé cómo voy a resolver esto.

Laura asiente, su expresión seria pero determinada.

—Tenemos que encontrar la manera de probar tu inocencia. Hay que reunir pruebas que demuestren que no tuviste nada que ver con esos desvíos de fondos.

—¿Cómo vamos a hacer eso? —pregunto, sintiendo una mezcla de desesperación y esperanza—. Todo parece estar en mi contra.

—Primero, debemos ir al banco. —Laura sugiere—. Revisar tus cuentas y las transacciones que te implican. Quizás haya algo que podamos usar para demostrar que tú no tuviste nada que ver.




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