Elena
Han pasado dos semanas desde que todo se desmoronó. He intentado encontrarme con Alejandro todos los días, esperando fuera de su oficina a la hora de entrada y salida, pero nunca aparece. Cada día me siento peor, vomito todo lo que como y apenas duermo. Laura está cada vez más preocupada por mi estado. Hoy, insiste en llevarme al médico.
—Esto no es normal, Elena. Tienes que ver a un médico. —dice Laura con firmeza mientras me ayuda a levantarme del sofá.
—No quiero ir. —respondo débilmente—. Solo necesito descansar un poco más.
—No, Elena. Esto no es solo cansancio. Por favor, hazlo por ti y por mí. —Ella me mira con preocupación genuina y sé que no tengo más remedio.
Accedo a regañadientes y nos dirigimos a la clínica. Durante el trayecto, el silencio entre nosotras es pesado. Me siento agotada y asustada, no solo por mi salud, sino también por la incertidumbre que rodea a mi vida ahora.
No quiero perder a Alejandro, no ahora que lo tengo como esposo.
Cuando llegamos a la clínica, nos recibe una enfermera amable que me guía a una sala de exámenes. Laura se queda a mi lado todo el tiempo, sosteniéndome la mano.
—Buenas tardes, señora García. —saluda el médico, un hombre de mediana edad con una sonrisa tranquilizadora—. ¿Qué la trae por aquí hoy?
—He estado vomitando todo lo que como y apenas puedo dormir. Me siento débil y agotada. —respondo, aunque mi mente no está enfocada por completo en lo que cuestiona.
El médico asiente y comienza a hacerme preguntas sobre mis síntomas y mi historial médico. Después de un rato, decide hacerme unos exámenes.
—¿Es posible que esté embarazada? —inquiere.
—Yo… —Me quedo en silencio, procesando su pregunta.
Pongo mi mano en mi vientre, una sensación de desconocida me invade ante la posibilidad de que un bebé esté creciendo dentro de mí, un hijo de Alejandro.
—Tomaré eso como un sí. Vamos a hacer unas pruebas de sangre y un ultrasonido para asegurarnos de que todo esté bien. —dice con voz profesional.
Me siento nerviosa mientras la enfermera me toma una muestra de sangre. Luego, me llevan a otra sala para hacerme el ultrasonido. Laura me sigue de cerca, sin soltarme la mano.
—Todo va a estar bien, Elena. —me susurra al oído, tratando de tranquilizarme.
Cuando el médico regresa con los resultados, su expresión es seria pero no alarmante. Se sienta frente a mí y toma un respiro antes de hablar.
—Señora García, los resultados muestran que usted está embarazada, puede que tenga más de tres meses. —anuncia con voz suave.
—¿Qué? —exclamo, sintiendo que el suelo desaparece bajo mis pies—. ¿Tanto tiempo? ¿Cómo es posible? —pregunto, más para mí misma que para el médico.
Laura me aprieta la mano con más fuerza, sus ojos llenos de sorpresa y preocupación.
—A veces, el estrés y las preocupaciones pueden hacer que no notemos ciertos síntomas. —explica el médico—. Pero las pruebas son claras. Usted está pasando las primeras etapas de su embarazo.
Me quedo en silencio, procesando la información. Un torbellino de emociones me envuelve: alegría, miedo, confusión. No sé cómo sentirme.
—¿Estás bien, Elena? —pregunta Laura, sus ojos llenos de lágrimas.
—No lo sé, Laura. No lo sé. —respondo, tratando de contener las lágrimas.
—Vamos a salir de aquí y hablar con calma. —sugiere, ayudándome a ponerme de pie.
Salimos de la clínica y nos dirigimos de regreso a casa. El silencio en el coche es abrumador. Cuando llegamos, nos sentamos en la sala y Laura me mira con una mezcla de preocupación y ternura.
—Elena, esto cambia todo. —dice suavemente—. Tienes que decírselo a Alejandro.
—¿Cómo, Laura? —mi voz tiembla—. No he podido verlo en dos semanas. Él piensa que soy una ladrona. ¿Cómo voy a decirle que estoy embarazada?
—Hay que encontrar la manera. —insiste—. Este bebé es importante, y Alejandro merece saber la verdad. Además, esto podría cambiar las cosas. Podría hacer que te escuche.
—Tienes razón. —suspiro, sintiendo el peso de la situación—. Pero no sé cómo hacerlo.
Ella se inclina hacia delante y me toma las manos.
—No estás sola. Vamos a encontrar la manera de hablar con Alejandro. Vamos a resolver esto juntos.
Asiento, sintiendo una chispa de esperanza.
—Gracias. No sé qué haría sin ti.
Ella sonríe y me abraza con fuerza.
—Para eso están los amigos. Vamos a superar esto, lo prometo.
Mientras me acurruco en el abrazo de Laura, siento una renovada determinación. No sé cómo, pero encontraré la manera de hablar con Alejandro y decirle la verdad. Este bebé nos da una razón más para luchar, para no rendirnos.
(***)
A la mañana siguiente, la ansiedad me consume mientras espero fuera de la empresa de Alejandro. Hoy finalmente aparece. Lo veo bajar de su coche, su expresión fría y distante, una sombra del hombre que conocí. Aprovecho la oportunidad y me acerco rápidamente.