Elena
Despierto con un dolor punzante en todo el cuerpo. Mis ojos parpadean contra la luz blanca del techo y, por un momento, no sé dónde estoy. Luego, todo regresa a mí en un torrente: Alejandro, el accidente, la caída, el miedo desgarrador.
—Mi bebé… —susurro, el pánico invadiéndome de nuevo. Intento moverme, pero un dolor agudo en mi pierna me detiene. Mi corazón late con fuerza, cada segundo más aterrador que el anterior.
Un hombre joven, de unos treinta años, se acerca a mi cama con una expresión calmada y amable. Su voz es suave y tranquilizadora.
—Hola, Elena. Soy Ángel, el médico encargado de tu caso. —dice con una sonrisa reconfortante—. Estás en el hospital, pero estás a salvo. Tu bebé también está bien.
Las palabras del doctor Ángel son como un bálsamo para mi alma. Las lágrimas de alivio brotan de mis ojos, y respiro profundamente, tratando de calmarme.
—¿Está bien? —pregunto, mi voz temblando—. ¿De verdad está bien?
—Sí, está bien. —responde Ángel, con firmeza—. Le hicimos una ecografía y todo está en orden. Eres muy afortunada, Elena.
Me siento débil y abrumada, pero el alivio de saber que mi bebé está bien me da fuerzas.
—Gracias… gracias, doctor. —susurro, cerrando los ojos por un momento mientras dejo que el alivio me inunde.
—No hay de qué. —responde él, su voz sigue siendo tranquilizadora—. Ahora, vamos a hablar de tus heridas. Tienes la pierna derecha fracturada y algunos raspones, pero te recuperarás. Será un proceso, no obstante, estarás bien.
Asiento, tratando de asimilar la información. Me duele todo, pero sé que tengo que ser fuerte, no solo por mí, sino por mi bebé.
—¿Cuánto tiempo…? —mi voz se quiebra, llena de incertidumbre—. ¿Cuánto tiempo estaré aquí?
—Probablemente, unas semanas, hasta que tu pierna comience a sanar adecuadamente. —explica Ángel—. Luego necesitarás rehabilitación, pero estarás bien. Vamos a cuidar de ti.
Las lágrimas vuelven a llenar mis ojos, pero esta vez no son solo de dolor o miedo, sino también de gratitud. A pesar de todo, hay esperanza. Ángel se queda a mi lado, su presencia es una fuente de calma en medio del caos que ha sido mi vida últimamente.
—Gracias, doctor. No sé cómo agradecerle. —digo, con sinceridad.
—Solo haz lo que te pedimos para tu recuperación y cuida de tu bebé. —responde con una sonrisa—. Eso es suficiente. Tu contacto de emergencia estuvo aquí, dijo que volverá pronto con cosas para ti.
—Gracias —repito.
—No hay de qué, descansa.
Cierro los ojos, permitiendo que las lágrimas caigan, pero esta vez son de alivio. Sé que el camino será largo y difícil, sin embargo, tengo algo por lo que luchar. Mi bebé está bien, y con eso, puedo enfrentar cualquier cosa.
Horas más tarde, la puerta de la habitación se abre con un chirrido suave. Mi corazón se acelera, y cuando veo a Laura entrar, las lágrimas vuelven a fluir. Ella se apresura hacia mí, su rostro una mezcla de alivio y preocupación.
—¡Elena! —exclama, sus ojos llenos de lágrimas—. Dios mío, estás bien. Estás bien.
Se inclina y me abraza con fuerza, y aunque el dolor de mis heridas se intensifica, agradezco su calidez. Nos quedamos así por un momento, sus lágrimas mezclándose con las mías.
—Lo siento tanto, Laura. —susurro, sintiendo la culpa y el alivio a partes iguales.
Ella se aparta ligeramente, sus ojos mirándome con severidad y cariño.
—¿En qué estabas pensando? —me reprende—. ¡Pudiste haber muerto, Elena! ¿Cómo pudiste ser tan imprudente?
Asiento, sabiendo que tiene toda la razón.
—Lo sé, fue una locura. —admito, mi voz quebrándose—. Vi a Alejandro con otra mujer. Ella salía de nuestra casa y él… parecía tan feliz. No pude soportarlo, Laura. No estaba pensando con claridad.
Laura suspira, secándose las lágrimas antes de tomar mi mano.
—Lo sé, Elena. —dice suavemente—. Pero no puedes poner tu vida y la de tu bebé en peligro por él. No vale la pena.
—Tienes razón. —respondo, sintiendo una punzada de dolor en mi pecho—. Me dejé llevar por la rabia y el dolor. Fue un error. Pero no quiero quedarme aquí, Laura. No quiero estar cerca de él.
Laura me mira con una determinación que reconozco bien.
—Entonces, vámonos. —propone, su voz firme—. Ven conmigo a Londres. Será un nuevo comienzo para ti y tu bebé. Lejos de todo esto, podrás recuperarte y empezar de nuevo.
La idea de escapar de todo, de alejarme del dolor y la traición, suena tentadora. Sé que es la mejor opción para mi bebé y para mí. Asiento, sintiendo que una nueva esperanza empieza a nacer dentro de mí.
—Sí, me iré contigo a Londres. —Acepto—. Necesito empezar de nuevo, por mi bien y por el del bebé.
Laura sonríe y aprieta mi mano con fuerza.
—Haremos esto juntas, Elena. Estaremos bien.