Mi Pequeña: Mi Secreto

Capítulo 14: Nacimiento de Sofía

 

Elena

Las últimas semanas han pasado en un torbellino de preparativos y emociones. Cada día me siento más ansiosa y emocionada por conocer a mi pequeña Sofía, así es como he decidido llamar. No solo porque significa sabiduría, sino porque es el mismo nombre de mi madre. 

Laura ha seguido a mi lado en cada paso, ayudándome a preparar todo para la llegada del bebé. Hoy, sin embargo, algo se siente diferente. Me despierto con una sensación de inquietud y un dolor sordo en la parte baja de mi abdomen.

—¿Estás bien, Elena? —pregunta ella, notando mi expresión preocupada.

—Creo que es hora, Laura. —respondo, tratando de mantener la calma—. Creo que Sofía está lista para llegar.

Laura reacciona rápidamente, ayudándome a reunir nuestras cosas y llevándome al hospital. En el camino, intento concentrarme en mi respiración, recordando las clases de preparación al parto, pero el dolor es cada vez más intenso.

Al llegar al hospital, el personal médico nos recibe de inmediato. Me colocan en una camilla y me llevan a la sala de parto. La doctora Sanders llega rápidamente y empieza a prepararse.

—Elena, todo va a estar bien. Estamos aquí para ayudarte. —me dice con una sonrisa tranquilizadora—. Traeremos a tu pequeña, sana y salva.

Las contracciones se vuelven más frecuentes y dolorosas. Cada oleada de dolor parece durar una eternidad. Intento mantenerme fuerte, pero una parte de mí desearía que Alejandro estuviera aquí. A pesar de todo, una parte de mí aún anhela su presencia, y esa debilidad me hace sentir culpable.

—Laura… —digo entre jadeos—. Desearía que Alejandro estuviera aquí. —confieso.

Laura me toma la mano con fuerza, su mirada llena de comprensión y apoyo.

—Lo sé, Elena. Pero estás haciendo esto increíblemente bien. Eres fuerte y valiente, y Sofía está a punto de conocerte. —me dice con voz firme.

Intento concentrarme en sus palabras, pero el dolor sigue siendo abrumador. Siento como si todo mi cuerpo estuviera siendo desgarrado, y las lágrimas empiezan a correr por mi rostro.

—No puedo… no puedo hacerlo. —digo, mi voz quebrándose por la desesperación.

—Sí puedes, Elena. Ya casi estás allí. —responde la doctora Sanders, mientras el equipo médico se prepara para el nacimiento.

Las palabras de Laura y la doctora Sanders me dan la fuerza que necesito. Con cada contracción, empujo con todas mis fuerzas, aferrándome a la idea de que pronto tendré a mi bebé en brazos.

—¡Vamos, Elena, solo un poco más! —me anima la doctora Sanders.

Finalmente, después de lo que parece una eternidad, siento una liberación repentina y escucho el llanto agudo de un recién nacido. La sala se llena de alegría y alivio cuando la doctora Sanders levanta a mi pequeña Sofía para que la vea por primera vez.

—Es una niña hermosa, Elena. —dice la doctora Sanders, entregándome a mi hija envuelta en una manta.

Sofía Alejandra, mi pequeña, está finalmente aquí. La miro con lágrimas de felicidad en mis ojos, sintiendo una oleada de amor y protección que nunca había experimentado antes.

—Hola, Sofía. —susurro, acariciando suavemente su mejilla—. Te he estado esperando tanto tiempo.

Laura se acerca, sus ojos también llenos de lágrimas, y coloca una mano en mi hombro.

—Es perfecta. Lo has hecho increíblemente bien. —dice con orgullo.

A pesar del dolor y la fatiga, me siento más fuerte que nunca. Tener a Sofía en mis brazos es todo lo que necesito para saber que todo valió la pena. Aunque Alejandro no esté aquí, tengo a Laura y a mi hija, y eso es más de lo que podría haber pedido.

Mientras sostengo a Sofía, siento una paz y una alegría indescriptibles. 

Horas más tarde, estoy en mi habitación del hospital, descansando después del parto. A mi lado, Sofía duerme plácidamente en su cuna. A pesar del cansancio y el dolor residual, no puedo evitar mirar a mi pequeña con una mezcla de asombro y amor. Laura se ha ido a casa por un rato para descansar y traer algunas cosas para mí.

Mientras intento conciliar el sueño, la puerta de la habitación se abre suavemente. Giro la cabeza y veo a Dante entrando con una sonrisa tímida y una gran bolsa que parece contener regalos.

—Hola, Elena. —saluda en voz baja, para no despertar a Sofía—. Laura me llamó y me dijo que Sofía había llegado. Quise venir a verte y traerte algunas cosas.

Me siento en la cama, sorprendida y agradecida por su presencia.

—Dante, no tenías que hacerlo. —digo, aunque mi sonrisa delata cuánto aprecio su gesto.

Él se acerca y coloca la bolsa en una mesa cerca de la cama.

—Quería hacerlo. —responde, sacando algunos artículos de la bolsa—. No estaba muy seguro de qué comprar, así que la dependienta de la tienda me ayudó a elegir. Aquí hay algunos pañales, toallitas húmedas, un par de pijamitas y unos peluches.

Su timidez es evidente, pero también lo es su deseo de ayudar. Miro los regalos con gratitud.

—Son perfectos, Dante. Muchas gracias. —expreso, sintiendo una calidez en el corazón.




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