Mi pequeño amor secreto

Capítulo 4.-Una dulce conversación.

Capítulo 4.-Una dulce conversación.

Cuando Reinhard se marchó me quede mirando su figura. Me emocionó mucho saber que había vuelto a la ciudad.

Me aleje apresurada y abrumada por mis propias sensaciones. La cabeza me daba vueltas. 

¿Qué rayos había sido eso?

Me sentía perturbada como si de pronto todo mi mundo se hubiese trastocado, no entendía lo que me pasaba. Reinhard no podía causarme todo eso. Era la primera vez que volvía a verlo.

 Yo no creía en el amor a primera vista. Siempre pensé que esas eran tonterías y mitos de gente fantasiosa. Sher decía que yo era demasiado fría y racional, tanto que a ese paso no encontraría a un chico que me gustara realmente. Error. Reinhard me atraía muchísimo. De una manera incomprensible y demasiado intensa.  

Mucho más que a los 14 años, cuando solo era una niña y creí que me había encaprichado después del beso. ¿Y si me había enamorado con solo volver a verlo? No. Me reí de esa posibilidad.  Amor a segunda vista. Pff.

No tuve tiempo para pensar más en eso. Los padres de Reinhard llegaron y mamá fue a recibirlos. No los había tratado mucho porque eran personas muy ocupadas. Su madre era una mujer morena y bajita pero con una presencia arrolladora y unos ojos castaños hermosos y muy sagaces.

Su padre tenía una apariencia llamativa, el cabello rubio,  tez clara y era muy alto, tanto que tenía que echar mi cabeza hacia atrás para mirarlo. Pese a su estatura tenía un semblante afable. Reinhard había heredado de él sus ojos grises y su impresionante altura,  de su madre el espeso cabello negro y la expresión sagaz de su mirada.

Fui a saludarlos.

—¡Katia! Mírate, qué grande estas—Comentó Hans, él me miraba con agrado, pero su esposa, Natalia se mantenía más bien seria y analítica. Eran personas muy formales y de pocas palabras.

—Qué bueno que vinieron—Comenté.

—Teníamos que venir a felicitar a Henry—Dijo Natalia. Llevaba en sus manos un enorme paquete de regalo.

—Reinhard no nos habría perdonado si faltábamos. Henry es su compañero desde la infancia—Hans sonreía.

Cuando niños, era Reinhard quien siempre estaba metido en nuestra casa, solo recuerdo haber ido en una ocasión a la suya.

Era un lugar demasiado inmenso y elegante, que imponía respeto. También parecía ser muy solitario y pese a que tenía una decoración sofisticada y muebles costosos, se sentía vacío y lúgubre.

Mamá llamó a todos para reunirse a las dos enormes mesas de banquetes y comenzó un emotivo discurso, presumiendo de Henry y su gran trayectoria, ante lo cual sonreí. También me alegraba por él.

La mesa en la que me senté estaba casi llena y los meseros comenzaron a servir con diligencia. A mi lado estaba una silla desocupada.

—¿Hola? ¿Hermana de Henry?—Me encontré con los ojos azules de un chico que debía ser compañero de mi hermano y que se sentó junto a mí.

No había tenido muchas oportunidades de convivir ya que la mayoría de los invitados eran conocidos de Henry con los que no congeniaba y no tenía muchos temas de conversación.

—Ah, hola, sí.

—Soy Marcos, un gusto—Me extendió la mano con amabilidad. La tomé.

—Katia.

Parecía un chico bastante agradable. Mantenía su cabello castaño peinado con pulcritud, hacia un lado, como libro.

—¿Eres pelirroja natural o de mentiras?—Estaba acostumbrada a ese tipo de comentarios de quienes creían que me teñía el pelo.  A veces podía verse muy anaranjado, cobrizo o rojizo dependiendo del clima o la luz natural. Aunque se esponjaba mucho era lo que más me gustaba de mí.  No sé de dónde saqué lo pelirroja. Henry era más parecido a mamá. Cabello castaño cenizo, muy rubio al sol y ojos color avellana. Yo era la rara de la familia. Muy pálida, ojerosa y pecosa.

—Natural—Me reí. No tenía dinero para invertir en esas cosas. Prefería gastármelo en dulces o libros.

—Genial.

Marcos enredó un dedo en un mechón de cabello que estaba suelto y lo acomodó. Su gesto me sobresaltó.

—¿Por qué haces eso?—No quise pasarlo por alto.

—Lo siento, no sabía que te incomodaba.

—Un poco—Admití.

—No volveré a hacerlo—Dijo de inmediato y se disculpó. Parecía muy sincero y avergonzado. Le sonreí para tranquilizarlo.

—No hay problema.

La comida se desarrolló con normalidad. Reinhard estaba en la otra mesa y de reojo vi que él comía con mucho apetito mientras compartía uno que otro comentario con los que estaban cerca. La mayoría eran chicos con los que había estudiado.

Mis primas también estaban en la misma mesa y parecían estar encantadas con él y su regreso a la ciudad. Se desenvolvía con una facilidad que me dejaba boquiabierta, platicando y riendo con todos.




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