Mi querido leñador

Capítulo 14. Lisa.

La noche fue un tormento. El frío se filtraba como un ladrón invisible, colándose por las rendijas de las viejas ventanas, y el viento húmedo gemía en la oscuridad como un lamento interminable. A ratos despertaba de un sueño inquieto, con el corazón latiendo desacompasado, y me encogía bajo aquella manta maloliente que raspaba la piel como papel de lija, abrazando su áspera calidez con desesperación.

Me negaba a permanecer despierta; la vigilia era peor que cualquier pesadilla. Así que me obligaba a hundirme de nuevo en la negrura del sueño, como si la inconsciencia fuera un refugio. Al principio soñé con un torbellino gris, espeso y sofocante, que me envolvía como una niebla angustiosa: húmeda, fría, implacable.

Entonces, alguien apareció. Una figura grande, fuerte y, sobre todo, cálida, que se inclinó hacia mí y me rodeó con unos brazos sólidos. El calor me recorrió de inmediato, tan intenso y envolvente que confundió a mi mente: ¿era un sueño o de verdad alguien me estrechaba contra sí? No quise comprobarlo. Decidí no abrir los ojos. Preferí dejarme arrastrar por aquella sensación de seguridad y consuelo, porque me hacía sentir bien, tan bien, que lo único que deseaba era disolverme en aquel abrazo y olvidar todo lo demás.

Pero, como suele ocurrir en los sueños, la escena cambió de golpe.

—Te salvaré, mi bella Elisabeth —susurró un príncipe de rostro borroso, con una voz profunda y cargada de confianza, tan seductora como la de Antonio Banderas—. Te protegeré del ogro sanguinario y te llevaré a mi castillo de cuento de hadas.

—¡Sí! —exclamé con fervor, viéndome ya vestida con un lujoso traje, erguida sobre un balcón de mármol desde el cual contemplaba un mar teñido de rojo por el atardecer. La brisa acariciaba mi rostro y el sol descendía lentamente hacia el horizonte, tiñendo de oro y escarlata cuanto alcanzaba la vista.

—Nos amaremos por siempre.

—¡Sí! —sus brazos me ceñían la cintura, y sus ojos brillaban con una devoción que me hacía sentir como el único tesoro del mundo.

—Nuestras noches estarán llenas de pasión.

—Sí. Sí. Sí. —mi voz temblaba, presa de una mezcla de nerviosismo y emoción, siguiendo el ritmo de sus promesas como si fueran un conjuro.

El ogro, sin embargo, no parecía tener ninguna prisa por interrumpir aquella ensoñación romántica. Se mantenía a un lado, rascándose la barba tupida con una garra torcida. Y lo más inquietante era que, pese a su aspecto grotesco, aquel ogro me resultaba familiar: la barba pelirroja, los gestos bruscos… ¡Era idéntico al leñador! Parecía meditar si valía la pena disputarle al príncipe la posesión de la doncella.

El príncipe, impasible, ignoraba la amenaza. Continuaba recitando sus votos con una convicción casi cómica, pero al mismo tiempo extrañamente encantadora:

—Te llevaré a una cama cubierta con sábanas de seda. Te quitaré el vestido lentamente…

—¡Hazlo rápido! —reí, con impaciencia teatral—. ¡Estoy lista para caer en tus brazos!

—Te besaré… y después…

—¿Qué? —su aliento ardiente rozó mi nuca, provocándome un escalofrío que mezclaba el miedo con una anticipación que me erizaba la piel.

—Después… beee.

—¿Qué?

—¡Beee! —repitió el príncipe

Abrí los ojos aturdida, perdiendo los fragmentos del sueño como humo en el viento. Entonces lo escuché: Agripina balaba desesperada bajo la ventana, como si alguien la estuviera matando. Mi corazón dio un vuelco. Pero lo peor aún estaba por venir: alguien estaba en la cama conmigo. Una mano pesada me oprimía el costado y un aliento rítmico rozaba la parte de atrás de mi cabeza.

¡Maldito leñador! ¡Se había aprovechado de mi debilidad! ¿Cómo había podido confiar en él? Ayer, como una tonta, comí hasta perder la vigilancia. Me relajé pensando que había algo de bondad en aquel hombre… ¿Me habría drogado en la comida? ¿O en aquel té sospechoso que bebí de manera inconsciente?

El “intruso” se movió debajo de la manta y se pegó aún más a mí. Sentí su barba rozando mi hombro, sus labios tocando apenas la piel. El terror me recorrió la espalda, paralizándome.

“¡Lucha, Lisa! —me ordené mentalmente—. Uno… dos…”

—Deberías haber cerrado la puerta por la noche —dijo una voz burlona desde el umbral.

Contuve la respiración y giré la cabeza lentamente. Allí estaba Iván, apoyado en el marco de la puerta. Sin camisa, con el pelo húmedo y revuelto, secándoselo con una toalla áspera. Una sonrisa irónica se escondía entre la espesura de su barba, y sus ojos brillaban con diversión.

—¿Tú… estás ahí? —balbuceé, sin atreverme a girarme hacia la criatura que respiraba a mi espalda.

—¿Dónde más iba a estar? —respondió con despreocupación.

Me forcé a mirar debajo de la manta. El resoplido que escuchaba no era humano. El perro bostezó, se desperezó con todas sus patas largas y, de un empujón, me tiró al suelo.

—¡Bastardo pulgoso! —murmuré, levantándome con indignación y despeinada.

Pek me observó con indiferencia, movió apenas la cola y volvió a acurrucarse bajo la manta, como si no hubiera hecho nada.

“¡Qué idiota soy!”, - pensé, sintiendo cómo la vergüenza me subía como una ola imparable. ¿Cómo iba a mirarle a la cara ahora? El calor del rubor subía por mi cuello hasta enrojecer mis orejas.

Salí de la habitación sofocada por la confusión y vergüenza. Me encontré con Iván justo en el pasillo: estaba poniéndose la camisa, y aún así alcancé a ver, sin quererlo, cómo su cuerpo quedaba marcado por músculos que parecían esculpidos con precisión paciente.

Intenté convencerme de que solo era un gesto cotidiano, un hombre vistiéndose sin pensar en nada más. Pero mis ojos se rebelaron, negándose a apartarse de la línea definida de su abdomen, de la amplitud de sus hombros, de la firmeza de su pecho.

Un calor incómodo me subió por la garganta. Quise mirar a otro lado, aferrarme a la idea de que todo aquello no tenía importancia, que era solo un detalle trivial. Pero tuve que admitirlo, aunque me doliera reconocerlo: era hermoso. Dolorosamente hermoso. Como una escultura viva, hecha no para ser observada, sino para atormentar la imaginación.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.