Mi querido leñador

Capítulo 31. Iván

La vi… y lo supe.

No hacía falta pensar demasiado: ella lo deseaba. No era un ingenuo. Sabía leer esas señales —la respiración entrecortada, la mirada que se detenía un instante más de lo necesario, la forma en que su voz temblaba cuando me hablaba— como si fueran palabras escritas en un idioma secreto.

Aun así, tenía mis principios. No quería engañarla con promesas que no podía cumplir, ni inventar un futuro que no existía. Pero tampoco era de hierro. Mientras estaba sentado frente a la mesa, mirando el vapor del té que se enfriaba y que dibujaba remolinos diminutos sobre la superficie, sentí que mi voluntad se derretía junto con él.

Luché con mi conciencia. Cerré los ojos, respiré hondo… y perdí. Fue una rendición silenciosa, un pacto tácito entre mi razón y mi deseo. Me levanté y caminé hacia su habitación, cada paso más pesado que el anterior, como si arrastrara cadenas invisibles.

—Sabes que no puedo prometerte nada —dije desde el umbral, con la voz áspera, casi rota—. No puedo darte un futuro que…

Y aun mientras pronunciaba esas palabras, comprendí que, dijera lo que dijera, no podría detenerme.

—No necesito promesas —susurró ella, acercándose, rodeándome el cuello con los brazos—. Solo ámame ahora, como si fuera el último día.

Ese fue el final de toda contención.

Un sonido gutural escapó de mi pecho cuando la estreché entre mis brazos y busqué su boca. El primer contacto fue fuego. Sentí su calor, su ternura, esa dulzura peligrosa que derrumba cualquier defensa. La razón se disolvió en el aire, y todo lo demás dejó de existir.

Arranqué la ropa de su cuerpo —y luego la mía— sin pensar, obedeciendo a un impulso que venía de un lugar más profundo que el pensamiento. Cada beso era una derrota, cada caricia un paso más hacia un abismo del que ya no quería escapar.

Mis sentidos se confundían, mi mente se encogía, atrapada como un pez en una red invisible. Cuanto más me movía, más se cerraban los hilos de esa red, robándome incluso la ilusión de libertad.

—Te vas a arrepentir, tonta… —murmuré, sin saber si intentaba razonar con ella o conmigo mismo, recogiendo inútilmente los restos de autocontrol.

—¿Por qué decides por mí? —me interrumpió, mirándome con una claridad que me desarmó—. Quiero ser amada. Quiero sentirme deseada. Aquí. Ahora.

No había más frenos posibles. Quería lo mismo. Exactamente lo mismo.

Con un gruñido, la atraje hacia mí. Pasé la nariz por su pómulo, bajé con la lengua por el cuello hasta hundirme en su piel tibia. Su aroma me envolvió, una mezcla de jabón, humo y algo que era solo de ella. Rozaba su pecho con la barba, despacio, provocando un gemido suave que me hizo perder el aliento.

—Eres tan dulce, Lisa… —susurré contra su piel—. Tu cuerpo es seda caliente… me enloquece.

Ella levantó la cabeza, con los ojos oscurecidos por el deseo, y me miró de una forma que ningún hombre puede soportar sin quebrarse.

Dios… eso era lo que había estado esperando. Esa mirada que no pide, que toma. Esa entrega sin orgullo ni miedo ni codicia. Nada se compara a eso: a ser deseado por una mujer que realmente te quiere, que no finge, que se entrega entera.

Su mirada recorrió mi cuerpo y sentí cómo algo dentro de mí se estremecía con un temblor dulce, casi doloroso, anticipando lo inevitable.

Podía decirme que debía detenerme, que debía pensar, que debía ser prudente. Podía inventar razones. Pero habría sido una mentira. Porque en el fondo, lo único que realmente quería era verla perder la cabeza conmigo.

…Después de la primera vez, nos lanzamos hacia un balde de agua como dos camellos deshidratados después de un maratón en pleno desierto… o como dos adolescentes escapando de clase. Reíamos como idiotas, chocando nuestras tazas imaginarias en un brindis silencioso por nuestro “logro científico”, mientras peleábamos por la última gota como si fuera elixir de la vida. Nos embriagamos hasta la médula, no de agua, sino de una extraña mezcla de deseo, adrenalina y satisfacción… y tal vez un poco de ego herido. Salimos al porche desnudos, como si el frío fuera un rumor absurdo, buscando aire fresco… o cualquier excusa para quedarnos allí mirándonos, riendo y sospechando que, de algún modo, acabábamos de iniciar una conspiración secreta contra la lógica. Entre nosotros no había incomodidad ni precaución; lo ocurrido se sentía inevitable, como una travesura escrita en nuestro destino.

La risa nos unió tanto como la piel. Y en ese momento, la risa se volvió parte del deseo, una forma extraña y perfecta de seguir conectados.

…La segunda vez transcurrió con un ritmo distinto, cargado de urgencia y complicidad. Apenas podía sentir las piernas, pero aun así tuve que salir galopando como un caballo de carreras para ordeñar a la cabra, que chillaba como si la estuvieran degollando. La desgraciada eligió justo ese momento para dar un concierto digno de una ópera trágica, rompiendo por completo nuestro clima romántico.

El sexo con banda sonora de cabra enloquecida… admito que tenía su encanto. Al menos para mí. Un toque rústico, digamos. Pero Lisa no compartía mi entusiasmo. Solo con eso.

Reímos entre jadeos, entre gemidos, entre la carcajada silenciosa que viene de lo imposible. Esa noche se volvió una mezcla de pasión y comedia, como si hubiéramos inventado un nuevo género íntimo.

…La tercera vez (hace tres meces ni pensaba, que podría hacer esto) transcurrió en una penumbra suave, sin prisa alguna, como un susurro hecho carne, lleno de dulce languidez. Era casi una competición silenciosa de generosidad en el amor, un regalo mutuo sin vencedores ni vencidos. Probablemente podríamos haber seguido hasta el amanecer, pero un paseo por el bosque, los esquís, el trineo, una casa de baños y un exceso de emociones nos habían dejado exhaustos, como si hubiéramos corrido una maratón de sensaciones. El cansancio nos aplastó suavemente, arrastrándonos sin resistencia hacia un sueño profundo, donde la realidad y el deseo se fundían.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.