Ya había pasado casi un mes desde mi regreso del bosque, pero a veces me parecía que todo había sido un sueño: un paréntesis extraño, casi irreal, en una vida que ahora me resultaba monótona, insatisfactoria, limitada. Bastaba con cerrar los ojos un instante para que la memoria me arrastrara de vuelta: el olor penetrante de la madera recién cortada, el crepitar del fuego que parecía dialogar con nuestra respiración, el frío que se colaba entre los árboles mientras él permanecía a mi lado, firme y cercano. Cada recuerdo me golpeaba con una intensidad que la rutina no lograba apagar.
Después de la fiesta de Fin de Año, que pasé con mis padres intentando fingir normalidad, tuve que enfrentar otro asunto inevitable: la policía. Mis pobres progenitores, angustiados por mi desaparición y la incomunicación absoluta durante esos días, habían presentado una denuncia. Así que me tocó acudir a la comisaría, dar explicaciones vagas, evasivas y medio convincentes, solo para que mi rostro dejara de aparecer en los carteles con la palabra “DESAPARECIDA” en letras rojas.
—Tuvo suerte, señorita —me dijo uno de los agentes, con una mezcla de alivio y reproche—. No todos regresan intactas de unas aventuras como la suya.
Asentí, esbozando una sonrisa que no me creí ni yo.
Tenía razón. No volví intacta.
Por fuera sí, ni un rasguño, ni una cicatriz visible. Pero por dentro… algo se había quebrado, o quizá, algo nuevo había despertado y ya no podía volver a dormirse.
¿Qué podía decirle? ¿Que en esos días no solo sobreviví al bosque, al oso o a la cabra, sino que encontré algo infinitamente más peligroso y hermoso que perderme entre los árboles? ¿Que alguien había entrado en mi vida y se había llevado una parte de mí, dejándome con la dulce condena de recordarlo en cada respiración?
Guardé silencio.
Cuando salí de la comisaría, mis padres me esperaban en la puerta. Me abrazaron con fuerza, como si temieran que me desvaneciera si soltaban. Ellos me miraban también con sus ojos llenos de alivio y miedo a la vez: esa mezcla de amor, comprensión y duda silenciosa, de quien sospecha que no le estás contando toda la verdad. Intuyeron que su hija ha vuelto… pero distinta.
Y tenían razón. Ya no era la misma. Una parte de mí se había quedado allá, entre el frío, el fuego y su mirada.
Me pregunté si alguna vez podrían entender que no era solo un accidente lo que me había llevado a desaparecer, sino un impulso del destino, casi irracional, pero que me enseñó algo que no podía ignorar. La sensación de estar viva, amada y feliz.
No podía fingir que nada había pasado, ni que mi corazón estaba intacto. Porque no lo estaba. Y mientras mis padres me miraban con cautela y un amor silencioso, yo comprendí, por primera vez con toda claridad, que algo dentro de mí había cambiado para siempre.
Su imagen se colaba en cada respiro, en cada taza de café, en cada silencio. Intentaba distraerme con lo habitual: revisar planos, avanzar con nuevos proyectos, salir con amigas, poner música, incluso leer novelas. Pero nada servía.
Era como si se hubiera metido bajo mi piel, como si lo respirara sin querer.
Me repetía que no estábamos hechos el uno para el otro, que no teníamos futuro. Que la vida real —mi vida real— era aquí, entre bocetos y reuniones, no entre árboles y animales.
Pero todo era inútil.
Sentía como si me hubieran arrancado un pedazo de corazón, vertido clavos oxidados en su lugar y se hubieran olvidado de coser la herida.
¡Maldito leñador!
¿Por qué tuvo que cruzarse en mi camino?
¿Y por qué demonios me dejó marchar tan fácilmente?
Tuvo que haberme detenido. Atarme. Echarme al hombro, como solía hacerlo entre risas, arrastrarme de vuelta a su cabaña y no soltarme nunca.
Pero no lo hizo.
Me soltó con una calma insoportable, con esa serenidad que solo tienen los que aman de verdad o los que ya han renunciado. Y yo no sabía cuál de las dos cosas era peor.
Desde entonces me he estado atormentando con esas imágenes todos los días. Pensar, pensar, pensar… hasta que el pensamiento se vuelve ruido y dolor de cabeza.
A veces quería llorar, convencida de que todo lo bueno ya había quedado atrás y que nunca volvería a sentirme tan viva.
Le echaba tanto de menos que más de una vez estuve a punto de coger el coche y conducir sin rumbo, solo para volver a verlo. Para decirle todo lo que sentía. Pero no hice nada.
Y no era solo eso lo que me atormentaba.
Boris había vuelto de su viaje, y con su regreso llegó también una avalancha de insistencia que me asfixiaba. No comprendía —o se negaba a hacerlo— que no lo quería, que no deseaba verlo, ni tenerlo cerca, ni compartir con él ni una sola palabra más de las necesarias. Su presencia, antes inofensiva, ahora me resultaba sofocante, invasiva, como una sombra que se empeñaba en seguirme incluso cuando no había luz.
Al principio fue cortés, casi meloso: flores, bombones, pequeños regalos envueltos con cintas doradas. Los devolví todos. Uno tras otro, con una frialdad que esperaba lo desalentara. Pero Boris no se daba por vencido. Su terquedad tenía algo de infantil, de desesperado… o de peligroso.
Pronto llegaron los mensajes.
Primero eran inocentes: “¿Qué tal tu día?”, “Te echo de menos.” Después, poco a poco, fueron adquiriendo un tono más empalagoso, casi patético: “Dame una oportunidad, Lisa. Te demostraré que soy tu hombre.”
Cada palabra me irritaba más. Me daba náusea su insistencia en un “amor” que yo no sentía, en una ilusión que nunca había existido. Me preguntaba si realmente me veía, o si amaba solo la idea de tenerme, de poseer algo que había perdido.
El colmo llegó un viernes. Lo vi esperándome frente al edificio del estudio, con el abrigo oscuro, una sonrisa que me pareció falsa y una mirada suplicante que me dio más lástima que ternura. Me interceptó justo cuando salía, con el tráfico rugiendo detrás y mis compañeros pasando de largo fingiendo no mirar.
—Solo una cita, Lisa —me dijo—. Una. Para hablar. Déjame explicarte mi amor.
Su voz temblaba, como si esa cita fuera una cuestión de vida o muerte.
#28 en Otros
#17 en Humor
#151 en Novela romántica
malentendidos y segundas oportunidades, amor prediccion, pueblo navidad
Editado: 26.10.2025