Mi querido leñador

Capítulo 53. Iván

Toda la semana he estado pensando en Lisa. Con el tiempo, la sed de sangre provocada por unos celos insoportables había disminuido, pero el deseo de volver a verla crecía cada día como un fuego silencioso. Cada tarde, como si fuera un ritual, me sentaba en el coche frente a su casa, observando desde la distancia cómo regresaba, cómo encendía las luces de sus ventanas, cómo miraba por ellas, perdida en su mundo. Esa silueta familiar, aunque lejana, me daba un alivio extraño, casi doloroso, pero alivio, al fin y al cabo.

No encontraba el valor para hablarle, explicarle mis motivos por no decir nada, allá en el bosque, siquiera pedirle perdón. Las palabras de Sonia, mi vieja asistenta y confidente desde siempre, resonaban en mi cabeza con una fuerza que me impedía moverme: “Una mujer que vale la pena no vuelve solo porque la llames. No se entrega dos veces al mismo dolor. Si Lisa sintió algo por ti de verdad, no bastará con aparecer en su puerta ni con pedirle perdón. Tendrás que demostrarle que cambiaste, que ya no eres el hombre que la dejó marchar.”

Y ahí estaba yo, atrapado entre el miedo y la necesidad. Cada vez que pensaba en acercarme, mi corazón golpeaba como un tambor, y mi mente inventaba cien excusas para no hacerlo: que quizá me odiara, que me hubiera olvidado, que mi presencia le resultara solo un recordatorio del abandono. Porque, en el fondo, yo también me odiaba por no haberme entendido al momento, por no haber luchado antes.

Necesitaba una excusa, un motivo que hiciera inevitable nuestro reencuentro. Egoísta, sí, como siempre, pensé que, si no podía atraerla por afecto, lo haría por trabajo. Lisa siempre había querido demostrar que era una gran arquitecta, y eso podía jugar a mi favor.

Primero fui a ver a Hans. Le expliqué que sería muy interesante organizar un concurso de proyectos de su aldea ecológica. Al principio no entendió el motivo de tanto alboroto; nuestros arquitectos ya habían entregado proyectos decentes y el asunto no parecía requerir más. Pero logré convencerlo, sin mencionar, claro, que mi verdadero objetivo era acercarme a Lisa, asegurarme de verla, de que mi presencia se convirtiera en algo inevitable.

Luego llamé a Ferrero y esperé mientras sonaba el tono, respirando hondo. Finalmente respondió, con su voz grave y segura.

—¿Sí? —dijo.

—Buenos días, señor Ferrero. Me interesa un proyecto de su estudio, el de Lisa Vainberg. Quisiera darle la oportunidad de mostrar su trabajo en el concurso de la aldea ecológica.

Hubo un silencio breve, y luego su voz sonó directa, como siempre:

—Sí, trabaja en mi estudio. Pero de los proyectos responde Julen Carro.

—Lo sé, señor —respondí, manteniendo la calma—. Pero estoy particularmente interesado en el trabajo de Vainberg. Me gustaría que se le dé la oportunidad de lucirse.

Se rió suavemente por teléfono, con un tono que mezclaba curiosidad e incredulidad:

—¿Tiene interés en ella personalmente, señor Solen?

—Digamos que sí —esquivé con cuidado—. He oído hablar muy bien de su talento y quiero comprobar si realmente es tan buena como dicen.

—Está bien, le daré la oportunidad —respondió—. Aunque debo advertirle, no estoy seguro de que pueda defenderse sola. El proyecto principal del centro comercial de Arbo sigue bajo nuestra supervisión.

—Perfecto, trato hecho. Quisiera ver los primeros bocetos y planos en una semana y la presentación completa dentro de quince días.

—Entendido —dijo, y colgó.

Aun así, la idea de dejarla ir del todo me resultaba insoportable. Necesitaba que la situación me obligara a verla, a hablar con ella sin que pudiera escapar. Si no era por afecto, que fuera por trabajo.

Una parte de mí aún quería creer que, si la veía de nuevo, si podía hablarle sin que huyera, algo dentro de ella —aunque fuera una chispa— todavía recordaría lo que fuimos.

Cuando mi director creativo, con evidentes celos, me mostró los proyectos enviados al concurso desde el estudio de Ferrero, vi dos de ellos. Uno no tenía nada que ver con el tema, un simple borrador sin alma, pero el segundo era perfecto. Justo lo que Hans pedía. Tomé esos planos y me dirigí a su casa, sintiendo cómo cada metro recorrido era un paso más hacia lo desconocido.

—Buenos días, señor Hans —lo saludé al llegar.

—Buenos días —respondió, y al ver el tubo de planos en mis manos, preguntó con una sonrisa curiosa—: Veo que no vino con las manos vacías.

—Sí, le traje un proyecto que participará en el concurso el lunes, pero primero quería mostrárselo a usted como cliente —dije, colocando los planos sobre la mesa.

Hans los estudió con cuidado; yo observaba cada gesto, cada línea de su rostro, intentando descifrar su reacción. Mi mente, mientras tanto, no dejaba de pensar en Lisa. ¿Estaría trabajando en silencio? ¿Pensaría en mí de alguna forma? ¿Recordaría nuestra última conversación en el bosque?

—¿No tienes maqueta todavía? —preguntó Hans, interrumpiendo mis pensamientos.

—No, se entregará antes del concurso, pero aquí puede ver todo —respondí.

—Se puede ver, pero no del todo. ¿Los cálculos de costos estarán también listos para el lunes?

—Sí, pero primero quería conocer su opinión sobre el proyecto. ¿Le gusta la idea, el concepto?

—A primera vista, es muy bueno, muy rústico, incluso diría que es muy ruso, pero no sé si este colorido será aceptable en los Alpes. Me gustaría ver el diseño completo —comentó Hans, con una mezcla de crítica y aprecio.

—Sí, sería más fácil, pero tengo un dibujo que le ayudará a imaginarlo en la naturaleza —saqué mi teléfono y le mostré un dibujo de Lisa que había tomado de su página de Instagram, intentando que captara la esencia del proyecto.

Hans me miró, negó con la cabeza y sonrió:

—Veo que no solo se trata de negocios, sino de algo más.

—Tiene razón —dije con sinceridad—. Necesito que este proyecto gane el concurso, porque es de una mujer, mi amada mujer. Pero no sé cómo iniciar una conversación con ella.




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