Mi querido leñador

Capitulo 63. Iván.

El coche de Georg apareció unos minutos después, avanzando lentamente entre los charcos helados y levantando una fina bruma de barro y agua derretida. A los lados del camino, los troncos desnudos y el brillo pálido del hielo creaban una escena casi fantasmal.

Lisa estaba en el asiento del copiloto, con los labios apretados, la mirada fija en el frente y las manos cruzadas sobre el abrigo. Desde lejos ya se notaba su enfado, como si todo el aire frío del bosque se concentrara a su alrededor.

Georg, rojo como un tomate y visiblemente incómodo, salió del coche y se acercó a mí.

—Gritó tan fuerte cuando giramos hacia aquí —murmuró Georg, bajando la voz y lanzándome una mirada suplicante— que pensé que iba a golpearme.

—Gracias, amigo. Nosotros nos entendemos solos —le dije, conteniendo una sonrisa al imaginar la escena en el coche.

Me acerqué y abrí la puerta.

—¿Crees que esto es normal? —explotó Lisa antes de que yo pudiera decir una palabra—. ¿Engañar a la gente para traerla al bosque? ¡No sé por qué me sorprende! El engaño parece tu segundo nombre.

—No me dejaste otra opción —dije sonriendo, intentando suavizar el momento.

—¿Y qué era exactamente lo que no tenía opción? —replicó con una mueca amarga—. ¿Secuestrarme? ¿Usar a tu amigo como cómplice? ¿O tal vez manipular también a Hans para que me convenciera de venir?

Sabía que no será fácil, pero no quería manchar el honor de mi socio.
—¿Hans? Créeme, él no tiene nada que ver con esto. Ya está volando a Alemania.

—¿¡Cómo!? —gritó, abriendo de golpe el cinturón y empujando la puerta con tanta fuerza que casi me golpea—. ¡Tú lo planeaste! ¡Tú sabías que tenía que ir a Alemania con él!

— Si te invitara por buenas, tú no aceptarías.

—¿De verdad crees que soy tan ingenua? —continuó, acercándose a mí con los ojos brillando de rabia—. ¡Todo esto es una puesta en escena! ¡Hasta este maldito bosque es parte de tu teatro! ¿Qué quieres de mí?

Mientras gritaba, golpeándome en el pecho, detrás de ella vi cómo Georg, rojo de incomodidad, aprovechaba la distracción para rodear el coche y subir de nuevo al asiento del conductor. Me lanzó una mirada de disculpa por encima del hombro.

Lisa seguía sin darse cuenta. Estaba demasiado ocupada descargando toda su rabia sobre mí.

—¿Sabes qué es lo peor? —prosiguió, señalándome con un dedo tembloroso—. Que casi vuelvo a creerte. Cuando Hans me habló de ti con tanta sinceridad, cuando te defendió, le casi creí y estaba a punto de perdonarte. Pero no. Tú otra vez me estas manipulando.

—Lisa, no...

—¡No me llames así! —me interrumpió con un grito que rebotó entre los pinos.

A mis espaldas, el motor del coche rugió suavemente. Georg había encendido el vehículo. Lisa giró la cabeza apenas un instante, confundida, pero en ese mismo segundo él pisó el acelerador y el coche se alejó entre los árboles, levantando un remolino de hojas húmedas.

Ella se quedó mirándolo, primero sin comprender, luego con furia renovada.
—¿Acabas de dejarlo marchar? ¿Es una trampa?

—Era necesario —dije despacio—. Quiero que hablemos sin testigos.

—¡Ah, claro! ¡Perfecto! ¡Aislada, sin coche, sin cobertura, sin salida! —exclamó, extendiendo los brazos—. ¡Justo como querías!

—Sí —admití con calma—. Justo como quería.

Por un momento creí que me golpearía. Pero solo me fulminó con la mirada y se apartó, caminando hacia la casa, con pasos que enterraban la nieve derretida a cada zancada.

Nos quedamos solos. De nuevo.

Lisa se cruzó de brazos, con el aliento visible en el aire helado.

—Estoy esperando una explicación —dijo con una calma tan tensa que dolía más que un grito—. ¿Por qué me trajiste aquí?

—Porque quiero hacer las paces.

—¿Y crees que este desierto helado va a ayudarte?

—Todo empezó aquí —dije despacio.

—¿Qué empezó? ¿Tu mascarada? ¿Tus mentiras? —soltó con una risa amarga, clavándome la mirada como una daga.

—La mejor historia de amor —respondí sin vacilar.

—No. No tenemos ninguna historia —escupió, casi silbando las palabras.

—Entonces la tendremos —mi voz sonó firme, el tono que normalmente bastaba para imponer silencio en una sala llena de ejecutivos. Pero con Lisa no funcionaba.

Ella arqueó una ceja, con una frialdad que me desmontó.

—Lo siento. Me equivoqué —dije por fin, bajando la voz—. Debí contarte la verdad desde el principio.

—Claro. Tenías miedo de que resultara ser una cazafortunas, ¿no? De esas que van al bosque por hombres ricos como quien va a recoger setas.

Ahí estaba la herida. No había escapatoria.

—Sí —admití sin rodeos.

Su rostro se endureció.

—¿Con qué clase de personas te has cruzado para pensar que todo el mundo es así de ruin?

—No es culpa de los demás —respondí—. Fui yo. Aprendí a desconfiar antes de escuchar, me acostumbré a controlar cada paso y mantener los sentimientos al margen, porque había visto demasiadas veces cómo la gente se acercaba solo por interés.

—Pues te salió al revés, Iván —dijo con un cansancio que dolía—. No soy yo la interesada. Eres tú. Mides a todos con el grosor de tu cartera. Y guardas tus emociones como una vieja que esconde las monedas bajo la almohada.

—¡No escondo nada! ¡Soy generoso! Dono un montón de dinero a diferentes ONGs

—Eso no tiene nada que ver —replicó ella con voz apagada—. Te pasas la vida temiendo que te utilicen, y por eso usas a los demás sin darte cuenta. Me hiciste creer que te importaba.

—Lo sé. Pero en aquel momento… no podía verlo. —Respiré hondo y me forcé a mirarla a los ojos—. Contigo todo era distinto. No sabías quién era, ni lo que tenía, ni lo que valía en el mundo de los números. Me mirabas como a un hombre común, sin pretensiones. Y hacía años que nadie lo hacía.

Sus ojos se encendieron otra vez con fuego fríos como el hielo derretido y brillaron de rabia contenida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.