Contemplé con amargura el documento de divorcio que mi ahora exmarido dejó sobre la mesa frente a mí.
—Con esto damos por terminado con esta nefasta relación —señaló con fastidio provocando que sintiera dolor en mi pecho ante el desprecio que muestra por los años que estuvimos juntos.
Guardé silencio ante su mirada despectiva, viendo como tomaba su maleta y salía de la casa que albergaba tantos recuerdos bonitos de nosotros dos, de lo que inicio como un bonito matrimonio.
¿Cómo pudo dejar de amarme? ¿Cómo puede ahora despreciarme de esta forma? ¿Tratarme así? Si hace solo un año atrás no dejaba de repetir que me amaba.
Me mordí los labios intentando contender la congoja que me ahoga.
Cinco años de matrimonio tirados a la borda por su aventura de oficina. Por su infidelidad. Claro, entre un alfa recesivo como yo y un omega dominante, es obvio a quien iba a elegir. Su amante le ofrecía más lo que un alfa despreciado, incluso por su propia familia, pudiera darle.
Me sacó en cara que nunca fui lo que esperaba, que nunca le di lo que él merecía. Que un pobre y descuidado profesor universitario era una vergüenza para un ingeniero como él. Incluso hasta sentía vergüenza por decirle a todos que yo era su esposo.
Me hirió con sus palabras, tanto para sentir que ni siquiera soy capaz de sostenerme con mis propias piernas. Aun así, apoyándome de la pared fui a la cocina, pero al ver cada rincón de la casa los recuerdos vienen y me atormentan.
Me detuve mirando el cuadro en la pared de la fotografía del día de nuestro matrimonio, él sonríe tanto como yo. Luce feliz. No es visto con buenos ojos que dos alfas decidan casarse, pero en ese entonces ambos creímos que nada podría separarnos, aunque el mundo completo estuviera en contra nuestra.
La sociedad actual no acepta el matrimonio de dos alfas porque jamás podrán procrear hijos, y mi ex me reclamó culpándome de arruinar el sueño de sus padres, ellos añoraban un nieto de su único hijo, y aun cuando se casó conmigo sabiendo eso ahora me culpaba como si eso no lo hubiera sabido.
“Ahora con un omega puedo darles a mis padres lo que añoran.”
Pero yo se lo había advertido. Nuestra relación siempre fue considerada una aberración, dos alfas casándose iba contra toda la moral. No podríamos nunca tener hijos y con eso era suficiente para catalogarnos de locos.
Nos amábamos tanto que estábamos dispuestos a ir contra el mundo si fuera necesario, o eso creí ante sus acciones que no dejaban dudas de pensar lo contrario.
Incluso el mismo día de la boda le volví a preguntar varias veces “¿Estás seguro de esto?”
Recibiendo siempre como respuesta “Lo estaré todas las veces que alguien me lo pregunte”.
Me mintió… bastardo mentiroso…
Lo amaba, y él a mí, creí que su amor duraría para siempre, como pasa en los cuentos de hadas, pero la realidad no fue esa.
Un día despertó dándose cuenta de que no me amaba, que la rutina había terminado por matar nuestra relación. Cansado de escuchar mi voz, cansado de ver mi rostro, de mis rutinas, de todo lo que representaba yo. Esas fueron sus palabras.
Sabía desde antes de que me pidiera el divorcio, que hace tiempo ya habíamos dejado de ser dos para volvernos tres. Cuando aquel intruso de bonita mirada apareció en nuestras vidas.
Creo que todo comenzó hace un año atrás, ese día que conoció a su futuro amante durante la fiesta anual de la empresa. A un joven omega de atrayentes ojos azules y cabello rizado y dorado que posó los ojos sobre nosotros, con una sonrisa irónica.
Él era todo lo que cualquier alfa querría, pequeño, coqueto, bonito, con movimientos sutiles suficiente para tener a sus pies a quien quisiera, el hijo mimado del dueño de una de las empresas tecnológicas más grande del país, Oliver Ruiz, que hacía y deshacía sin que su padre se opusiera a sus deseos.
¿Quién se opondría a los caprichos de un omega dominante que era considerado una mina de oro? Todos sus futuros hijos serían dominantes sin importa si el alfa a su lado lo fuera o no, incluso fuera un simple alfa como mi entonces esposo.
—Así que ustedes son dos alfas que decidieron casarse, es extraña ver esto —preguntó cuando se acercó a nosotros con expresión divertida.
—Nos amamos —dijo mi marido tomándome de ambas manos y mirándome a los ojos con seguridad.
Sonreí sin esconder el amor que sentía por ese hombre perdiéndome en su varonil mirada, pero pude notar la atención del omega puesta en mi marido. Como la mirada de un cazador a su presa y en ese instante pude darme cuenta de que aquel ya había decidido quedarse con quien hasta ese entonces aún seguía siendo mi esposo.
Pensé que los celos que hasta ahora nunca había sentido estaban encegueciéndome de la peor manera y callé avergonzado de sentirme así. Intenté convencerme de que todo era mi imaginación.
Hasta que palabras venenosas salieron de la boca del joven omega, que, jugando con el resto de vino en su copa, agregó con total desfachatez:
—¿Cómo un alfa tan lindo puede desperdiciarse al lado de otro que no tiene nada que llame la atención?
Esas palabras hirientes golpearon mi autoestima y peor cuando vi a mi marido echarse a reír en vez de defenderme. Y entrecerrando los ojos agregó con tono seductor.
—El amor verdadero va más allá de cualquier apariencia.
Sí, ante ese apuesto omega de ojos claros confirmó frente a mí, que no me consideraba visualmente atractivo. Fue como recibir una puñalada por la espalda. Tragué saliva sin responder, en mi falta de experiencia social solo callé sin saber que decir ante mi esposo que no dejaba de mirar a ese omega con interés.
Eso fue el comienzo de sus actitudes raras conmigo, ya no llegaba a casa a cenar y por más que lo esperaba y lo llamaba, no contestaba el teléfono. Empecé a acostumbrarme a cenar solo. En la noche llegaba a casa y se metía en la cama dándome la espalda, como si yo no pudiera sentir en su cuerpo las feromonas de un omega.