¿Querido diario? Quizás no sea la mejor forma de comenzar a narrar éstos sucesos, pero debo hacerlo antes que cada recuerdo humano comience a desvanecerse, incluso si nadie cree que ésta historia fue real, e inició en el año 1933, hace más de seis décadas.
Yo era una Hale, la primogénita y caprichosa hija de Clauss y Lillian, hermana mayor de Clauss Jr. y Charles, y por decirlo de una manera modesta, la joven más hermosa de Rochester. No me autoproclamé con aquel título, si no que cada mirada, halago y comentario lo verificaban.
Comenzando cronológicamente con éste "diario", debería señalar el día 12 de noviembre de 1933, ya con un mes de mis anhelados 18 años. Era afortunada en todo sentido, y más por mi novio, el guapo y adinerado Royce King II; y digo "era afortunada" por lo que aquella noche ocurrió.
Caminaba por las calles de Rochester en dirección a mi hogar, cuando el frío se hacía presente. Yo venía de casa de Vera, mi mejor amiga, y ahora madre de un dulce niño que atraía mis atenciones de ser madre lo antes posible, queriendo formar una familia con Royce. Años después me enteré de algunas cosas, pero ya llegaré allí.
Aquella noche al llegar a uno de las últimas calles que faltaban para mi hogar, sentí un extraño ruido proveniente de la oscuridad de un callejón. Me sentí observada cuando intenté enfocar la vista, y no pude hacer más que salir corriendo de aquel lugar que me provocaba temor. Fue así como comenzó todo.
Me sentí segura cuando mis manos tocaron la reja de mi casa, pero aún así tenía una extraña sensación de pánico, y no podía dejar de pensar en aquel callejón.
-¡Rose! –Una voz familiar trajo mi atención. Me volteé para encontrarme con mi padre, quien esperaba por mí a media cuadra de la casa. –Por fin llegas hija.- Se acercó a besar mi frente y entramos, no sin antes dar un último vistazo hacia la calle de dónde vine. Me intrigaba y no sabía el porqué en ese entonces. Hoy lo tengo más que claro.
Aquella noche fue difícil conciliar el sueño, más no imposible. En cierto modo, a pesar de haber sentido temor por aquel callejón, tenía la sensación de protección, sin saber en aquel entonces que había sido rescatada de lo que pudo haber sido el final de mi vida.
¿Qué había pasado exactamente? Antes de llegar directamente a eso, prefiero narrar lo que vino después de aquella extraña noche, y el momento exacto en que lo conocí. Aquel segundo en que vi su rostro por primera vez y sus ojos me congelaron la sangre, pero no fue por eso que me quedé a mirarlo. El día en que conocí a Emmett Cullen no estaba tan lejos de aquella noche, al contrario, fue dentro de los días siguientes, cuando ocurría la gran tragedia que atemorizó a Rochester: Esa fría noche de noviembre, mi prometido Royce y cuatro amigos más fueron encontrados muertos en un callejón, el mismo que yo encontré el temor; atacados por un animal o un perro bravo, según las noticias y el forense. Yo simplemente estaba en shock, creyendo haber perdido mi oportunidad de ser feliz junto a un buen hombre, ignorando la realidad que se me fue revelada años después por Edward Cullen.
Con todo aquel revuelo de la masacre, la llegada de la familia Cullen a Rochester y sociedad, pasó inadvertida, por toda la atención al hijo del hombre más poderoso de la ciudad. Incluso para mí, quien lloraba el duelo de mi prometido, extrañamente sintiéndome más desolada por mi futuro, que por la muerte del mismo novio. Pero así eran las cosas antes, una mujer de sociedad como yo, que aspiraba a tener un buen futuro, no podía darse el lujo de elegir por amor. Más bien, tenía un concepto muy errado de felicidad, que fui descubriendo con el tiempo.
El funeral se llevó a cabo al segundo día del siniestro, y entonces los conocí. Los Kings ofrecieron un servicio fúnebre en su casa para la sociedad, en donde las condolencias pasaban desde sus padres hasta a mí. La novia que no alcanzó a desposarse.
Recuerdo haber estado en la residencia de los King, junto a mis padres, luciendo un vestido negro, pero aún así el color no dejaba mi belleza en segundo lugar. No puedo evitar el resaltar lo hermosa que era en aquellos años, e incluso ahora. La vanidad es algo con lo que se nace, y no se puede evitar, aunque hayan pasado más de seis décadas y tantos sucesos entre medio.
Esa tarde fue cuando los conocí, y mi primera reacción no pudo ser más que de envidia. Sí, en el velorio de mi prometido, tuve un reproche inmediato por la nueva familia que presentaba sus condolencias, y además se hacían conocer como los nuevos residentes de una de las casas más costosas de Rochester.
Vi a la mujer primero. Esme Cullen. Su tez era aún más blanca que la mía, era sofisticada, elegante en su caminar, cabello castaño, recogido en un sencillo peinado.
-Lamentamos su pérdida señor y señora King. –Habló de una manera casi celestial, estrechando la mano de los que iban a ser mis suegros, con sus manos cubiertas en guantes de seda negro. –Hemos arribado hace un par de días a Rochester y lamentamos que sea en éstas situaciones. –Alcancé a escuchar toda su presentación, cuando me llamó la atención un hombre rubio, igual de pálido que Esme Cullen, y se unió a ella, dándoles la mano y el pésame a los atónitos señores King. Aún con todo el dolor que sentían, no pudieron hacer caso omiso a la belleza increíble de la pareja que recién había llegado.
-Carlisle Cullen.- Se presentó el hombre. No pude evitar notar un detalle más: Sus ojos. Ambos tenían ojos miel, de un dorado profundo, como si el mismísimo oro derretido cayera en sus pupilas, para deleitarnos con una sola mirada. Me pareció lo más hermoso que había visto jamás, y sentí celos. Por primera vez sentí celos de otra persona en cuanto a belleza y admiración.
Luego de un momento la pareja se acercó a mí. Los recibí con algo de hostilidad, recuerdo, escudándome en la excusa de la tragedia, pero simplemente era envidia. Envidia pura.