Mi vida con Emmett Cullen

La invitación

Había pasado una semana desde la muerte de Royce, y su familia que aún no estaba convencida del ataque de un animal, buscaba pistas con la policía, ofreciendo grandes cantidades de dinero por la verdad. Ni se imaginaban. O mejor dicho, ni nos imaginábamos. Estaba muy lejos de descubrir la real causa de la muerte de mi prometido, pero eso no era lo que me mantenía intrigada. Ciertamente aún tenía curiosidad por aquella familia, o más bien celos al enterarme de que además de poseer tremenda belleza, eran dueños de una gran fortuna, pero no alardeaban de ello, más que en la compra de una propiedad costosa y por supuesto, las mejores vestimentas. Estaba en boca de todos, incluso con lo poco sociables que se volvieron.

Edward y Emmett no eran vistos muy seguidos, ya que siempre tenían "viajes de negocios". El doctor Cullen tomó inmediatamente un puesto en el hospital, convirtiéndose en uno de los médicos más eficientes del sector. Su mujer en tanto era bastante hogareña por lo visto, y mi madre Lillian no desperdició la oportunidad de ir a hacer amistad con ella, aunque sólo obtuvo una tarde en su casa, una plática muy superficial y la invitación de la familia Cullen a mi casa. ¡A mi propia casa!

Para ese entonces yo ocupaba la mayor parte de mis pensamientos en aquellas personas, más que en la muerte de mi prometido. Fue cuando noté que nunca estuve enamorada de él, y la epifanía fue algo decepcionante; se veía todo color de rosa cuando estaba vivo, y mi ingenuidad también.

El gran día llegó. Y digo "gran" porque fue sin duda algo esperado por toda mi familia, excepto yo. Mi madre ordenó a sus dos sirvientas dejar todo impecable, puesto que ni un rastro de polvo pudo detectar en la visita a la residencia de los Cullen. Hizo que me vistiera con mis mejores atuendos, olvidando también la reciente muerte de Royce, y poniendo los ojos en Edward o Emmett para un futuro casamiento. Eran épocas distintas, y todo se veía de manera más fría; mi mundo de perfección, aquella burbuja, poco a poco comenzaba a tornarse algo realista, y no me gustaba. Era ilusa en ese entonces, y prefería vivir en ese con la idea de una vida sin tropiezos.

-¿A qué hora llegarán? –Pregunté desinteresadamente a mi madre, quien terminaba de peinar a mi hermano Charles, el más pequeño.

-En cualquier minuto. –Ella ya estaba histérica y cuando acabó con el cabello de Charles, me miró de arriba abajo, buscando algo que arreglar. Lo encontró, por supuesto. Apretó mis mejillas para darle rubor natural, un viejo truco de época. –Cariño, se que estás ofuscada con lo del pobre de Royce, pero debes seguir adelante. Ve esto como una señal a una nueva oportunidad. –Ella daba un discurso mientras arreglaba mi cabello, y ajustaba algunos dobleces de mi vestido azul marino, el cual resaltaba mis ojos celestes.

Entonces la puerta sonó un par de veces, y mamá envió por una sirvienta a recibir a los Cullen. Inevitablemente el corazón me palpitó un poco más fuerte de lo usual, lo cual tomé como una señal de nerviosismo. Inhalé profundamente y me vi al espejo antes de bajar al salón. Estaba perfecta.

-Es una hermosa casa señora Hale. –La voz angelical de la señora Esme hizo eco en mi casa.

-Oh por favor, llámeme Lillian. Ya estamos en confianza. –Y en comparación la voz de mi madre sonaba tan aguda y poco armoniosa.

-En ese caso usted llámeme sólo Esme.

Fue suficiente escuchar y para entonces bajé, con mi barbilla en alto, una mano apenas rozando el barandal de la escalera y pasos delicados. Era todo un gentío, por decirlo de una forma. Mi padre, mi madre, mis dos hermanos con sus manos atrás y en fila, esperando ser presentados. La señora Esme y el doctor, y nadie más.

Me costó un poco asumir que estaba decepcionada de la ausencia de Edward y Emmett, pero no tardó mucho en hacerse presente aquel sentimiento. Aunque dudaba aún, a cuál de los dos quería ver. Recibí toda la atención de Emmett aquel día, pero Edward prácticamente me ignoró, lo cual era algo imposible en cualquier hombre en kilómetros a la redonda.

-¿Y su hermano y sobrino, Esme? –Mi madre preguntó repentinamente.

-No se preocupe, ellos vendrán. –Una luz de esperanza prendió mi corazón. –Están en un viaje de negocios y en cuando pisen Rochester, vendrán directo a su casa.

Viajes de negocios. Ahora recuerdo aquellas excusas y me parecen hasta divertidas, y porque no decirlo, ingeniosas.

Todos se presentaron formalmente y mi madre los invitó a tomar una taza de té, que fue tomada con un par de sorbos y nada más. Otro líquido les habría venido bien quizás, pero yo no lo sabía en ese entonces.

Siguiendo con el protocolo y costumbres de época, nos sentamos todos en el salón, hablando de actualidad, las guerras, arte, música. Fue ahí que mi madre debió resaltar mi talento, o lo que yo creía era algo que admirar.

-Rosalie toca muy bien el piano. Ha estado aprendiendo desde los once años. –Mi madre manifestó a todos. –Querida, ¿por qué no tocas alguna pieza para deleitarnos?

Me levanté de mi lugar, en silencio, y me acomodé en el taburete del piano que teníamos, gracias a una herencia. Comencé a tocar a Mozart, con algo de dificultad ya que parecía estar tocando para reyes, que me observaban con ojo crítico. Nunca lo hicieron, me enteré tiempo después. Adoraban la forma en que me desempeñaba, sobre todo la señora Esme.

La puerta sonó de nuevo, pero nadie escuchó, excepto la sirvienta que esperaba en los alrededores. Nosotros seguíamos en el salón bajo el sonido de mi música, hasta que mis notas se salieron de control, terminando la melodía en un perfecto desastre al ver parados a Emmett y Edward.

-¡Bravo! –Emmett improvisó un aplauso muy sonoro, el cual resaltó a toda mi familia, excepto a la suya, quienes parecían acostumbrados. Edward se mantuvo en silencio, como obligado a estar en esa situación. Y lo estaba.

-¡Muchachos! ¡Pasen, pasen! –Mi madre los recibía como hijos pródigos, acomodándolos en el salón. –Estábamos escuchando a mi talentosa hija en el piano.



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En el texto hay: decisiones, amor, dolor

Editado: 29.08.2023

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