Mi vida con Emmett Cullen

Feliz 1934

Emmett cuidó de mí todo el día, hasta el atardecer.

No fue sencillo procesar aquella información en la sala de estar de los Cullen, siendo cuestionada por Edward, pero al mismo tiempo, protegida por Emmett, quien no se movió de mi lado ni siquiera cuando mantuve silencio durante horas.

Siendo ya la noche del 25 de diciembre, Emmett me acompañó hasta mi casa, en donde mi madre nos vio venir a lo lejos y el brillo en sus ojos se acentuó al verme del brazo de un posible nuevo yerno. La ignoré.

-¿Has estado todo el día con el muchacho de los Cullen? –Mamá parloteaba detrás de mí, mientras yo subía las escaleras hacia mi habitación.

-Algo así, madre. –Respondí agotada.

-Por un lado me encanta hija, pero debes cuidar tu imagen en sociedad. ¿Dónde han estado? –No parecía respirar entre palabras. -¿Ha mostrado alguna intención contigo? Me parece un muchacho decente, algo raro, pero sin duda de buena familia. Y si no es él, bueno, estará Edward Cullen, ¿no?

Me volteé cuando llegué a la puerta de mi habitación y sin responder a ninguna de sus interrogaciones, besé la mejilla de mi madre, y con un poco vívido 'Buenas noches' entré en mi cuarto, cerrando la puerta tras de mi.

Y desde esa noche comenzó mi letargo.

Los días pasaron y yo seguía sin salir de casa, no por miedo, si no por humillación. No podía concebir el haber estado a minutos de un trágico final, de haber sido el blanco de una mente criminal y sobre todo, de no haber sido amada ni siquiera un poco. Me sentí inferior, en un mundo de asesinos, violadores y vampiros, cuando mi burbuja antes sólo contemplaba un clásico futuro perfecto. Que ciega estuve.

-Rosalie, cariño. Baja a comer. –Papá tocó la puerta de mi habitación la noche del año nuevo. Una semana había pasado desde que mi mundo se reveló tal cual era, y ni las fiestas de fin de año habían logrado sacarme de ese estado.

-Ya voy padre. –Alcé un poco la voz.

Cerré las cortinas de mi habitación, bloqueando la luz de luna totalmente. Me quedé unos segundos a oscuras en mi habitación hasta que abrí la puerta y me digné a salir con la frente en alto. Llevaba una falda negra pasada la rodilla, acentuada al cuerpo, una blusa de amarillo pálido, adornada con el prendedor que traía siempre en las festividades. Recogí mi cabello, dejando unas ondas caer casualmente, y así, estuve lista para sobrevivir a una noche de celebraciones por la venida del año 1934.

Deseaba que fueran las doce de la noche, para dejar atrás el año en que todo había cambiado… para mal. Claro, como si un cambio en el reloj fuese a borrar mi memoria.

Cenamos a las 9 en punto, para alcanzar a salir a tiempo a las calles de Rochester y celebrar la medianoche con la ciudad, como si nada hubiese pasado. Al menos, yo era la única que mantenía la cruel realidad en mente, y era la multitud quien se dedicaba a disfrutar, ignorantes del peligro.

Fuimos invitados a un baile de sociedad en el gran salón de los McDowells, una de las familias más poderosas de Rochester junto con los Kings. Por supuesto ellos no aparecieron en evento, lo cual poco me importó al ver a todos los Cullens entrando media hora antes del cambio de año. Mi corazón se aceleró al ver la gran silueta en el fondo, acompañado de Edward. Todos lucían despampanantes, pero la señora Esme robaba todas las miradas –y pensamientos- de los señores y damas del sector, algunos con halagos y otros con envidia. Toda aquella información siempre era proporcionada por Edward y su oportuno don.

Quince minutos faltaban para la media noche y la multitud comenzaba a apelotonarse en el centro de la pista de baile, llenando sus copas de champagne, luciendo radiantes en sus utopías. Como extrañaba esa sensación de desconocimiento.

Pasé a tomar una copa de champagne desde la bandeja de un sirviente, y me alejé de mi familia a minutos del gran cambio anual, buscando poder toparme con él. Y por ahí dicen, que el busca encuentra, pero ésta vez él me halló. El corazón se me desbordó en un instante al sentir el frío contacto de su piel en mi antebrazo, para poder deslizarlo y besar mi mano por sobre los nudillos. Levantó la vista y me dedicó una amplia y exclusiva sonrisa, dándome a entender que en aquellos escasos minutos de 1933, yo era Rosalie Hale, la chica más envidiada de Rochester, con un futuro prometedor por delante, una belleza inigualable, y con todos sus sueños intactos. Y por su parte, él era Emmett Cullen, un animado joven recién llegado a la ciudad, que no había hecho más que fijarse en la más hermosa deidad en kilómetros a la redonda. Esa noche, esos minutos, ellos eran un par de chicos enamorados.

Diez, nueve…

Emmett se detuvo frente a mí, en medio de la pista de baile, rodeados por una multitud ruidosa y expectante.

Ocho, siete, seis…

Su rostro era inescrutable luego de que había mantenido la sonrisa intacta. No sabría decir que pudo haber pasado por su mente en esos precisos segundos.

Cinco, cuatro…

Su brazo izquierdo se deslizó, muy cauteloso, por mi cintura, apoyando la palma en mi espalda y así, acortando la distancia entre los dos.

Tres, dos…

-Emmett –Susurré en medio de los gritos de la cuenta regresiva.

Uno.

-Feliz 1934, ángel. –Tomó mi mejilla con la mano libre, acariciando con el pulgar. Y llevó sus labios a los míos.

El mundo entero se besaba, pero para mi sólo importaba ese beso en particular; uno real, que valiera la pena recordar, un beso que yo jamás iba a olvidar y que hasta el día de hoy, casi seis décadas después, memorizo con cada detalle.

Bordeé su cuello con mis brazos y nos hicimos una sola persona, absorbidos por el tumulto que nos escondía de los curiosos, y nos evitaría más de un chisme. Año nuevo. Sinceramente no iba a ser un año mucho mejor, o al menos no como yo planeaba estar a esas alturas, pero miré al muchacho de ojos dorados que me besaba y supe que podía salir mejor de lo que esperaba… Mucho mejor.



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En el texto hay: decisiones, amor, dolor

Editado: 29.08.2023

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